Gabriel Boric reúne en sí varias singularidades. De los siete candidatos presidenciales, es quien mejor representa la indignación y el malestar que se expresó hace dos años en el estallido. Aunque nunca fue el portavoz y mucho menos su líder, hay consenso en que su sector, particularmente el Frente Amplio, fue el que mejor lo capitalizó políticamente, como quedó en claro en las elecciones de mediados de mayo pasado, tanto a nivel de alcaldes como de convencionales.

Si lo anterior es cierto y si la elección de hoy hubiera tenido lugar hace un año, es muy posible que es él quien habría sido electo. El movimiento tuvo enorme convocatoria y contó con la simpatía, complicidad o el resuelto apoyo de una parte importante de la población. Y aunque el cuadro actual ya no es el mismo (entre otras cosas porque en los últimos meses el clivaje electoral pasó del conflicto élites corruptas/pueblo oprimido a otro que, como recordarán los más memoriosos, tiene larga tradición en la política chilena y que es la polaridad orden/caos), son muchos los analistas que le siguen dando la mejor opción para pasar al balotaje.

La otra gran singularidad de Boric es su juventud. Qué duda cabe que debe estar entre los presidenciables más jóvenes no solo de Chile, sino del mundo. Tiene 35 años, pero lo cierto es que hasta hace poco parecía un “teenager” y siempre cultivó una estética más cercana a los “skaters” que a la de los venerables magistrados que antes llegaban a La Moneda. Los tiempos han cambiado, por supuesto. La gran duda es qué tanto. En principio, el rating de Boric es muy superior entre los jóvenes que entre los mayores de 50. Pero, como los jóvenes tienen un comportamiento electoral entre misterioso y errático, seguimos sin saber en qué proporción hoy día van a ir a votar. Si Boric logra movilizarlos, su triunfo se facilitaría mucho no solo hoy, sino también el 19 de diciembre próximo. Así las cosas, la mesa está puesta para que el polo jóvenes/viejos se convierta efectivamente en el otro gran eje de esta elección.

Boric llegó donde está como parte de una nueva generación de dirigentes universitarios que templó su protagonismo en las calles, en las protestas y en las tomas, reivindicando causas como la educación pública, el veto al lucro en la educación y la universidad gratuita para todos. Su bautizo de fuego fue la toma de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile el año 2009 y posiblemente su más oportuna decisión política fue irse a Magallanes, la tierra de su familia, a buscar con sus propias fuerzas una diputación. La consiguió a pulso y bien. En lo que no tuvo el mismo éxito fue en construir un proyecto político independiente de su sombra. Fundó Izquierda Autónoma y algo pasó que al poco tiempo lo echaron. Y antes de llegar a Convergencia Social pasó por el Movimiento Autonomista. La explicación es que fue víctima del fraccionalismo que distingue la política estudiantil. Pero está claro que, a diferencia de Jackson, que es el Lenin de Revolución Democrática, nunca logró blindarse en la orgánica de un colectivo que lo trascienda. Desde cierto punto de vista, esta es una evidente debilidad suya como político. Pero también fue parte de su fortaleza, porque, como tiene intuición y arrojo, se la jugó -contrariando el espíritu de manada de su tribu- por el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución del 15 de noviembre del 2019. A raíz de eso lo funaron y amarillista fue lo menos que le dijeron. Sin embargo, luego de que tal acuerdo abrió paso al plebiscito y a la Convención Constitucional, nadie estaba en mejores condiciones que él -salvo, según todas las encuestas, Daniel Jadue, por cierto- para quedarse con la candidatura presidencial. Estaba pedido. Jackson no tenía la edad ni Fernando Atria el protagonismo político suficiente para habérsele interpuesto.

El punto más débil de Boric es posiblemente su inexperiencia. Más que un asunto de trayectoria política, es una suerte de déficit de densidad vital. No se recibió. No ha trabajado en ninguna otra cosa que la política. No está casado ni tiene hijos. Puede que haya plantado un árbol. Las confusiones de cifras, monedas y ceros en que incurrió en algún momento dejan entrever que el tema pasa más por no atribuirle importancia a la economía que por una cuestión de ignorancia pura y dura. Esto podría pasarle la cuenta por la vía de una caída en picada de la inversión privada, por mucho que detrás suyo tenga un ejército de Ph.D con mucha destreza para invocar “papers” académicos y poca conexión con la economía real. Esto no lo desmerece. Hay también importantes teóricos de la economía internacional que ven con simpatía un gobierno suyo, porque están obstinados en demostrar que el modelo económico chileno fracasó, a pesar de la maciza evidencia en contrario. Es el mismo diagnóstico que buena parte de la ciudadanía, por lo demás, se compró (aparte de los periodistas, las redes sociales y toda la centroizquierda).

Suelos incluso más inestables son los que dan cuenta de su trayectoria y coherencia. Un día adhiere a Maduro, Ortega o Fidel y después se viste de demócrata. Dice que no aprueba la violencia, pero como todo el Frente Amplio hizo la vista gorda ante incendios, saqueos y bombas molotov a carabineros, apoya el proyecto de indulto a los presos del estallido. Cuesta entender hoy su justificación de las barricadas o que haya ido a París a entrevistarse con Palma Salamanca como quien acude a un besamanos. Insiste que tiene liderazgo -y, es verdad, lo tuvo el 15.11.19-, pero los suyos le doblaron la mano con el cuarto retiro. Si bien reiteró en el último debate que el liderazgo es capacidad de poner de acuerdo a gente que piensa distinto (el Chico Zaldívar, vamos, también la tenía), nunca reconoció que eso a menudo se ha transformado en un gran problema nacional y que se traduce en muy malos acuerdos. El liderazgo consiste básicamente en conducir, en persuadir con buenas ideas, en generar confianza y en soportar el viento en contra. Sigue creyendo en el Estado no solo como motor del desarrollo, sino también como receta universal para un barrido y un fregado. Antes creía en la refundación y ahora es un apóstol de la gradualidad. Está bien: mejor así. ¿No será este zigzagueo también parte de la actual incertidumbre?

La lectura que hacía semanas atrás Nicolas Ibáñez del cuadro político asumía que tal vez era mejor que ahora les tocara al Frente Amplio y sus socios. Nuevo ciclo político, otras caras y nuevos cuadros, así sea que eso signifique que el país tenga que dar, a la vuelta de pocos meses, diente con diente. Hay buenas razones para creer que eso es pensamiento mágico vestido de ecuanimidad. Pero es verdad que los chicos crecieron, que aquí no caben tapones generacionales y que la democracia se revitaliza cuando cada vez más ciudadanos participan de ella. A nadie le hizo bien que durante años los jóvenes se restaran del sistema político. En ese sentido, tal vez, el momento podría ser ahora.