El mundo universitario se ha visto revolucionado por la irrupción del ChatGPT, un instrumento de inteligencia artificial que cambiará, entre otras muchas cosas, los modos tradicionales de evaluación. Este mecanismo, creado por la empresa OpenIA, es un modelo con más de 175 millones de parámetros, entrenado para mantener conversaciones con cualquier persona y realizar tareas relativas al lenguaje; desde una traducción hasta la generación de textos. Usando esta herramienta los estudiantes pueden hacer tareas, ensayos y hasta exámenes sin más esfuerzo que requerirlo al sistema.

Tik Tok está colmado de videos explicando su funcionamiento, posibilidades y poniéndolo a prueba. “Vamos a pedirle que nos haga un ensayo de tres páginas de la Revolución Industrial. Le damos clic, va a empezar a buscar información y pueden ver cómo empieza a escribir un ensayo de tres páginas. Si tu profesor te revisa y lo coloca en las aplicaciones para verificar el ‘copy’ y ‘paste’ no va a arrojar alerta”, explica el tiktoker Dan Fuentes. Si bien hoy la herramienta tiene limitaciones, es posible prever que a muy corto plazo perfeccionará su funcionamiento y resultados, convirtiéndose, además, en una prestación masiva y cotidiana como hoy lo es Excel o Word.

Rápidamente han surgido instrumentos que aspiran a identificar los trabajos producidos por GPT facilitando la tarea de los profesores. Sin embargo, pretender una solución por esa vía o pensar en prohibirla, parece inviable. Hay quienes han comparado la irrupción del ChatGPT a la masificación de la calculadora o la computación, argumentando que, en cierto sentido, ya hemos pasado por aquí. Sin embargo, vale la pena reflexionar al respecto.

Una de las soluciones adoptadas por varias de las universidades afectadas, ha sido volver al lápiz y papel. Todo un fenómeno que nos permite hablar de una época empujando a otra época y que resalta la relevancia que tendrá el factor humano en los años venideros. La inestabilidad, la imprevisibilidad, la ambigüedad, inherentes a nuestra naturaleza, no resultan estandarizables y serán fundamentales en momentos de cambios marcados por la dificultad para predecir y la oscilación de las variables.

Quizá lo que pone frente a nosotros el chat GPT es la confusión entre medidas paliativas y abordajes de fondo. Dicho de otra forma; cuando los cambios a los que nos enfrentamos no parecen ser adecuadamente absorbidos por nuestras estructuras sociales, solo conseguimos “salir jugando”, no nos hacemos cargo. Pensar que ciudadanos que están expuestos a este nivel de evoluciones y posibilidades pueden ser educados o gobernados de la misma forma que años atrás, parece paradójico. Dado lo anterior, más que buscar soluciones prácticas, parece razonable dejar de caminar ciegos hacia un futuro que, querámoslo o no, se avecina. Reducir el desafío de la inteligencia artificial en educación a evitar la copia o el plagio, es igual a creer que el problema de la IA en política se reduce a un testeo objetivo de preferencias. La relación entre digitalización y educación o democracia, no es una relación unicausal; sino más bien debe nutrirse recíprocamente.

Por María José Naudon, abogada