Por Paula Walker, profesora Escuela de Periodismo Usach

Tenemos un problema grueso en Chile. Vivimos en medio de la violencia y no nos escandaliza. Preferimos echarle la culpa al gobierno de turno y no mirar nuestras acciones o revisar creencias que nos alientan a despreciar a quienes no se parecen a nosotros mismos.

Haremos un repaso breve. Para los niños y niñas el lugar donde sufren más violencia es en sus familias. En su hogar les pegan o los humillan o los abusan sexualmente. Las cifras son escandalosas. No les sucede a todos, pero sí a muchos. En una encuesta de la Corporación Humanas, se les preguntó a las mujeres dónde son más discriminadas, y dijeron que en sus trabajos. Las violaciones ocurren en la calle, pero también en sus casas. A las personas mayores sus familias las abandonan en hogares que, junto con ganar dinero, hacen poco porque sus últimos días sean apacibles y dignos. La pobreza y la desigualdad repartida de norte a sur apaga el brillo a tantas personas, todas aquellas que no alcanzan a tener un sueño porque les cae encima la realidad. Castigadas por nacer en el lugar equivocado.

En los estadios no se puede ver un partido de futbol porque algunos atacan furiosamente a los del otro equipo. En un restaurante, un padre de familia que está con su hijo le pega un tunazo a una pareja de hombres porque eso lo violenta. En el metro, si alguien está enojado agarra a palos al guardia, a otro pasajero, o a una mujer si decide defender a una víctima. A una periodista la matan en el bandejón central de la Alameda. Personas con antecedentes penales pueden inscribir armas y no sorprende. Dispararon a los ojos para defender una estatua, le arrancaron los ojos a una mujer en el sur por celos, empujaron desde un puente a una persona que se manifestaba, le reventaron la cabeza a un carabinero con un skate. Así somos.

El gobierno del Presidente Boric ha chocado de frente con la violencia. No es episódica, es una forma de hacer país. Y le tocará lidiar con un brote más intenso y omnipresente de violencia porque otros gobiernos no hicieron bien su trabajo en políticas públicas, financiamiento a comunas rezagadas o en coordinación de los servicios en cada territorio.

No solo Arauco tiene una pena, hay pena en tantas partes. Al dolor que siembra la violencia, en todas sus formas, el poder responde con falsos debates, con acusaciones políticas mutuas, con negligencia y abandono del Estado en lugares complejos. Se responde con querellas que no llegan a puerto, se apela a una justicia sobrecargada que no obtiene victorias con la ley, y los partidos políticos están más preocupados de poner cuñas en Twitter que de ofrecer voluntad política para ir al fondo. Hay presupuestos enormes para las Fuerzas Armadas mientras los niños y las niñas de Lumaco no tienen recursos para profesores de sus colegios, ni raciones alimenticias o pavimento, según denuncia el alcalde.

No será un camino fácil ni para el gobierno, autoridades políticas de todos los colores, ni para la sociedad chilena. Deberemos iniciar una transformación cultural profunda en contra de la violencia.