Dos eran las opciones en aquel imperecedero relato bíblico donde David decide enfrentar al gigante Goliat. Vencerlo y liberar a su pueblo de los filisteos, o morir, y con ello abandonarlos a la esclavitud. Goliat perdió, y consecuentemente al acotado marco de posibilidades, David salió victorioso. Y lo hizo con una certera pedrada a la frente del coloso, cuyo repicar resuena cada vez que nos referimos a gestas imposibles, al triunfo del desprovisto ante el poderoso, al arrojo del desafiante ante el incumbente.

Del mismo modo, se presentan Pymes y emprendedores ante la sociedad. Núbiles, inexpertos aunque atrevidos y valientes. Representando una combinación de virtudes que despiertan la misma cercanía y adhesión que aquel David.

Hoy, las pymes son cada vez más numerosas, alcanzando un 97% del total de empresas en Chile. Se han ido visibilizando y también organizando, ya sea en agrupaciones o cámaras específicas para colaborar entre sí y comunicar sus demandas y realidades. Una situación en que pese a ser mayoría, en ventas sólo representan un 24% y donde apenas un 2,8% de ellas exporta, frente al 25% de las grandes empresas. Un escenario que señala que un trabajador en una microempresa es capaz de generar tan sólo la sexta parte del valor que lograría en una gran compañía. Bajo una legislación laboral que invita a las grandes corporaciones a externalizarlo todo en otras más pequeñas que reciban a las personas que ellos no quieren gestionar. Y aunque las Pymes causan simpatía, esto tiene su correlato en los sueldos pues, son 46% menores que en una gran empresa, impactando en el largo plazo también en las pensiones.

¿Vamos a dejar que esta realidad persista, o como nación vamos a liderar un cambio? El liderazgo supone un tránsito hacia lo desconocido, desde una situación que nos incomoda. Es hora de que el Estado y sus instituciones de fomento al desarrollo se incomoden con impulsar emprendimientos que validan una sociedad fragmentada, porque parten aceptándola. Es momento de que las grandes corporaciones se incomoden con ser vistas como perversos Goliat y comiencen a integrarse al tramado social. No para repartir su pedazo de la torta, sino para crear tortas más grandes y suculentas cuyos dividendos se compartan entre más participantes. Debemos sacarnos de la cabeza que todo lo vamos a resolver con leyes, constituciones y normas que fuercen un país ideal. Aprovechemos la iniciativa de las personas, pero de todas ellas y no tan sólo de una élite. Porque un sistema sindical sesentero como el que nos rige jamás superará en beneficios a uno basado en incentivos cruzados como ocurre en Japón, con el modelo rōshi kyōgi, donde dirigentes con conocimientos en gestión comparten directorios y proponen retornos para sus asociados en base a la creación de valor conjunta. Porque una Ley de Pago a 30 Días jamás va a superar en efectividad a una relación donde a las empresas les convenga tener a sus proveedores fidelizados ya que resultan críticos para su negocio.

Lograr emprendimientos de calidad, que nos permitan como sociedad acceder a un desarrollo sostenible con una movilidad social real, implica emprender con énfasis en la innovación y la tecnología, como en Alemania, donde las pequeñas Hidden Champions logran altos retornos basándose en propuestas de nicho y altamente innovadoras. En segundo término, contar con vocación global, entendiendo al mundo como mercado. Las llamadas Born Global son un claro ejemplo de esto. Finalmente, dar lugar a que pymes y grandes empresas se enlacen desde el origen, ya sea producto de alianzas estratégicas, proyectos de intra-emprendimiento, spin-off o innovaciones corporativas abiertas que deriven en nuevas sociedades. Todo lo anterior permitiría que el talento de los emprendedores se enfoque en el núcleo de su quehacer, en vez de perder fuerza y energía en buscar capital de trabajo y cómo acceder a canales y mercados que otros ya pavimentaron previamente. En definitiva, es hora de abandonar las hondas, las piedras y las pachotadas, e impulsar que los David y los grandes Goliat lideren una tercera vía de acción: la colaboración productiva.

Liderar este desafío supone un cambio en la forma de pensar y hacer empresa.