El comedor es un lugar muy sencillo, con varias habitaciones y un salón grande donde se sientan los comensales que día a día pagan doscientos pesos por el almuerzo. Hace algún tiempo habilitaron piezas atrás de la cocina para que funcionara también como hospedería. Cabían unas siete u ocho personas que –por fin– podían pasar la noche bajo un techo y no a la intemperie, sin embargo, desde la última gran pelea que ya no se acepta más gente a dormir.

Unas de las características principales es que funciona todos los días del año y que la comida que ofrecen es fruto del esfuerzo de la misma comunidad vecina, especialmente de parte de "las tías", quienes se encargan de juntar dinero, cocinar y de coordinar a los voluntarios que llegan a preparar el almuerzo y a limpiar.

Esta comunidad, ubicada en una población identitaria de la pobreza y exclusión de nuestro país, formada por vecinos, voluntarios y comensales, es el reflejo de las dos caras de una misma moneda. Por una parte, de la solidaridad como reacción espontánea de una comunidad empeñada y responsable de sus hermanos; y por otra, de la gran deuda pendiente con miles de personas abandonadas en su pobreza material y espiritual.

Con todo, como ya hemos escuchado y leído, pareciera que este tipo de realidades son el elemento que el nuevo gobierno utiliza de inspiración de su llamada agenda social. Sin embargo, sabemos también que esta preocupación será vacía si no identifica, en el corto plazo, tanto los rostros concretos que busca ayudar –es decir, deberá salir al encuentro personal con ellos– así como las ideas que le darán sustento a su preocupación por los más vulnerables.

Sobre esto último, considerando cuáles han sido las ideas fundantes de las políticas sociales del sector –igualdad de oportunidades y mérito–, sabemos que éstas han sido insuficientes para responder por sí solas algunas preguntas incómodas, como ¿qué hacer con una persona que, habiéndose esforzado y comenzado desde un mismo piso –oportunidad– permanece en una situación de vulnerabilidad? ¿será posible llevar adelante una agenda social profunda basada única y exclusivamente en esta igualdad? ¿es la falta de mérito lo que logra explicar nuestra preocupación social?

A fin de resolver la encrucijada, muchas respuestas son posibles y los matices, más que importantes, son fundamentales. Desde la tradición socialista no tardarán en saltar voces que aboguen por la igualdad de resultados como criterio inspirador, sin embargo, pareciera que no es el camino si es que confiamos en la libertad de las personas. Al contrario de ello, una respuesta razonable sería añadir a la igualdad de oportunidades la idea de la solidaridad como eje de la preocupación desinteresada por el otro. Este principio, que nos recuerda nuestro compromiso con el bien común y que se manifiesta en iniciativas como el comedor descrito anteriormente o en estructuras sociales que la promuevan, es el complemento natural para evitar la frivolidad que pueden aparejar la mera idea del mérito. Hablar de solidaridad permitirá, en consecuencia, otorgar al gobierno un apoyo doctrinario sólido y novedoso para justificar su agenda social y empatizar con una realidad muchas veces esquiva para ese sector.

Como se quiera, no caben dudas de que hay algo por aprender de este comedor. La solidaridad que ahí se respira al no preguntar a los comensales por un pasado que justifique su condición ni cuánto mérito tienen para estar ahí, debiese inspirar cualquier política social que este gobierno impulsará. Simplemente estrechar la mano a quien hoy se encuentra en una situación de vulnerabilidad para ojalá, algún día, entregarle las oportunidades que necesita, sabiendo que si falla en el camino, habrá una sociedad solidaria que no lo dejará solo, aun cuando "no tenga mérito" para estar ahí.

Como sabemos, las ideas tienen consecuencias. Y "mérito con solidaridad" podría tener buenos efectos.