El alineamiento político en torno a la votación del 26 de abril está volviendo brumosa la cuestión esencial que hoy está en juego: cómo queremos que sea Chile y cómo queremos vivir. La campaña del plebiscito se da en un contexto inédito, en el que desgraciadamente siguen presentes la violencia, la devastación y el bandidaje. No es posible ignorar los temores y la inseguridad. Más de cien gremios de pequeñas y medianas empresas hicieron el 6 de marzo un “llamado desesperado” a poner fin a la violencia.

Así las cosas, el proselitismo en favor del Apruebo o el Rechazo, y los diversos significados que sus adherentes les atribuyen, está tapando el bosque, y entendemos por tal la necesidad de generar un acuerdo que asegure la paz y el respeto a la ley en todo el territorio, y que refuerce los cimientos del régimen democrático. Hay que impedir que Chile entre en una etapa de confrontación ciega.

En los últimos cinco meses, hemos visto surgir campañas de odio cuyas consecuencias pueden ser devastadoras. Lo más inquietante es que muchos jóvenes que tuvieron la suerte de nacer en un país sin dictadura y que progresaba como nunca antes carecen de referencias sobre los deberes ante la comunidad, tienden al maniqueísmo y no se dan cuenta de que la violencia los puede devorar. Los vemos dispuestos a tratar de “facho” a cualquiera que no piense como ellos, lo que revela la magnitud del extravío.

Los eventuales cambios constitucionales deben partir por resguardar los principios y procedimientos que nos permiten convivir en la diversidad. Por ende, quienes hasta hoy mantienen una actitud de complicidad o indulgencia con los violentos, creyendo que así pueden ganar poder, en los hechos traicionan el espíritu de la democracia.

En Chile se ha debilitado el estado de derecho: esa debería ser la primera preocupación. En consecuencia, tenemos que unir fuerzas para evitar daños mayores y tratar de mejorar lo que existe. Todo lo demás es hipotético y fuente de dolorosas frustraciones. Los académicos displicentes que quieren “hacer estallar” las instituciones están ofreciendo un camino hacia la catástrofe (y por cierto que muchos de ellos miran las hogueras desde lejos).

Ya sea que se acuerde elaborar una nueva Constitución o introducir otras reformas a la actual (que podría estar vigente hasta comienzos de 2022), se requiere una zona de consenso sobre lo que queremos resguardar. No necesitamos refundar la República, y sería absurdo lanzar por la borda las reformas aprobadas por el Parlamento durante 30 años. En un momento u otro, los partidarios del Apruebo y los partidarios del Rechazo deberán entenderse para establecer un pacto que perfeccione la democracia y favorezca el progreso.

El verdadero dilema es vivir bajo la amenaza de los violentos, o vivir en libertad y sin miedo. Eso vuelve irrelevantes las trincheras partidistas. Lo primordial es el entendimiento de los demócratas.