En la actual pandemia están en juego la vida y la salud de la población mundial. Pero también algo más. Porque desde el minuto en que cada país escogió responder a la enfermedad de manera independiente -sin confiar la coordinación de una respuesta a organismos multilaterales como la OMS o la ONU-, surge la pregunta de quién lo hace mejor y quién tiene un peor desempeño. Y también se hace inevitable asociar ese buen o mal rendimiento a la capacidad política, institucional, económica, organizacional y científica de cada país. Naturalmente, la mirada está puesta en las grandes potencias, pues ellas poseen mayores recursos e influencia para plantarle cara al Covid-19. Por eso, puede decirse que existe una geopolítica del coronavirus a la que conviene prestar atención.

Como en tantos otros aspectos, la mirada se centra en la competencia entre China y Estados Unidos. En este último parece cundir una sensación de fracaso nacional, de que la otrora superpotencia única no está dando la talla en la lucha contra el coronavirus y que eso afecta el liderazgo global norteamericano. Las voces críticas comparan la respuesta estadounidense con la de China, y dicen que la potencia asiática sí ha podido controlar la expansión de la enfermedad e incluso ir en ayuda de otras naciones necesitadas, enviando insumos médicos a Europa y África.

Sin embargo, mejor no sacar conclusiones rápidas. China ocultó las primeras informaciones sobre el contagio, lo cual sin duda confirma que el secretismo constituye una falla estructural que puede resultar muy cara para Pekín y el mundo entero. Además, como sostiene el analista Walter Russell Mead, Estados Unidos siempre parte lento en las crisis, pero luego se recupera (pone como ejemplo Pearl Harbor) y termina imponiéndose.

Lo mejor es esperar. El partido entre China y EE.UU. todavía se está jugando y queda mucho por resolver antes de declarar quién lo hizo mejor en la lucha contra el Covid-19.

Donde sí parece no haber dudas es en el caso europeo. Una vez más, la Unión Europea no ha sido capaz de coordinar una solución única, demostrando que, a la hora de los quiubos, siempre es mejor una respuesta a nivel nacional que la de una entelequia burocrática distante de la realidad como la que habita en Bruselas. Individualmente, las capacidades de Italia y España han quedado una vez más desacreditadas y al desnudo. Francia y Gran Bretaña también están enfrentando problemas y, al parecer, Alemania ha sido capaz de ofrecer una respuesta eficiente.

Una crisis brutal como esta supone al menos un beneficio: permite saber quién es quién. En la geopolítica del coronavirus no hay lugar para las apariencias ni paciencia con los charlatanes.