Por Vicente Gerlach, director ejecutivo de Fundación Trascender

Por muchos años en la política chilena ha imperado la lógica de la negociación por sobre el diálogo: “¿Qué gano y qué pierdo?” se hace más relevante que el “¿qué nos conviene como sociedad?”.

Lamentablemente, para quienes teníamos expectativas distintas dicho fenómeno se repite en la Convención Constitucional, donde la falta de diálogo ha sido la tónica al momento de analizar la marcha del proceso constituyente. La imagen de un cuerpo de convencionales que no escucha, no dialoga y que no se entiende ha ido permeando el proceso. Y la ciudadanía no es para nada indiferente. La última Encuesta Zoom, de este mismo diario, alerta sobre el aumento del pesimismo de la población (que escaló a un 56%) cuando se le pregunta sobre el proceso constituyente.

“Tenemos que Hablar de Chile”, la plataforma ciudadana impulsada en conjunto por la Universidad de Chile y la Universidad Católica, señala que los chilenos y chilenas identifican al diálogo y la información como los aspectos más ausentes en el órgano encargado de redactar la propuesta de la nueva Carta Magna. La misma plataforma identifica además la falta de empatía, sinceridad y cooperación como algunas de las falencias del proceso.

El acuerdo del 15N, seguido por el alto nivel de participación del plebiscito y la inesperada presencia de independientes en la Convención, fueron generando la expectativa de cambios profundos en la forma de hacer política en Chile. Una nueva política basada en el diálogo, la comprensión y, por sobre todo, el bien común como guía para la toma de decisiones. ¿Hemos avanzado en ello o seguimos bajo el reinado de la “antigua” forma de hacer política?

Esa expectativa, mal llamada idealista por algunos, aterriza en dos anhelos mucho más concretos. En primer lugar, que los intereses y necesidades de la ciudadanía sean el centro del debate. No más grupos de poder guiando la conversación hacia sus propios intereses. Para ello, se torna indispensable que la política se guíe por una profunda comprensión del medio y de las personas.

En segundo lugar, más instancias de participación efectiva para la ciudadanía. Se trata de un anhelo que va mucho más allá de votar Apruebo o Rechazo o sufragar en elecciones cada cuatro años. El guiño hacia la democracia participativa es claro y nítido, lo que implica replantearnos sobre las oportunidades que tendremos chilenos y chilenas para involucrarnos activamente en las decisiones del país.

Me considero un idealista y, más allá de todo lo que se dice hoy en día, soy positivo frente al proceso recorrido y lo que aún queda por delante. La Convención está hoy en su recta final y todavía está a tiempo de hacerse cargo de las demandas ciudadanas.

La discusión sobre el Sistema Político fue fiel reflejo de que la búsqueda de consensos es un proceso complejo, pero posible. Su aprobación en los albores del plazo demostró que el diálogo es la vía para llegar a acuerdos y hoy la vemos plasmada en el borrador de la nueva Constitución, que llegará al plebiscito del próximo 4 de septiembre.

Ahora comenzó la última prueba de fuego con el trabajo de las comisiones de Armonización, Preámbulo y de Normas Transitorias. Este tramo final del camino es la oportunidad para que la Convención haga su último esfuerzo, a modo de favorecer el entendimiento entre posturas que a veces son incompatibles para que emerjan la empatía y alteridad en las discusiones, cambiando la propia perspectiva por la del otro y buscando puntos intermedios. Aún hay tiempo para que los convencionales pongan lo colectivo por sobre lo individual (o lo institucional).

En definitiva, se trata de pensar una sociedad que entiende “al otro” para encontrar soluciones que no siempre benefician a los intereses propios, pero sí a los comunes. Porque si no hay voluntad para dialogar, no hay plan B, tercera vía ni sahumerios que nos alejen de la “antigua” forma de hacer política.