El médico sueco Hans Rosling se pasó su vida demostrando lo equivocados que estamos. Por décadas, sometió a diferentes grupos a un test de 20 preguntas con tres alternativas. Por ejemplo: "¿cuántos niños de un año en todo el mundo han sido vacunados contra alguna enfermedad: 20%, 50% u 80%?"

A Rosling le gustaba decir que un chimpancé le apuntaría, por puro azar, un 33% de las veces. A los humanos nos va mucho peor; apenas el 6% de los alemanes y los japoneses acertaron en la pregunta de las vacunas (trate de adivinar; la respuesta está al final de la columna).

No sólo el público general se equivoca. Rosling llevó su cuestionario a reuniones de científicos, políticos, empresarios, a la cumbre económica de Davos y hasta a una reunión con ganadores del Premio Nobel. Todos ellos contestaron peor que los chimpancés.

¿Por qué? Porque cuando no experimentamos la realidad directamente, los seres humanos nos acercamos a ella desde ciertos sesgos y prejuicios. Por eso fallamos sistemáticamente al deducir datos como la expectativa de vida en el mundo.

En Chile, parece que la ignorancia de nuestros grupos supuestamente mejor informados no sólo se refiere a los desastres naturales en Bangladesh o al acceso a la electricidad en el Congo, sino a la realidad cotidiana de nuestros propios compatriotas.

En los últimos días, el líder del principal grupo económico de Chile dijo que la clase media hoy tiene acceso a "tener un segundo auto, tener una casa en la playa". Y el ministro del Trabajo planteó que, si un empleado entra al trabajo a las 7.30 AM, "se va a demorar 20 minutos a la pega".

La realidad es muy diferente. El ingreso mediano en Chile es de $379.673 mensuales. O sea, la mitad de los trabajadores gana menos de esa cifra. Una familia de dos niños y dos adultos, en que cada uno de ellos percibe $750.000 mensuales, ya es parte del 20% "más rico" del país, aunque tampoco a ese segmento supuestamente "alto" le sea fácil comprar una casa en la playa. En cuanto al segundo auto, es cierto que en Vitacura hay más vehículos que habitantes. Pero en una comuna de clase media como Maipú, hay apenas uno cada cinco personas.

Tampoco la idea de los 20 minutos se sostiene, salvo para quienes viven cerca de su trabajo o podrían llegar a él por autopistas despejadas. Según la encuesta Casen, ya hoy los gerentes de empresas en el Gran Santiago demoran en promedio 34 minutos a sus oficinas. En cambio, los trabajadores de la construcción y el personal doméstico gastan cerca de una hora (66 y 59 minutos respectivamente) en llegar a sus trabajos. Con más o menos congestión, ellos igual deberán salir de madrugada para atravesar medio Santiago en transporte público.

No hay mala fe en estas declaraciones, sino simple desconocimiento. Andrónico Luksic reconoció haber usado "un muy mal ejemplo", y Nicolás Monckeberg no repitió la frase de los 20 minutos.

Se puede entender que un político finlandés no entienda nada del estándar de vida en Nigeria, pero ¿cómo, dentro de un mismo país, se ha creado tal abismo?

No es sólo un asunto de desigualdad económica, sino de separación física. En Santiago, la clase dirigente que alguna vez dominaba el Parque Forestal y el cerro Santa Lucía, huyó a cotas cada vez más altas. Allí vive una vida aparte: casa, colegio, universidad, club deportivo, iglesia, todo está al alcance de la mano sin necesidad de "bajar" a interactuar con el común de los ciudadanos.

Hoy es posible que un hijo de esa elite conozca Manhattan antes que Bajos de Mena. Que sea pareja o amigo de un par de Estados Unidos o Alemania, con quien podrá conectarse en una densa red de contactos, viajes y estudios, antes que de un compatriota de La Pintana o Tocopilla.

En los estudios de Rosling, el error es siempre el mismo: las respuestas son más pesimistas que la realidad. Por ejemplo, el 80% de los niños de un año en el mundo sí han recibido vacunas. Si falló, no se preocupe: dos de cada tres científicos del área de la salud en los países nórdicos contestaron que era el 20%.

En las frases de Luksic, Monckeberg y otros, el error es el opuesto. En Chile, hasta un billonario Presidente de la República se define a sí mismo como "un hombre de clase media". ¿Habrá un sesgo sistemático que impida ver que la vida de los compatriotas es tan distinta a la propia? ¿Un conveniente mal de altura que quite oxígeno a la percepciónde la realidad?