En el programa Comando Jungle, antes que saliera publicada la encuesta CEP, Gonzalo Muller planteó que al final del día la discusión iba a ser Apruebo para reformar versus Rechazo para reformar, como símbolo de que el texto que salió de la Convención tiene defectos de origen. Su tesis toma mucho valor con los resultados de la encuesta CEP, que muestra un empate, y con un alto grado de incerteza en la elección. La presidenta del PPD, en una entrevista a este medio plantea que la opción de su partido es aprobar para mejorar, haciéndose cargo también de los asuntos enredosos o inaplicables del texto que deberá aprobar o rechazar la ciudadanía. En una columna publicada ayer, el periodista Daniel Matamala recoge el guante y plantea que esta discusión es una pérdida de tiempo, pues la ciudadanía desconfía profundamente de los políticos.

Más allá de las críticas de Matamala, es un hecho que ese modo de discusión está instalado en los medios, y que la propia CEP ratifica al plantear como principal razón del Rechazo la crítica al desempeño de los convencionales. Si es así, entonces suena razonable para los que quieren aprobar, que el texto pueda ser modificado posteriormente por el Congreso, donde no faltan las ganas de cobrar de vuelta ninguneos varios desde la Convención, en especial del Senado. Esa especie de vendetta no es asunto muy atractivo para una campaña plebiscitaria.

Por otro lado, la derecha no tiene otra posibilidad de abrirse a cambiar la Constitución vigente, como lo ha dicho el senador Macaya en innumerables ocasiones. Es razonable la duda en tal convicción, pues con anterioridad la estrategia política ha sido simplemente bloquear todo cambio hasta donde sea posible, creando presión al sistema, lo que terminó, como predice la Física, en un estallido con mucha energía. Por suerte se terminó ese discurso hipócrita de asumir la Constitución de Bachelet como la fórmula de salida o inventar que la Constitución del 80 es obra del presidente Lagos.

Hasta ahora tenemos una campaña desigual en los medios. Hay muchas más voces por el Rechazo, donde cada día que pasa surge un nuevo referente, casi siempre de concertacionistas reciclados, o militantes enojados con la DC, y algún que otro oportunista con ganas de figurar que ve una oportunidad en los fondos económicos que pudieran proveer quienes, animados por el susto, destinarán para evitar un cambio copernicano.

El Apruebo no tiene todavía voceros, salvo algunos de la Convención, que, por sus palabras, y como muestra la CEP, terminan haciéndole el juego a los adversarios. ¿Cómo alguien puede pensar que es una buena idea de campaña acusar al Senado de no ser leal a la Constitución, anunciar la nacionalización de todas las mineras, ocupar como metáfora la violencia infantil o amenazar a las personas que podrían perder sus ahorros previsionales?

Pese a los convencionales y los centristas reciclados nadie ha podido mover la aguja y los porcentajes se parecen mucho a la votación dura de cada sector. La principal razón es que la nueva Constitución está fuera de las discusiones de las personas, más preocupada por la seguridad, donde están dispuestas a sacrificar libertades por vivir en un país con menos temor, o económicas, donde el pesimismo se ha instalado al ritmo de la recesión que viene. Pareciera ser que esos argumentos pesarán más en el voto de septiembre, que la discusión sobre las reformas.