Pareciera que llevamos meses lejos de nuestra tierra. Estamos perplejos ante un hogar que se percibe devastado. Y uso perplejidad con la intención de marcar distancia del pánico. Ante un momento social nihilista, Harari nos dice que “el primer paso es bajar el tono de las profecías del desastre, y pasar del modo pánico al de perplejidad”. Lo hace indicando que el primero es una forma de arrogancia, mientras que el segundo es muestra de humildad, ya que solo “la sensación petulante sabe donde se dirige el mundo”. La perplejidad, en cambio, es la confusión y duda, siendo el momento de incerteza previo que se produce al tomar una decisión.

A los seres humanos nos cuesta tomar decisiones y preferimos las certezas. Renata Salecl dice que la elección aumenta la sensación de ansiedad, angustia y culpa, llamándola incluso una tiranía. La paradoja está en que debemos saber vivir con angustia porque la vida no es solo felicidad y certezas. La incapacidad de vivir en la incertidumbre nos llama a abrazar el primer texto que nos haga sentido. Sin embargo, tristemente advierto que los análisis que se nos han presentado nos llevan al desastre porque, por lo general, se enuncian desde el pánico.

Debemos cuidar el estado emocional nacional entre todos, y actuar desde la perplejidad pudiera ser una sutil herramienta que marque la diferencia para salir adelante. No pretendo esconder la realidad ni sentido de urgencia social, sino establecer una distinción en medio de la caótica situación en la que todavía nos encontramos, más aún con la reciente pandemia que solo trae más incertidumbre. El respeto y valoración de la democracia, así como la libertad de expresión, están en juego al intentar dialogar con quienes pueden pensar distinto a uno. Si se vive en el pánico, el otro aparece como una amenaza real y el sistema de protección reacciona automáticamente deslegitimando cualquier argumento contrario. Lo que antes, quizás, pudo haber sido un encuentro civilizatorio, hoy no es más que descontrol y angustia. A tal punto ha llegado esto entre los más extremos, probablemente bajo su propio pánico, que algunos amenazan de muerte a viva voz en las calles sin siquiera arrugarse, y nuestra historia nos enseña cómo termina eso.

Con todo, según el informe Desiguales, Chile es todavía un país donde sus personas valoran el esfuerzo, y la educación es vista como el soporte para progresar en la vida, aunque lamentablemente de un modo muy diferente entre niveles socioeconómicos. Nuestro país tiene anhelos razonables, confía en su trabajo, y mantiene una cordura mayoritaria. Es en esa convicción que veo tranquilidad y confío en un buen devenir. Allí surge una luz de esperanza entre tantas sombras. “¡Oh, mi patria, tan bella y abandonada! ¡Oh, recuerdo tan querido y fatal!” vuelve a corear un pueblo completo, como lamentablemente lo han tenido que hacer tantos otros en la historia de nuestra especie.

Este no es el fin de la historia y confío, aun en la perpleja incertidumbre, que volveremos a nuestra tierra fortalecidos una vez más. Quizás es momento de aceptar y enfrentar las incertidumbres y no difundir terror ni comprarse las soluciones inmediatas que aparecen de lado y lado. Las cosas no se solucionan de la noche a la mañana, y menos las problemáticas sociales que demandan cambios de raíz. Es un trabajo de largo aliento, pero quienes creemos que es posible avanzar y actuar con calma, no desde el pánico, sino desde la perplejidad, aun con confusión y dudas, debemos empujar sabia y humildemente decisiones que equilibren medidas radicales que apunten al fondo con medidas moderadas y responsables. Tal vez perplejos evitaremos los desastres que nos siguen presentando los apanicados análisis.