La conmemoración de un nuevo aniversario de la Independencia encuentra al país sumido en un ambiente complejo, caracterizado por una fuerte polarización en el ámbito político, y por sectores que se manifiestan ruidosamente en favor de un cambio irracional en el modelo político y económico que ha prevalecido en el país en los últimos 40 años.

A pesar de este cuadro -que algunos califican de "crispación"-, el país conserva admirables fortalezas que lo siguen distinguiendo de otras realidades que se viven en la región, en donde abundan los ejemplos de países sumidos en economías caóticas, democracias que han derivado hacia variantes más autoritarias -con líderes "carismáticos"-, o países que habiendo gozado de robusta estabilidad derivaron hacia ominosos modelos dictatoriales, como ha sido el caso de Venezuela.

Desde que Chile se constituyó como nación independiente, rápidamente logró constituir un sistema de partidos políticos sólidos e instituciones perdurables que, con altos y bajos, fueron capaces de brindar un largo tiempo de estabilidad a la República. Durante el siglo XX el cuadro ya fue distinto y comienza a aflorar entre nosotros el fenómeno del populismo en distintas intensidades y variantes, esta suerte de "conexión directa" con "el pueblo" para satisfacer las demandas populares.

Una de las virtudes que tan buenos frutos dio al país en las últimas tres décadas fue el consenso que se alcanzó -no exento de dificultades y tensiones- en torno al modelo económico y social, caracterizado por una economía libre y un Estado regulador, así como la voluntad de buscar entendimientos entre las fuerzas políticas. Ello permitió crear las condiciones para uno de los períodos de mayor crecimiento que ha conocido la historia de nuestro país. Así, por ejemplo, si a modo de ejercicio se toma como referencia el año 1940, al país le tomó prácticamente 50 años duplicar su PIB per cápita; desde su nivel en 1990, en cambio, le tomaría solo 20 años volver a doblarlo. No cabe duda, a Chile le ha ido mejor cuando se ha regido por un modelo estable y con los estímulos claros al crecimiento -estabilidad jurídica, derecho de propiedad, esquemas tributarios orientados a promover la inversión y políticas sociales activas y bien focalizadas-, que cuando ha pasado por períodos de inestabilidad política o cuando se han debilitado los pilares del crecimiento.

Esos consensos básicos hoy parecen resquebrajados, y el riesgo de caer en una espiral populista parece estar más cerca de lo que quisiéramos. El tenor de ciertas propuestas que se tramitan en el Congreso -algunas con escaso apego a principios constitucionales, y otras completamente desentendidas de sus efectos en la economía-, así como la forma autoritaria con que algunos pretenden zanjar las legítimas diferencias que surgen en la sociedad -apelando a "la calle", o mediante "funas"-, son señales de deterioro que no deben ser minimizadas, pero que aún no es tarde para revertir. El populismo no conoce ideología -lo hay tanto en las izquierdas como en las derechas-, pero una vez instalado, su erradicación se hace extremadamente difícil. Los servidores públicos deben recordar siempre que su primera responsabilidad es con el país, y no anteponer intereses propios.