Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

Los más pintorescos argumentos se han esgrimido últimamente para promover el presidencialismo. Que los regímenes parlamentarios pueden ser más tiránicos que el monárquico o presidencial (sic), uno de ellos. Otro: que aun cuando en Chile somos una “pluralidad de naciones” (recién, antes nunca lo dijeron), y es una gran cosa tener una segunda cámara para ello, incluso con escandalera, solo un Presidente de la República puede facilitarnos un “horizonte común”. Gana la elección y todos vamos a estar entusiasmadísimos. Lo que es la guinda de la torta se la debemos a nuestra vanguardia constitucional, la Convención, desde donde pretenden nacionalizar de nuevo las empresas mineras, y una vez conseguida esta tremenda reivindicación popular (todo Chile no habla de otra cosa, dicen), para que no surja duda que se está ante un “horizonte común” se ordenará que “el Estado tome posesión inmediata de estos bienes en la oportunidad que determine el Presidente de Chile”.

Leo estas genialidades, de gente se supone que seria, y de otra, me temo, disfrazada de dinosaurio como me hiciera ver un amigo, y la verdad es que el presidencialismo no ha cambiado en nada en Chile. Sigue recordando absolutismos pasados: el del monarca español, remasterizado como “régimen portaliano”, gusto también del pinochetismo reciente. Y de esas otras dictaduras tan de autoritarios -el primer Ibáñez, el segundo Alessandri, Balmaceda- suficientemente transversales que da lo mismo si el Presidente es de derecha, izquierda, o “anti-político”. Tiempo atrás un grupo capitaneado por Arturo Fontaine, alguna vez gremialista, intentó resucitar la Constitución de 1925, por ser presidencialista, sin admitir que nos llevó al despeñadero el 73. No es nuevo.

Lo curioso es que esta vez la transversalidad se hace acompañar por comunistas, que en 1925 se aliaron con el Partido Conservador y radicales a favor del parlamentarismo. ¿Cómo se explica? Pues, el Estado es aún más poderoso y botín que entonces, se piensa que el Señor Presidente lo controla, y con el próximo Presidente todo puede pasar, sea que vire a la izquierda o a la derecha según aconseje el cinismo jesuítico, y Teillier le lleve el amén. El cual puede ser solapadamente calculado. Ya están planeando que el Ministerio del Interior sea solo político, y deje de hacerse cargo de la seguridad pública. Si, de ese modo, a Izkia Siches se le ahorra el final fatal de Pérez Zujovic y queda abierta la sucesión Boric-Siches-Boric-Siches (ya planteó dicha posibilidad Sofía Correa). No hay nada que le guste más al presidencialismo que prolongarse y repetirse el plato. Con la salvedad que nadie controla al Estado. Lo decíamos la semana pasada. Tecnocracia, burocracia, militares, y razones de Estado, pueden hacer de éste un ente plenamente autónomo, incluso del Presidente.