La ministra Marcela Cubillos anunció que en 2019 impulsará una reforma al sistema de admisión de la educación superior, lo cual supone reformular la Prueba de Selección Universitaria. Es una buena noticia, porque la PSU ha provocado distorsiones que necesitan ser corregidas.

Debido a que la PSU tiende a reproducir las diferencias socioeconómicas, la ministra de Educación enfatiza sus efectos sobre la equidad. Los más ricos van a colegios que logran pasar con detalle toda la materia evaluada en la prueba, mientras que el resto asiste a establecimientos que no alcanzan a hacerlo o no lo hacen bien. Es una situación injusta que debe ser enfrentada.

Al proyectar la reforma a la PSU sería deseable que el Ministerio de Educación considerara asimismo cuestiones relativas a la calidad de la enseñanza que deberían estar en el centro de sus preocupaciones, pero que, por desgracia, han perdido presencia. El costo de este descuido lo pagan estudiantes, que egresan de enseñanza media con enormes vacíos de conocimiento y mal preparados.

Pese a que es un instrumento deficiente, la PSU se ha transformado en el principal barómetro de la calidad de la educación, al punto que distintos medios organizan rankings basados en el resultado de cada establecimiento en el test. Junto a otros aspectos -como la presión de los padres y las decisiones de las directivas de los colegios-, esto ha generado que nuestra enseñanza media sea "PSU-céntrica".

Al menos dos consecuencias perversas se desprenden de esta realidad.

Primero, una uniformidad creciente en la enseñanza, pues los contenidos y las preguntas de la PSU son fijados centralmente, sin injerencia de los colegios, los que se concentran en pasar las materias evaluadas en la forma en que son medidas. Algunos, incluso, hacen de cuarto medio una suerte de preuniversitario dedicado a preparar a sus estudiantes para la PSU.

Segundo, hay materias que pierden presencia en el currículum escolar o que ya no se enseñan. Se minimizan algunos contenidos y retroceden ámbitos como las artes o la filosofía, marginalizados por su ausencia en la PSU.

Como resultado, instituciones que se precian de contar con tradición e idearios fuertes ceden sin chistar parte de su sello distintivo. Además, los alumnos quedan mal formados. El sistema pierde variedad y riqueza cuando todos hacen lo mismo, y dejan de enseñar materias que enriquecen el espíritu y expanden los horizontes vitales de nuestros adolescentes.

Erradicar las inequidades de la PSU es importante, pero también lo es que nuestros escolares salgan bien formados. Ojalá la ministra de Educación tenga a la vista esta consideración cuando prepare la reforma.