Bienvenido sea el "compromiso país" para erradicar la pobreza presentado el martes por el gobierno. La idea de que "ningún chileno se quede atrás" es valiosa en una serie de dimensiones y marca una nota de solidaridad que ha sido postergada por largo tiempo, aunque todavía falta que el programa se vea complementado con un relato que lo informe y le dé sentido trascendente.

Resulta virtuosa la idea de que todos los chilenos puedan llegar a ser parte de "un país desarrollado y sin pobreza", como sostuvo el Presidente Piñera al presentar el proyecto, pues compromete la atención de un Estado y una sociedad que estuvieron distraídos y parecieron haber abandonado a amplios sectores de la población que viven en el hacinamiento, bajo conformaciones familiares irregulares, soportan la presencia desintegradora del narcotráfico y la delincuencia en sus barrios, carecen de oportunidades laborales estables y cuyas demandas encuentran escaso eco en el espacio público. Son chilenos que han quedado al margen, asfixiados por problemas cuya solución tarda y tarda en llegar.

Volver a fijar la atención en los carenciados supone asimismo un acto de justicia que desplaza la mirada desde los vociferantes ruidosos a los débiles silenciosos. Es una medida unificadora en un país que ha ido acostumbrándose a la distancia y al discurso corrosivo que los profetas del resentimiento han construido en torno al desinterés de unas élites olvidadizas de la vocación de servicio que alguna vez las distinguió. Piñera parece comprender que hay problemas que no pueden seguir esperando. Enhorabuena.

Al confiar la solución a los expertos, hasta ahora el enfoque parece ser puramente técnico, como si el desarrollo que el mandatario no se cansa de augurar fuera tan solo cuestión de condiciones materiales. Éstas son, sin duda, importantes, pero, como advirtió hace ya medio siglo el historiador Mario Góngora, "no es solo la miseria lo que viola la dignidad humana", sino también una planificación que no toma en cuenta consideraciones espirituales arraigadas en nuestra tradición.

Si el mandatario consigue dotar de mística, articulación política y sentido de misión a iniciativas como ésta, le hará un gran servicio al país y habrá puesto la primera piedra para crear una "derecha compasiva", capaz de proveer respuestas concretas y trascendentes allí donde otros prometieron utopías desilusionantes.

La apuesta es mayor y el gobierno parece bien encaminado. Ojalá comprenda la profunda dimensión de la tarea que ha emprendido y esté dispuesto a reconocer que un proyecto así requiere tanto de buenas soluciones técnicas que le den eficacia, como de un alma que le insufle sentido y vitalidad.