En el último tiempo, el feminismo ha pasado a ser un tema prioritario en redes sociales y en la sociedad en general. Más allá de la polémica que levantó la última entrevista a Cristián Warnken en el diario La Hora (Warnken dijo, entre otras cosas: "hay que tener ojo de pasar de un machismo brutal a un feminismo radical"), la desigual posición que afecta a la mujer en los diferentes espacios -lo que conlleva: discriminación, abusos e inequidades- es hoy tema de debate, de análisis, de movilizaciones y de legislación. Mientras los conservadores plantean la necesidad de un proceso gradual para nivelar las oportunidades entre hombres y mujeres -ojalá lo más lento posible-, las y los feministas más comprometidos postulan que no se puede seguir esperando para construir una sociedad justa e igualitaria y que quienes no entiendan esto o les faltan palos para el puente o, sencillamente, no tienen ningún interés en cambiar el actual estado de cosas.

Personalmente, tengo una opinión favorable hacia el feminismo, en el entendido que una sociedad no puede invisibilizar el discurso de un porcentaje importante de la población, y en la convicción de que muchos de los grandes males de nuestros tiempos, probablemente, se podrían haber evitado o, cuando menos, atenuado, en caso de que el discurso masculino -con su lógica, sus virtudes y sus vicios- hubiera convivido a la par con el discurso femenino.

En este contexto, debemos convenir que durante mucho tiempo el fútbol fue un territorio que marginó el discurso femenino. Inicialmente, a partir de restringir la práctica del deporte sólo a los hombres, y luego -una vez que el fútbol generó espacios para que las mujeres lo practicaran- manteniendo los cuerpos directivos lejos de cualquier participación de las mujeres. Si bien es cierto que la FIFA ha impulsado diferentes iniciativas -como el Programa de Desarrollo del Liderazgo Femenino, que busca incrementar el número de dirigentes y modelos femeninos en el fútbol-, el fútbol profesional sigue siendo un territorio poco inclusivo y en el que el discurso femenino es considerado uno de segundo orden. Un botón de muestra es lo que ocurrió con la posibilidad de que una mujer dirigiera el plantel profesional de Santiago Morning: los futbolistas vieron esa opción casi como una amenaza y plantearon reparos de diferente orden.

Como contrapartida, hace unas semanas, dos autoras difundieron en España un Breve Decálogo de Ideas para una Escuela Feminista. Fueron 19 puntos entre los que se proponía erradicar a determinados autores sindicados de misóginos, la eliminación de las clases de religión católica y la erradicación del fútbol de los recreos, en el entendido que es una actividad que monopoliza los espacios y excluye a quienes no participan en ellos.

Este último punto puede ser clarificador del aporte que puede ofrecer el discurso feminista dentro de una actividad como el fútbol. Creo haberlo practicado en casi todos los recreos que tuve en mi enseñanza escolar y haber vivido momentos inolvidables. Sin embargo, puedo reconocer que efectivamente es una actividad que monopoliza los espacios y excluye a quienes no participan en él.

Me encantaría ver más mujeres compartiendo roles y protagonismo dentro de nuestro fútbol. Creo que muchos de los males que hoy -futbolistas, dirigentes, hinchas y periodistas- somos incapaces de ver, podrían ser iluminados por ese discurso femenino al que muchos, lamentablemente, le siguen haciendo la cruz, ya sea por miedo o ignorancia.

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