Brutos o dioses

Incendio-Amunategui
Foto: Twitter @IntendenciaRM

Reducir la democracia a simples mayorías es tener una pobre comprensión de la misma. Por de pronto, la simplista generalización de tal principio a nivel de la comunidad política acarrearía el riesgo de caer en una tiranía de la mayoría


Las recientes tomas universitarias o la que obligó al Liceo Amunátegui a suspender el año debido a la envergadura de sus destrozos, son las expresiones más recientes de un fenómeno cada vez más cotidiano. No solo a nivel de reivindicaciones estudiantiles, sino que en una amplia gama de demandas "sociales" que no escatiman en apoderarse del espacio público en pos de sus exigencias particulares. Todo tan familiar que ya casi no sorprende. Y lo que es peor, de tanta costumbre, hemos devenido acríticos respecto a una forma de actuar que debiera resultar inaceptable en una sociedad pluralista y democrática.

Lo primero a decir con todas sus letras es que la toma es un acto violento e ilegitimo. Lo es porque, en aras de reivindicar intereses particulares, importa coacción arbitraria sobre terceros que son privados de derechos y libertades básicas. ¿No es acaso lo que ocurre cuando, prohibiendo el ingreso a un recinto educacional, se impide a otros ejercer su derecho estudiar o a profesores y funcionarios el de trabajar? ¿O cuando, dañando la propiedad en formato "paga moya", se traspasa la onerosa carga a terceros?

Hay quienes justifican las tomas escudados en la bondad de las causas que reivindican. Pero ese argumento es falaz. ¿Quién determina tal bondad? Aunque parezca una obviedad, dejar esa definición al propio involucrado denota un evidente conflicto de interés. Después de todo, uno no es un espectador imparcial de su propia causa. En una sociedad plural, con múltiples reivindicaciones, muchas de ellas contrapuestas, si cada cual se creyera iluminado para imponer sus demandas, no habría más que caos.

Esta es la razón última por la cual la manera pacífica de resolver nuestras diferencias es que cada cual renuncie a imponer sus reivindicaciones a cambio de reglas e instituciones democráticas que permitan canalizarlas civilizadamente. Esta es la base del pacto político. Por lo mismo, incluso suponiendo que una causa particular sea valiosa, ¿justifica ella la coacción a terceros? Es evidente que no. Supeditar los medios a los fines sería aniquilar las reglas de convivencia derivadas de la deliberación democrática.

Desde las tomas estudiantiles, se dice, entonces, que la legitimidad de la toma vendría de la decisión "democrática" de una mayoría que la decide en asamblea (por cierto, solo de estudiantes). Pero reducir la democracia a simples mayorías es tener una pobre comprensión de la misma. Por de pronto, la simplista generalización de tal principio a nivel de la comunidad política acarrearía el riesgo de caer en una tiranía de la mayoría. Es por esto que la democracia liberal, anclada en la representación y en la división del poder, garantiza una serie de derechos y libertades individuales fundamentales en aras de proteger a las minorías de eventuales excesos de mayorías circunstanciales.

No cabe duda que detrás de las tomas hay intensa pasión. Pero ocurre que validar la pasión como criterio de convivencia implica renunciar a la comunidad política. Una renuncia, señalaba Aristóteles, que solo puede ser propia de brutos o de dioses.

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