Modernizar el Estado: una medida efectiva de austeridad fiscal

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Las restricciones fiscales hacen más complejo cualquier cambio, dado que éste no puede ser "lubricado" con recursos financieros. Sin embargo, el sentido de crisis también permite impulsar cambios radicales y sustantivos que no suelen ser considerados en escenarios de estabilidad económica.


Según datos de la Dirección de Presupuestos, entre los años 2007 y 2016, el gasto en personal del Gobierno Central ha representado anualmente un 20% del gasto total. En otras palabras, durante 10 años, por cada $10 adicionales al presupuesto, $2 fueron destinados -de manera permanente y consistente- a la contratación de personal o a mejoras en sus remuneraciones. Este dato cobra relevancia considerando que el aumento del gasto público en dicho periodo de tiempo ha sido de un 85% real.

Al respecto, ¿es deseable que, en el largo plazo, el porcentaje de gasto destinado a personal sea constante en el tiempo? Para un Estado moderno, la respuesta es no. Una real modernización del Estado implica centrarse en hacer "más" con "lo mismo", diseñando e implementado nuevas estructuras organizacionales, procesos y herramientas que le permita crear valor público de manera eficiente y efectiva. De aquí que se esperaría que, a mayor gasto público, menor sea el porcentaje destinado a personal.

Lo anterior es solo una de muchas razones sobre por qué es necesario impulsar iniciativas que apunten a un Estado capaz de proveer bienes y servicios de la mejor forma posible. Y, contra la intuición de muchos, un escenario de austeridad fiscal puede ser una oportunidad para ello.

Desde una perspectiva tradicional, las restricciones fiscales hacen más complejo cualquier cambio, dado que éste no puede ser "lubricado" con recursos financieros. Sin embargo, el sentido de crisis también permite impulsar cambios radicales y sustantivos que no suelen ser considerados en escenarios de estabilidad económica. Esto, por cierto, implica darle un sentido estratégico a la política de austeridad y no acotar su alcance a gestionar recortes presupuestarios. En efecto, la austeridad fiscal no solo debe traducirse en la reducción de gastos asociados a bienes y consumo, o en limitar la adquisición de activos no financieros (como automóviles o computadores), sino también en el diseño e implementación de nuevas tecnologías, procesos y estructuras organizacionales que le permitan al Estado alcanzar una mayor eficiencia en el uso de recursos públicos y mantenerla en el largo plazo.

Sin esta perspectiva estratégica de la austeridad se corre el riesgo de tender a un Estado que, en circunstancias profundamente desfavorables, hará frente a duras penas a las exigencias de una ciudadanía que, pese a las señales de austeridad, seguirá demandando más de él.

*Coautor columna: Carlos Castro, ingeniero civil industrial, director ejecutivo Centro de Sistemas Públicos, U. de Chile.

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