Acoso: todas tienen una historia

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La marcha de esta semana puso de manifiesto la preocupación por la violencia de género. Los femicidios son la parte más extrema de ella, pero hay una realidad mucho más cotidiana que sólo en el último tiempo ha comenzado a denunciarse. Ocurre de día y de noche, cuando las mujeres están solas, pero también si están en grupos, cuando son chicas o adultas. En la calle, el metro, la micro, con más frecuencia, pero también en espacios personales. El acoso es una experiencia común en la vida femenina. Pregunte a su alrededor.




"Las mujeres no caminan con la misma tranquilidad que los hombres"

"Junto a dos amigas estábamos en el Parque Juan XXIII. Íbamos en tercero medio y nos gustaba ir al parque después de clases a conversar o a cantar. Nos sentamos en una banca y vi que había un hombre estaba orinando cerca de nosotras. No lo pesqué. Pasó un rato y me di cuenta de que seguía ahí, pero ahora nos estaba mirando, con los pantalones abajo. Le advertí a mis amigas y una de ellas le gritó: 'Asqueroso, no me muestres tu pene'. El tipo reaccionó inmediatamente y se fue. Ella nos contó que si te rebelas, les da vergüenza. Pasaron dos semanas y me ocurrió lo mismo en el Parque San Borja. En ambas ocasiones me dio mucho miedo y rabia. ¿Por qué nos hacían eso si nosotras estábamos tranquilas en un parque?

Años después conocí al Observatorio Contra el Acoso Callejero, gracias a un trabajo universitario. Ellas han hecho un gran aporte al ponerle nombre a esta situación. Sabíamos que algo pasaba, pero no había un sustento teórico para luchar contra esa realidad. Las mujeres no caminan con la misma tranquilidad que los hombres por la calle. Eso no es justo. Ahora, si veo a un grupo de hombres, me pongo a la defensiva y cara de brígida para que sepan que les voy a responder si me gritan, pero en el fondo igual te dicen lo que quieren y se ríen".

Constanza Troncoso, 23 años.

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Constanza Troncoso[/caption]

"Quería escupirle en la cara"

Como todas las mañanas, Daria Dekovic (23, en ese entonces) se subió en la estación de metro Camino Agrícola de la Línea 5. Iba camino a su internado, vestía traje de enfermera y llevaba puesta una parka larga. Estaba apoyada en uno de los asientos cuando de pronto se subió un hombre. "Lo vi y sentí algo extraño, entonces me corrí para el centro del vagón", recuerda. A una estación para llegar a su destino sintió que alguien la tocaba. "Frente a mí había una mujer y estaba este hombre atrás. La miré a ella y le pregunté: '¿Me tocó el poto?' y me dijo que sí. Me di vuelta y comencé a gritarle: '¡¿Qué te pasa?! ¡¿Por qué me tocaste?!'. Él no me decía nada. Se quedó callado y sólo me miraba con cara de 'Ya te lo toqué. ¿Qué quieres que haga?'. Quería escupirle en la cara porque no mostró ningún arrepentimiento. No sabía qué hacer. Lo encaré, pero igual se salió con la suya. Ahora veo un hombre y me corro. Ando siempre perseguida. A veces me pasan a llevar con un bolso o cartera, y miro para saber si me están tocando. Y cuando recuerdo esta historia, siento la misma rabia que sentí en ese momento".

Daria Dekovic, 26 años.

"Sentí que él tenía poder sobre mí"

"Estaba en Avenida La Dehesa esperando la 411 para ir a la universidad. Generalmente, en ese paradero hay mucha gente, pero no esa vez. Apareció un tipo y me miró de forma extraña. Se puso frente a mí y se comenzó a masturbar por debajo del pantalón. Me miraba y no me decía nada. Traté de ignorarlo y se empezó a reír. Ahí sentí que él tenía poder sobre mí, que me disminuía. Me dio mucha rabia porque se estaba aprovechando de la situación. Me tuve que alejar del paradero y esperar a que se fuera para poder tomar la micro. Cuando le conté a mi mamá, me preguntó si no me habría vestido muy provocativa. Y no. Era invierno y andaba con una parka gigante. Y si hubiese estado vestida así, ¿por qué él tiene derecho a hacer eso?

Esa no fue la única vez que viví una situación de acoso, cuando iba al colegio, con una amiga tomamos una micro para devolvernos a la casa y atrás de nosotras se sentaron seis hombres. Comenzaron a gritarnos ordinarieces y a tomarnos fotos por abajo del asiento. No supimos qué hacer, nos dio mucho miedo porque pensamos que reaccionarían de forma violenta".

Florencia, 25 años.

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Florencia[/caption]

"La gente me miró y nadie me ayudó"

"Hace poco me había separado de mi marido, entonces estaba muy sensible y vulnerable. Quizás qué cara tenía", recuerda Jasmine, quien trabajaba en Gran Avenida y para volver a su casa, en un viaje de 15 minutos, tomaba una micro. Al subirse se dio cuenta deque estaba muy llena y como su trayecto era corto, se quedó cerca de la puerta. "Comencé a sentir que me empujaban por detrás. Pegué codazos para que se corrieran. Incluso me di vuelta y justo no había nadie cerca de mí, pero a los minutos volví a sentir lo mismo", dice y agrega: "Al bajarme sentí que tenía algo húmedo en mis piernas. Me miré y tenía todo manchado. Un hombre había eyaculado encima de mí. La gente me miró y nadie me ayudó. Me puse a llorar de impotencia. Me da mucha rabia no haber reaccionado porque lo más seguro es que ese hombre siga haciendo lo mismo. Desde ese día y durante un año me fui caminando hasta mi casa. Nunca más tomé la micro porque me dio susto volver a vivir lo mismo".

Jasmine Pardo, 52 años.

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Jasmine Pardo[/caption]

"Llevo dos años viéndolo todos los días"

"Como era costumbre, con cuatro amigos, que también eran compañeros de trabajo, hacíamos trekking en el cerro Manquehue después de la pega. En diciembre de 2014 planificamos una salida y fui sola con uno de ellos. En su auto porque yo no tenía. Empezamos a subir y en la mitad del camino cambió su actitud. Hacía como que empujaba o me ayudaba, y aprovechaba de tocarme. Ahí me di cuenta de que lo estaba haciendo con mala intención, le grité que no siguiera, incluso le alcancé a pegar en los brazos. La subida se volvió muy incómoda. Al bajar, llegamos al auto le pedí que me dejara sola y él se bajó. Me saqué la polera para que no quedara mojada e inmediatamente volvió a entrar y se tiró encima de mí. Forcejeamos. Él era más grande y fuerte, pero pude detenerlo. Me salí del auto y actuó como si no pasara nada, sólo se rio y pensó que era una talla. Sentí mucha rabia por aprovecharse de una situación donde estaba sola. No entendí por qué había pasado si nunca había mostrado otra intención conmigo.

Al otro día llegué al trabajo y lo denuncié en Recursos Humanos, pero después me di cuenta de que todo me podía jugar en contra. Me ofrecieron poner una demanda, pero llevaba tres años trabajando y no podía arriesgar todo. Además, era mi palabra contra la suya, él es gerente de proyectos y yo sólo jefa, por lo que preferí dejarlo ahí.

No recibió un castigo penal, pero sí social. Le conté a todos mis compañeras y amigos, sobre todo para que tuvieran cuidado con él. Actualmente me lo encuentro en los pasillos y reuniones, donde siempre me tira un piropo. Un día no soporté más y cuando me iba a subir al ascensor con él y más gente, lo miré y le dije: 'No subo sólo porque estás tú'. Llevo dos años viéndolo todos los días e insiste con comentarios desubicados. Hasta la fecha nunca me ha pedido disculpas".

Diana, 45 años

"El día que renuncié me sentí absolutamente liberada"

"Hace dos años entré a trabajar a un proyecto en una universidad. Estaba feliz porque me gustaba mucho, además que soy separada y mamá de dos hijos, por lo tanto tengo que cuidar el trabajo. Pero a las dos semanas empezaron los problemas. Generalmente me quedaba a la hora de almuerzo trabajando, ya que estaba sola y más tranquila en la oficina. Un día me vio mi jefe y me invitó a almorzar. Nunca había hablado con él, más allá de las reuniones que teníamos. Le agradecí su invitación pero la rechacé. Después comenzó a visitarme casi todos los días. Me piropeaba, pero siempre me negué, hasta que un día me invitó a almorzar para conversar sobre un negocio externo que estaba armando. Ingenuamente le creí y lo acompañé. Fuimos a un café, frente a la universidad, y al sentarnos me dijo: '¿Tú sabes que atrás de este café hay unas piezas que se arriendan como motel? Podríamos ir...'. Me quedé helada y le dije que me parecía muy desubicado. Tras eso dejó de ir a verme pero semanas después preguntó frente a todos: '¿Cómo está mi regalona?'. Fue muy incómodo e incluso, el jefe de proyecto pensó que teníamos algo. Después, poco antes de entrar en una reunión, me preguntó, delante de él, si no quería acompañarlo a su baño privado: '¿Por qué no nos vamos a pegar un polvo y llegamos tiki taka a la reunión?'. No le dije nada y me fui. Mi compañero, que vio todo sólo se rio. Le pregunté por qué no me había defendido y su respuesta fue: 'tú te tienes que defender sola porque eres una mujer grande'.

Mi situación se volvió muy incómoda, lo último que aguanté fue cuando me gritó y se rio de mí en una reunión con doce personas. Siempre pensé que podría manejar la situación, que se aburriría, pero se me escapó de las manos. Aguanté cuatro meses y el día que renuncié me sentí absolutamente liberada".

Carol Werner, 45 años.

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Carol Werner[/caption]

"Pude gritar porque estaba comenzado a estudiar el feminismo"

"Iba llorando en la micro 106 porque había reprobado un ramo que era necesario para poder hacer la práctica. Me senté atrás porque sentía vergüenza, no quería que me vieran. Estaba mirando por la ventana cuando un hombre se puso a mi lado y me bloqueó el paso. Sentí olor a copete y pensé que estaba curado. No le di mucha importancia porque me imaginé que era el típico borracho jugoso. Pero me incomodé cuando me preguntó por qué estaba llorando y qué me había pasado. Se me acercó y me dijo que 'una niña tan bonita como tú no puede andar sola'. Me puso la mano en la rodilla y empezó a subirla hasta tocarme la entrepierna. Me dio mucho susto, la gente se dio cuenta, pero nadie me ayudó. No podía arrancar porque él me tapaba la salida. Lo único que hice fue gritar: '¿¡Qué te creí?! ¡¿Por qué me estay tocando?!', ahí todos lo miraron, él aprovechó una parada y se bajó. Pude gritar porque estaba comenzando a estudiar el feminismo. Ahí me percaté de que en mi vida siempre he sufrido hechos de acoso. Antes pensaba que era normal que te gritaran al oído o que te silbaran, pero no lo es".

Bárbara Letelier, 27 años.

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Bárbara Letelier[/caption]

"Me empecé a desesperar porque no me podía dar vuelta y ver quién era"

"A comienzos de este año fui con un grupo de amigos y mi pololo a un ciclo de conciertos de bandas nueva en el Bar Loreto. Generalmente en este tipo de eventos se generan los mosh pit, que es cuando la gente se junta frente al escenario y comienza a saltar. Estaba en medio de todos, muy apretada, cuando sentí que un hombre me empujaba con su pelvis hacia adelante. Es común que dentro de un mosh te empujen o te peguen de casualidad, pero esta vez era diferente, no fue algo casual, fueron varios minutos y nadie estaba saltando. Me empecé a desesperar porque no me podía dar vuelta y ver quién era. Traté de moverme a los lados y él me seguía. Cuando logré salir de ahí, miré para atrás y había cinco hombres, pero no tenía cómo saber quién había sido. Si lo hubiese podido reconocer, le habría gritado o pegado. Le conté a mi pololo y me puse a llorar de pura rabia por no haber podido encarar al tipo y por la injusticia que vivimos las mujeres en los conciertos. Desde ese día, cuando estoy rodeada de muchas personas me desespero".

Javiera Tapia, 28 años.

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