Columna de Héctor Soto: El camino de vuelta

Bachelet contraluz



Hace tres años estuvo seriamente en duda si Chile quería seguir creciendo como país en la ruta del capitalismo democrático, con miras a incorporarse alguna vez -en 10, en 20 o 40 años más- al club de las naciones desarrolladas. Existían entonces señales contradictorias: unas que sí, otras que no. Así lo vieron analistas internacionales y -más importante que eso- así lo vimos también nosotros, los chilenos, cuando el electorado le entregó a la actual Presidenta un robusto mandato -62% de los votos en segunda vuelta- para llevar a cabo un programa de reformas que contrariaba -a veces explícitamente, a veces de manera indirecta- los rumbos por los cuales el país había optado en los últimos 30 años.

Los resultados de esta experiencia están a la vista: son desastrosos en términos políticos, económicos y sociales. En el tinglado político -no en la base social- el país está más dividido que antes. El temor de la gente a los fantasmas del desempleo, de la vulnerabilidad, de la falta de oportunidades y de la delincuencia ha subido. Y nunca desde la transición en adelante el clima anímico de la sociedad chilena fue peor que durante estos últimos años. Tal vez por eso, hasta aquí al menos, todo indica que el nuevo ciclo de la política chilena, anunciado por este gobierno con bombos y platillos el año 2014, concluirá irreversiblemente el 11 de marzo próximo. No durará ni un minuto más.

Estuvo bueno. Bueno básicamente porque fue corto. Solo por eso. Aunque al país le costará años absorber, corregir, compensar, procesar y neutralizar la cantidad de distorsiones e inercias que la actual administración introdujo en las correas transportadoras del progreso y la movilidad social, la gente quiere verlas de nuevo en movimiento, no obstante que el Estado se ha vuelto más pesado (y más caro), la economía más lenta y el país más desconfiado. Y porque quiere retomar el dinamismo –no porque se haya derechizado, no porque quiera volver a partir de cero, no porque el personaje le caiga especialmente simpático- hoy Sebastián Piñera tiene grandes probabilidades de volver a La Moneda el año próximo.

Si esas posibilidades se frustran, está claro que como país vamos a estar en problemas. Hubo mucho tartufismo en las críticas que le llovieron esta semana al presidente de la Bolsa de Comercio por decir lo que es casi una obviedad: que si no gana Piñera los valores bursátiles se irían al diablo. Habló de colapso en el precio de las acciones. La imagen puede ser un poco fuerte, pero en esto no hay ningún misterio. Reconocerlo no tiene nada de proselitista y no está en el libreto de ninguna campaña del terror.

No solo las acciones resultarían castigadas. La sensación general es que el país tampoco aguantaría otro período más sometido a los actuales niveles de estrés y frustración. El gobierno está terminando a tumbos; en menos de mes y medio perdió al equipo económico y acaba de perder al mejor de sus hombres del equipo político, y lo notable es que en ninguna de estas bajas la oposición disparó un solo tiro. Todos correspondieron a errores propios o no forzados y el gobierno parece cada vez más confundido entre ir de salida o estar en fuga. La frontera entre una cosa y otra parece no estar clara en la mente de la Presidenta.

¿Significa que si triunfa Piñera el país retomará sin mayores contratiempos la velocidad a la que se venía desarrollando antes en el plano político y económico? Obviamente no. Eso dependerá de varios factores. Más allá de sus intenciones, los gobiernos no son más que una parte de la ecuación. De partida, será decisivo el estándar que la administración pueda reintroducir a las políticas públicas, varias de las cuales se vinieron abajo o han estado girando en contra, en función de las premuras, chapucerías e inepcias que hemos visto en estos años. También será determinante el tipo de oposición que el nuevo gobierno enfrente, puesto que está descartado que la derecha pueda alcanzar el control del Parlamento. Es posible que mejore sus posiciones, pero nada más.

Los estudios que se han hecho a este respecto en realidad señalan que ninguna fuerza política por sí sola podrá constituir una mayoría parlamentaria estable. Eso no necesariamente es una mala noticia para el sistema político. Al revés. Podría ser una oportunidad para que el Poder Legislativo se sacuda de su desprestigio. La función del Congreso es evaluar, negociar y forjar acuerdos. Pero, dicho eso, el problema no está resuelto, entre otras cosas, por la crisis que afecta a la izquierda y por las tensiones internas que han inmovilizado a la DC.

Dividida como lo está en la actualidad, y completamente escindida del eje socialdemócrata que la mantuvo por años con un fuerte cable a tierra, la posibilidad de que la izquierda se radicalice en la calle es muy alta. La calle no solo va a ser una trinchera difícil para el gobierno que venga; también será el escenario donde el Frente Amplio se prepara para ajustar sus cuentas con la izquierda tradicional y derrotarla. Llegará el momento en que las fuerzas competirán entre sí por las canchas del extremismo. Y aunque la mayoría del país no quiera oír hablar de radicalización, siempre hay que darle a la política chilena un buen margen a la insensatez. Porque es un insumo que nunca falta.

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