Columna de Óscar Contardo: Cuatro mil millones

Pope Francis waves as he arrives to lead the Wednesday general audience in Saint Peter's square at the Vatican



Me cuesta entender los refranes. Antes, cuando era niño y escuchaba o leía alguno, no me atrevía a preguntar su significado. Si a todo el mundo les parecían tan evidentes y simples, era porque algo en mí estaba fallando, algo que debía solucionar por mis propios medios. Entonces, tomaba como un desafío llegar a comprenderlos, pensaba que debía averiguar cuál era la realidad que se proponían describir, sin preguntar directamente, siguiendo pistas y huellas. Los que me resultaban más difíciles de dominar eran los refranes que involucraban alguna experiencia religiosa ajena a mi crianza. Hubo uno, por ejemplo, que sólo entendí de adulto: "Comulgar con ruedas de carreta". La duda partía por el verbo. Yo no sabía lo que era exactamente "comulgar". Supuse por largo tiempo que era un sinónimo de rezar, lo que me provocaba una gran confusión. ¿Qué sentido tendría rezarle a una rueda de carreta? ¿Por qué una rueda de carreta y no el pértigo o las anteojeras del caballo? Pensaba que el sentido fundamental estaba relacionado con la tracción animal a la que, por defecto, el refrán evocaba. Por alguna razón, cada vez que lo escuché, en lugar de concentrarme en la figura de la rueda, atendía a lo que parecía ausente de la oración: el caballo. Luego, cuando supe que comulgar era el momento en el que el cura ponía una hostia en la boca de alguien y que las hostias eran redondas, me acerqué a la idea oculta tras la figura. Primero pensé que era un dicho que se aplicaba para describir algo absurdo, luego caí en cuenta que era una frase que aludía a la ingenuidad.

Cuando leí el monto de dinero que se necesita para financiar las actividades del Papa Francisco en Chile, tuve una sensación parecida a la que tengo cuando me enfrento a uno de esos dichos populares que en ocasiones me parecen acertijos. Vi en una nota de prensa que el viaje del líder de la Iglesia Católica -tres noches alojará en el país- costará cuatro mil millones de pesos. El artículo advertía que la mayor parte del dinero se recaudaría por donaciones de privados, aunque no se explicitaba si las empresas podrían descontar de sus impuestos los aportes que hagan, una omisión relevante, porque el Papa llegará a Chile después de años en los que se ha estado discutiendo hasta el hartazgo sobre un diseño tributario justo que ayude a superar las graves desigualdades de ingreso y de horizontes de vida que existen en Chile.

Los organizadores de la visita sostuvieron que casi todos los fondos se destinarán a las reuniones masivas con los fieles; advirtieron también que el Vaticano no aportará nada y que todo correrá por cuenta de la Iglesia Católica chilena. Claramente, el sentido que cobra la expresión "Iglesia chilena" en este caso sobrepasa a la organización religiosa interna -aquella dueña de cuantiosas propiedades y acciones en empresas que gozan de beneficios tributarios-y se expande al católico común y corriente, es decir, hasta una señora Juanita en su versión de parroquia. A ella planean pedirle un día de sueldo para llegar a la meta. Anunciaron finalmente que si sobra algo, se lo darán a fundaciones de beneficencia.

Los pormenores económicos de la visita del Papa y las declaraciones oficiales sobre el dinero involucrado en la gira contienen la misma gramática barroca y nebulosa de los dichos populares que suelen confundirme. Un camino sinuoso con señales de tránsito que aparecen una y otra vez apuntando a la izquierda, pero que acaban siempre llevando a la derecha. Un Papa que se ha caracterizado por advertir sobre los peligros de la mercantilización de la vida, con una gestión de comunicaciones que insiste en presentarlo como el más sencillo de los parroquianos, pero cuya gira aparece entre las opciones de donación del cajero automático. Curiosamente, el mismo día en que se anunció esta cifra -los cuatro mil millones-, en la cuenta Twitter del Papa Francisco se leía una frase sobre la pobreza y la alegría.

¿Tan caro resulta escuchar hablar sobre el valor de la sobriedad? ¿Tantos millones son necesarios para que los católicos de un país escuchen a su máxima autoridad religiosa en vivo y en directo? Uno de los organizadores advirtió, a modo de consuelo, que en Colombia -un país con conflictos sociales muchísimos más graves que los nuestros- el presupuesto demandado para la visita fue aun mayor, que allí incluso hubo media hora de fuegos artificiales después de una misa. Aquel detalle me recordó que Dios escribe en renglones torcidos y que nunca entendí qué tenía que ver el Reino de los Cielos con un camello que quiere pasar por el ojo de una aguja.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.