Columna de Óscar Contardo: La astucia y la ignorancia

Ossandón

Manuel José Ossandón apuesta a buscar la confianza de las personas que no ven en el conocimiento algo valioso, sencillamente porque sus vidas son la evidencia de discursos políticos finamente elaborados y rotundamente fracasados.




El senador Manuel José Ossandón dice que para ser presidente hay que saber poco. Que para conocer la manera en que funcionan las cosas allá afuera están los asesores que deben acompañar al líder del modo en que lo hacen esos cardúmenes de peces pequeños que siguen a los más gordos. Ossandón describe entonces la figura de un candidato a la presidencia que en lugar de informarse y buscar los conocimientos por sí mismo, recibiría estudios bien elaborado por ese conjunto de colaboradores que son los encargados de dibujar, para él, el ancho mundo que escapa a su vista.

Todo esto no quiere decir que él no tenga convicciones; las tiene y las repite con el aplomo de quien conoce el modo exacto en el que se hacen las cosas. ¿Cómo se soluciona la amarga crisis en La Araucanía? Metiendo balas. No es necesario dar cuenta de un dominio del conflicto -para eso estarán los asesores-, pero sí es posible prometer balazos para acabar con una historia de violencia. ¿Qué política tendría su gobierno sobre el cambio climático? Poca y quizás ninguna. Esas son cosas que no le interesan a la gente, no tienen que ver con su vida diaria. Porque una jornada corriente -esa que necesita de agua, que se trastorna con los aluviones, las sequías y los incendios- es un asunto que transcurre independiente de las alharacas internacionales sobre tonterías de ambientalistas. ¿Habrá que despenalizar el aborto? No. Nunca. Jamás. Ni Dios lo permita.

Para llegar a tamañas certezas no es necesario ver estudios, escuchar a los expertos, conocer las experiencias ajenas. Le basta con su fe ruda, la misma que lo hizo a él -y a tantos otros- defender al estandarte de los sacerdotes abusadores chilenos.

Ossandón no sabe. No quiere saber, porque en su proyecto político no es útil demostrar conocimiento: "Los estadistas nos han dejado la grande", dijo en una entrevista, aclarando con esa frase el orden de las cosas que tiene en mente. Aquellos que conocen el mundo, los que se pasean por los salones internacionales de la política, los que lucen sus posgrados, los que hablan con fluidez la jerga de los economistas, los especialistas en traducir a números la desgracia ajena, no le interesan. Ellos son una minoría que el senador -con su diploma de técnico agrícola de un instituto profesional- mira con distancia y recelo.

Ossandón se une entonces a la manada de los descontentos, ese grupo que por origen no le corresponde -¿hay algo más agrariamente pije que su familia?-, pero al que supo acercarse, conocer y entender en su lógica. Entró en la política en esa arena, la de las poblaciones de casas de cartulina y botillerías enrejadas, armado con las herramientas que tuvo a su alcance. Logró combinar el lenguaje ancestral del patrón paternalista y rústico -el que se movía con naturalidad entre inquilinos y peones- con el de los marginados por los políticos profesionales. Aquel diploma técnico en medio de un clan de distinción y privilegios debió haber hecho brotar en él una destreza privada y efectiva. Tal vez su desdén por la arrogancia de los que sí saben fue el puente que lo conectó con ese nuevo mundo, el de hombres y mujeres viviendo en la desventaja perpetua.

Ossandón es una poción que en una dosis justa y en el lugar adecuado funciona con eficacia: le arrebató una de las comunas más pobladas del país a la izquierda, logró llegar al Senado y ha sido capaz de hablarle golpeado a un candidato y ex presidente de su propio sector. El senador sabe que algunos lo pueden mirar con vergüenza ajena -seguramente conoce esa manera de ser tratado- y entiende que ellos nunca lo aceptarán. Sus votos los da por perdidos. El discurso de Ossandón no surte efecto entre quienes verán un programa político el domingo por la noche, ni entre los que leerán sus descargos por la prensa. El senador les habla a quienes no les da el tiempo para leer, estudiar ni conocer. Su discurso va dirigido a los que no levantan cabeza más allá de una jornada asfixiada de rigores; a los que no están dispuestos a discutir algo que esté más allá de sus urgencias; a los que ven en el rostro de la mayoría de los expertos nada más que un gesto de asco propio de los afuerinos.

Manuel José Ossandón apuesta a buscar la confianza de las personas que no ven en el conocimiento algo valioso, sencillamente porque sus vidas son la evidencia de discursos políticos finamente elaborados y rotundamente fracasados.

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