La historia del chileno que abrió un bar en Corea del Norte: "Es un país muy exótico, pero después de 3 meses te da pena"

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Durante casi dos años Ramiro Lavín vivió en el país más hermético del mundo. Pese a las restricciones del régimen, no sólo logró documentar a través de fotografías la vida de los norcoreanos, sino también se instaló con el primer bar del área diplomática de Pyongyang. Aquí relata su experiencia.




Fue en 2009 cuando el chileno Ramiro Lavín se asentó junto a su esposa y su pequeño hijo en Corea del Norte.

A su pareja, Nana, le ofrecieron un puesto de trabajo en el Programa Mundial de Alimentos, en dicho país, lo que a Ramiro le pareció una gran oportunidad para poder conocer más de cerca este misterioso lugar del mundo y poder documentar su forma de vida a través de imágenes.

"Pero cuando llegué me di cuenta que era imposible tomar fotografías", relata el chileno al programa Miércoles de Mundo de La Tercera.

"Corea del Norte es un país muy exótico, bonito, te dan ganas de conocerlo al principio, pero después de tres meses te empieza a dar pena. Te das cuentas que las personas no viven, sólo sobreviven", agrega sobre la hermética nación que en ese entonces era gobernada por Kim Jong-il, padre del actual líder Kim Jong-un.

Junto a su familia, Ramiro se asentó en el área diplomática de Pyongyang . Mientras su esposa trabajaba para la ONU y su hijo -cuyo cabello rubio acaparaba todas las miradas de los coreanos- asistía a un pequeño colegio internacional, el chileno buscó empleo en algunas embajadas.

Finalmente encontró un puesto en Unicef pero de inmediato le dijeron que no podría tomar fotografías. "Lo mío no era estar frente a un computador así que renuncié", relata.

Los extranjeros sólo tenían permiso para desplazarse libremente por el área diplomática, pero Ramiro consiguió un permiso para salir de esa zona y recorrer la ciudad "siempre acompañado de dos oficiales del régimen a los que tenía que informar a dónde iba y por qué", cuenta.

En estos recorridos notó algunas peculiaridades del país. "Hay muy pocos autos, pero no hay bencina, tampoco semáforos. Las calles son súper grandes y están generalmente vacías porque funcionan como pistas de aterrizaje. Los edificios son inmensos pero no tienen ascensores, entonces cada cinco pisos hay salas de descanso", relata.

Y continúa: "Es una ciudad commpletamente construida para la guerra. Además como tienen bloqueo de petróleo, bencina y gas no tienen cómo calefaccionarse. Como extranjero te llama mucho la atención", relata.

Pese a las restricciones del régimen, Ramiro logró tomar muchas fotografías. "Partí a China y me compré una cámara pequeña pero muy moderna y ellos no se asustaban. Se quedaron tan pegados en la Guerra Fría que creen que el espionaje es como en los años 80' donde grababas o fotografiabas con cámaras gigantes. Siempre creen que quieres hacer contrapropaganda. Es todo muy irracional", cuenta.

La aventura de abrir un bar

Durante los años que Ramiro vivió en Corea del Norte interactuó con algunos norcoreanos que trabajaban para la ONU.

Sin embargo, pese a que ellos hablaban perfecto español, inglés o francés, nunca pudo profundizar una relación de amistad. "Quise invitarlos a mi casa a comer, tomarnos un trago, pero nunca accedieron. Aunque eran muy amables (...)", asegura.

Una actitud muy diferente al norcoreano común y corriente. "No te sonríen y no puedes hablar con ellos porque eso es contaminación imperialista", comenta.

Con el paso de los meses, empezó a decidir a qué se dedicaría. "Mi esposa me dijo: 'fíjate en las necesidades' y yo le dije '¡pero si aquí falta de todo!'", recuerda entre risas.

Entonces se dio cuenta que los extranjeros que vivían en el área diplomática no tenían otras actividades además del trabajo, y así nació la idea de instalarse con un bar. "Cuando le conté la idea a mi esposa ella me contestó '¡estás loco!' y yo le respondí ´¡pero si este es un país de locos!'"

Preparó un informe y lo presentó ante la ONU, junto con los beneficios que le traería este local a la comunidad internacional. "Hasta ese momento los extranjeros iban a hoteles o se reunían en casas, pero no habían más opciones", cuenta.

El director nacional de la ONU envío el proyecto al gobierno de Corea del Norte y a los días recibió una respuesta inesperada: habían aceptado su emprendimiento con US$3000 para comenzar. "Iban todos los embajadores, se relajaban, podían tomarse un trago o simplemente salir de la casa", explica.

Otros extranjeros preparaban las comidas que se servían en el local. El alcohol, y hasta la Coca-Cola los introducían a través de conteiners diplomáticos.

Las frutas como las naranjas y el limón los compraba en pequeños negocios de la capital, para lo que se le entregó tickets para poder adquirirlos. Aunque asegura que los norcoreanos son fanáticos de los dólares.

Durante un año y seis meses el negocio de Ramiro funcionó con éxito y hasta algunos norcoreanos que trabajaban para la ONU llegaron hasta el bar. Eso sí, aclara que ellos nunca salieron de noche.

En este sentido, el chileno explican que las clases sociales están muy marcadas y que los norcoreanos que hablan otros idiomas y ocupan puestos importantes en el Partido de los Trabajadores se dan cuenta de las libertades que existen en el extranjero porque han tenido la oportunidad de conocer otros países o estudiar.

Al preguntarle por su experiencia de casi dos años, Ramiro asegura que Corea del Norte es un país "gris" y que todo lo que allí ocurre parece "irracional".

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