Manifiesto de Federico Sánchez: "Me gusta vestir bien porque la ropa comunica"

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Mis alumnos tienen mucho susto antes de tomar clases conmigo. Después se les va pasando, pero no del todo. Soy un profesor súper exigente. Creo en la capacidad de ser formado desde la adversidad, tal vez porque fui formado así. Estoy muy apegado a la disciplina, al rigor y al lenguaje. Me apasiona hacer clases y lo primero que les digo es que no esperen que vaya a funcionar solo con la cabeza, sino que también con el corazón. Las espadas se forjan a fuego y a golpes.

Quedar cojo a los 19 años fue un golpe bajo. Se me cayó una moto en el pie izquierdo y me lo tuvieron que armar de nuevo. Tú nunca estás pensando en las cosas malas que te pueden pasar, cuando entiendes que eres de carne y hueso eso cambia para siempre la manera de ver las cosas. Por un lado, te das cuenta de que eres frágil y esa es la consistencia de la vida también. La vida no se vive desde el temor, no hay que preocuparse tanto. Son cosas muy contrarias. Soy un hipocondríaco temerario.

En el colegio era un niño muy inquieto, me portaba muy mal. Creo que mis profesores padecieron con mi presencia en la sala. Llegó un momento en que entraba y me decían: "Federico, quiero explicar esto, así que ándate por favor". Era muy inquieto, pero curiosamente muy reflexivo. La poesía ayudaba a calmarme.

Me gusta viajar más que llegar a una parte. Es agotadora la rutina de los aeropuertos, de los aviones y de los hoteles. Cuando uno viaja mucho resulta agotador, no todo es fantástico. A veces es jodido. Europa es un lugar donde encuentro muchas de las cosas que valoro: el respeto por el espacio público, por la diferencia en un marco de severidad jurídica. Usted es libre, pero en este marco que protege y valora la libertad.

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Mi madre era atómica. Con una cantidad ilimitada de energía, pero también peligrosa. Me empujaba a lugares a los cuales no estaba del todo preparado y eso me traía ciertos conflictos internos. Yo era un niño muy complicado y ella era muy amorosa y comprensiva. Tenía mucho humor, pero era muy estricta a la vez. Fui educado para la libertad. Me siento muy libre gracias a mi madre.

Me gusta vestir bien porque la ropa comunica. Ahí se produce algo bien alucinante. Tú puedes vestirte como quieras, pero la ropa es clave, porque a través de ella expresas el modo en el que te instalas y habitas en el mundo. Cuando uno logra enganchar estos universos paralelos, que somos cada uno de nosotros, se producen cosas potentes. Yo no soy místico, he tenido experiencias que me hacen pensar que eso es posible. Pero la ropa está desprestigiada. Decir que la ropa no importa me parece que es un error garrafal.

Disfruto perdiendo el tiempo. Tengo una relación placentera con el paso del tiempo. Sentarme y mirar. Eso para mí es el placer máximo y, afortunadamente, lo puedo hacer en mi casa de la playa. La poesía es lo que más me conmueve junto con la música y la filosofía. Me emociono leyéndola. El saber también me conmueve como un modo de aprender, al igual que conversar.

Con Marcelo Comparini somos dos caras de una moneda. Eso es una riqueza extraordinaria cuando le pones un valor. Somos muy distintos y súper respetuosos de nuestra individualidad. Lo entretenido es que estamos cerca de ser opuestos. Por ejemplo, nunca comemos lo mismo. Entre los dos hacemos este contrapunto. Esa es la magia que tiene City Tour. Es parte del programa, es parte de la propuesta. En cambio, en la radio no trabajamos juntos. Ahí no funcionaríamos.

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