Algo habrán hecho

ignacio urrutia
AgenciaUno


El diputado Ignacio Urrutia se superó a sí mismo y quebrantó hasta el más mínimo estándar civilizatorio para referirse a las víctimas de represión política durante la dictadura militar. Calificarlos de "terroristas", haciendo referencia a los "regalitos" que se le hacen a "esta gente", no solo da cuenta de que estamos en presencia de una persona profundamente sesgada en términos políticos, al punto de incurrir en una fantasía negacionista que desconoce la más palpable evidencia histórica de lo ocurrido en nuestro país, sino que además hizo gala de una crueldad y ausencia de compasión que pulveriza la peor expectativa que pudiéramos tener de un ser humano, y para qué decir de un funcionario público. Dicho en corto, Urrutia es más que una persona de extrema derecha; es también un perfecto y completo miserable.

Pero detrás de los dichos de este personaje que ya casi nadie toma en serio, hay algo que sí debería preocuparnos en demasía y que se refiere a un patrón, en las formas y maneras, que subyace a la lógica del abuso, el maltrato y la vejación: me refiero a la obscenidad de querer hacer responsables a las víctimas por lo ocurrido. Así por ejemplo, en los casos de las violaciones y otras agresiones a las mujeres, la literatura y realidad muestran como siempre hay un intento de justificación por parte del agresor, aduciendo una supuesta provocación por parte de la agredida. Y lo peor es que, en un mar de miedo, vergüenza y vejación, esa duda muchas veces se traslada a las propias víctimas y a su entorno social, prefiriendo entonces callar y silenciar. Ese patrón se repite en los abusos sexuales a menores y también en el ámbito de la violencia política. Sin ir más lejos, todos quienes tenemos memoria sobre lo ocurrido en dictadura, recordamos esa maldita frase con la que muchos partidarios del régimen intentaban justificar el asesinato, desaparición o la tortura de sus adversarios: "algo habrán hecho", decían con total frialdad.

Y por eso es que también resulta tan equivocada y lamentable la reacción de José Antonio Kast, cuyo derecho a expresar sus opiniones defendí en una columna anterior, y lo seguiré haciendo, por más repugnantes que a ratos éstas me parezcan. Creer que esto solo fue un problema de formas, o referirse a las leyes de reparación como una manera de lucrar con los DD.HH., e insinuar que el odio de la izquierda es lo que está detrás del golpe militar -y, por esa vía, entonces pretender hacerlos responsables por todas las atrocidades que vinieron y padecieron después- es un sabotaje al imperativo de visibilidad, reconocimiento y dignidad que toda sociedad democrática y civilizada debe hacer frente a quienes, cualquiera sea su filiación política, fueron despojados de sus derechos más básicos.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.