Inercia

Piñera y Gabinete
Foto: AgenciaUno.


Al segundo gobierno de Piñera se le acabó la "luna de miel". Iniciando su tercer mes de gestión, la lógica del ciclo político inaugurado en 2010 con la alternancia en el poder está empezando a reinstalarse. "Crispación" la denominó esta semana el Mandatario, pero, en rigor, ella es solo un síntoma de otra cosa: del disenso que recorre a un sector importante del país respecto de la legitimidad de la Constitución y el imperativo de hacerle correcciones sustantivas al "modelo" de desarrollo de las últimas décadas.

Las señales de estos días son elocuentes: interpelaciones, intentos de acusación constitucional, un requerimiento para echar abajo el decreto que empezó a ordenar la política migratoria, críticas a cada gasto del Ejecutivo y, obviamente, la reactivación de los movimientos sociales. Circunstancias que tendrán todas motivos reales o excusas perfectas, y a las que se agregan los errores y desprolijidades del propio gobierno, pero que en conjunto vienen a reafirmar el mar de fondo de estos tiempos: el sino traumático que para la centroizquierda es ver a la derecha en el poder, como expresión de una sólida e incuestionable mayoría democrática.

Dicho "sino" es hoy el vector que impulsa esta anticipada vuelta de la "crispación"; el retorno a los fundamentos de un período donde los mínimos comunes construidos durante la transición dejaron de existir y el desacuerdo y el malestar social son canalizados por la centroizquierda con el fin de desacreditar -y ojalá demoler- a esta nueva base de gobernabilidad conformada por "fachos" ricos y pobres. Que a 20 años de haber dejado atrás la dictadura militar se abrieran las puertas de la democracia para el retorno de la derecha al gobierno, es algo que para la otra mitad del país resulta todavía intragable, más aún cuando aspectos esenciales del Chile actual siguen siendo extensiones heredadas de esa dictadura.

El nuevo gobierno debe tenerlo claro: la crispación, el uso y abuso de las herramientas de fiscalización, el ánimo de boicot, el aplauso entusiasta a todas las causas que emerjan de "la calle", van a volver a ser la tónica de esta administración, como lo fueron del primer gobierno de Sebastián Piñera. No obstante, hay diferencias que suponen una realidad no completamente equivalente a la anterior: la derrota de la Nueva Mayoría representó el fracaso del más serio intento por alterar el curso que el país lleva desde comienzos de los 90. Fue, en ese sentido, una derrota estratégica. Y a diferencia de 2010, cuando la caída electoral de la Concertación al menos dejó en pie la popularidad de Bachelet, esta vez no hay a qué aferrarse para la travesía por el desierto; más aún, la verdadera y futura amenaza para la centroizquierda tradicional es la que política y generacionalmente encarna el Frente Amplio, no la derecha.

En resumen, la inercia del ciclo político comienza a imponer su lógica y sus imperativos, pero las diferencias que existen respecto a las condiciones que le tocó enfrentar a la primera administración de Piñera, son ventanas de oportunidad para que el país pueda empezar a resolver o, al menos, a atenuar los nudos de tensión de dicho ciclo. Un desafío mayor para los sectores que buscan construir una nueva base de acuerdos transversales, que permita iniciar el cierre de este tiempo de disensos históricos aún pendientes.

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