Ovejas y lobos

cruz


En mi última columna, escrita desde mi condición de católico golpeado por los graves abusos perpetrados por religiosos de mi Iglesia y avergonzado, además, al constatar lo difundida que fueron, entre nosotros, las conductas de encubrimiento y de "mirar para el lado", intenté reflexionar sobre esta traición terrible a la confianza de niños, jóvenes y familias.

Siendo evidente que hay un nivel en que las responsabilidades son individuales, y que no es justo que los pastores buenos, que los hay, y muchos, deban pagar por lo que hayan hecho los lobos, me parece un error grave circunscribir lo ocurrido, exclusivamente, a la existencia, entre nosotros, de un grupo de sujetos malvados. Hay un sentido importante en que todos tenemos algo de culpa. Sólo así se explican las peticiones de perdón del Santo Padre.

Mi llamado a "sacarnos la coraza" apuntaba a sacudirnos de la actitud de soberbia del que, por el hecho de haber recibido la gracia de la Fe, se siente por encima del pecado y está siempre presto a repartir condenas inapelables a diestra y siniestra. Sugerí abandonar la actitud del templario tan encerrado en su castillo que termina por asumir que cualquier crítica que venga de afuera debe ser desestimada (pues sería, siempre, acción de unos enemigos implacables a los que no se les puede dar ni un centímetro).

Algún lector entendió que mi invitación a que nos saquemos esa coraza era algo así como un llamado a bajar la guardia en lo que respecta a la promoción de los valores del mensaje cristiano. Nada más lejos de mi intención. Nuestra voz tiene que seguirse escuchando para defender al inmigrante, al explotado, al indefenso, al enfermo, al que vive en campamento, a los discriminados. Frente a las doctrinas y movimientos que tienen una visión empobrecida de lo humano (p.e. el neoliberalismo y ciertos "progresismos" materialistas) hay que saber levantar un mensaje positivo de dignidad, trascendencia y solidaridad. A no olvidar, en todo caso, que nuestros peores enemigos -los verdaderos demonios- son la falta de amor, la idolatría del poder y la soberbia de creernos por encima del pecado.

Recuerdo, al concluir, el texto del Evangelio en el que Jesús les dice a sus discípulos: "os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas". A los que me piden que no sea ingenuo, les diría que si algo nos ha sobrado es "astucia" (¡tanta víbora!) y que, como Iglesia, tenemos un serio déficit de palomas. Frente a los muchos lobos, los que tenemos adentro, y también, si se quiere, los que están afuera, nada mejor que volver a confiar en el Cordero. De eso se trata nuestra Fe. ¿O no?

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