Triunfo híbrido

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El senador Felipe Kast y el Presidente Sebastián Piñera.


Hoy por hoy, el sentido de la acción política puede ser visto de varios modos. Por lo pronto, desde un acercamiento aristotélico la política tendría como objetivo contribuir a lograr el sumo bien de las personas. Desde una mirada weberiana, en cambio, el centro de gravedad de la ocupación política está más bien en la eficacia del poder. La perspectiva pragmática rortyana propone  asumir, desde un lenguaje que disloque el eje apariencia-realidad, que las sociedades son frutos de disputas léxicas porque no hay fundamento previo alguno.

Cualquiera sea la adhesión a la forma de entender y a hacer política,  estas visiones contrapuestas sirven de ejemplo para explicar un hecho tan complejo como real, cual es que las disputas de las distintas cosmovisiones  son parte de un problema estructural de la acción política actual. No sólo porque enfrenta unas con otras, sino además porque las adhesiones se mezclan, produciendo actores que se expresan híbridamente. De hecho, no es temerario pensar que tal vez la mayor crisis que vive la política sea aquella que tiene que ver con los triunfos hegemónicos.

Llevado a nuestra cotidianidad, un buen ejemplo de esta hibridez advertida lo encontramos en la controversia generada en el oficialismo por el proyecto de Identidad de género que inauguró las tensiones en el nuevo gobierno. Evopoli hizo suya la causa de dicho proyecto transmitiendo con ello una aspiración liberal que justificaría su acción. Pero a decir verdad, hay que constatar que  tanto el origen como el avance del pensamiento que defiende la identidad de género tiene antes un soporte antropológico que se acuña más bien al pensamiento marxista, en tanto que la disputa por la identidad ha sido impulsada –y justificada- por corrientes inspiradas en el marxismo como una nueva expresión de la lucha de clases que debe ser enfrentada bajo la lógica dialéctica y la expresión de los antagonismos políticos. Incluso, desde una perspectiva de lucha por extensión de derechos o demanda de justicia, es posible alojar la comprensión de esta demanda en el universo de contenidos que dan cuerpo a la teoría del reconocimiento  desarrollada por Axel Honneth, pensador perteneciente a la escuela de Frankfurt (también adherente al marxismo).

Desde el punto de vista de las supremacías ideológicas que pretenden posicionarse, si lo que Evópoli buscaba era demostrar una hegemonía liberal, el alzamiento de triunfo denota tanto confusión como apresuramiento. Si bien el gobierno se jugó una opción, y el emergente partido la siente suya, lo cierto es que las cartas con las que juegan no les pertenecen del todo, y más aún, parecen no darse cuenta. Probablemente a eso se refería la presidenta de la UDI cuando acusaba que con el apoyo a este proyecto se estaban corriendo las banderas hacia la izquierda. Reclamo que no solo parece sensato, sino además le conviene, porque la vuelve protagonista y despierta la opinión de un electorado que, en el marco del voto voluntario, es fundamental.

Asistimos a un momento político crepuscular en que abundan las subjetividades políticas plásticas y a veces poco ilustradas sobre el fundamento de sus acciones. Esta hibridez puede generar confusión, desunión,  y hacer equivocar los caminos a los gobiernos, sólo así se explica la astuta iniciativa del Frente Amplio de enviar ahora un proyecto que abra la discusión sobre la eutanasia. Por todo eso, asumir triunfos es aun apresurado, sobre todo cuando se buscan con camisetas ajenas.

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