María José Terré, directora ejecutiva de Water is Life, sobre la crisis hídrica y la escasez de agua potable: “En esta parte del mundo consumimos agua como si fuera un bien ilimitado”

María José Terre paula



La crisis hídrica existe. Así lo postula, de manera enfática y sin titubeos, la periodista y directora ejecutiva de la ONG Water is Life, María José Terré. A estas alturas, sería absurdo ponerlo en duda, pero ella –que estos últimos años ha vivido en Nairobi, la capital de Kenia– además de tenerlo claro, lo presencia a diario. En algunas zonas del norte de África, por más que se excave un hoyo de 150 metros de profundidad, es muy difícil dar con napas subterráneas que no estén secas.

A veces, al tercer intento, algo de agua aparece, pero es tan escasa que no hay suficiente presión para que salga a la superficie. De eso, como reflexiona hoy, no hay duda, porque ella misma se ha visto en situaciones en las que camina durante kilómetros con las mujeres y los niños de las aldeas para acceder a la fuente de agua más cercana. Pero no es específicamente ese punto el que viene a abordar la organización que preside.

En paralelo –y de manera complementaria– a la escasez hídrica, existe otra gran problemática; la falta de agua potable. Porque si nos ponemos incisivos, fuentes de agua siguen habiendo, pero están mal distribuidas, mal gestionadas, sus accesos no son democráticos y no son aptos para el consumo humano. Y ahí, como dice Terré, está una de las grandes dificultades que se desprende de la crisis hídrica.

“En muchas partes en las que hemos desarrollado proyectos, siguen habiendo ríos, lagos y la gente recolecta las aguas de la lluvia, pero el problema está en que la mayoría de las veces esa agua está totalmente contaminada y no es salubre”. Ni siquiera, según profundiza, las aguas lluvia. “Porque se almacenan en tanques o contenedores que quedan en la intemperie, expuestos a la humedad, a altas temperaturas, al consumo de otros animales y a todo tipo de bichos, por lo que rápidamente se vuelven un cultivo microbiológico que se llena de bacterias y microbios”, explica.

En el mundo, según la última edición del Atlas del Agua realizado en el 2020 por el Ministerio de Obras Públicas y la Dirección General de Aguas, hay alrededor de 800 millones de personas que no tienen acceso a agua potable. En Chile, específicamente, la cifra es del 10% de la población local, y la mayoría de ellos, que reciben agua de los camiones aljibe, se encuentran en campamentos en la zona central.

Es este dato el que preocupa a Terré y su equipo, quienes a través del desarrollo y creación de sistemas de filtración, entregan soluciones de acceso a agua potable a poblaciones de África, Latinoamérica y el Caribe que la necesitan de manera urgente. Con un enfoque integral y articulado, que le pone énfasis a la educación y a la consciencia colectiva, entre otras cosas, respecto al mal uso que le damos al agua los que sí la tenemos. Porque no se trata, como ella misma dice, de hacer un pozo, sacarse una foto e irse de ese lugar. Se trata de escuchar e interactuar con las comunidades más afectadas, y saber que no se resuelve una problemática social sin resolver las otras.

En definitiva, no se puede hablar de escasez de agua potable sin hablar de inequidades, pobreza, brechas de género, salud y educación.

“Existe un error al pensar que se puede solucionar el problema del acceso al agua potable poniendo un pozo y yéndose. Si no escuchamos activamente, si no generamos relaciones humanas, no existe posibilidad de que ese proyecto sea sustentable en el tiempo, porque significa que no te permitiste conversar y entender cuáles son las necesidades reales de esa localidad. Esto es responsabilidad de todos, tanto de los privados que nos dan el financiamiento para desarrollar el proyecto, como de nosotros que estamos en terreno y de la comunidad misma. ¿Y quién mejor que ellos para transmitir lo que necesitan? Si no se hace así, ¿qué pasa con ese pozo seis meses después? ¿Quién lo administra? Hay que dejar alguien a cargo y lograr que todos estén involucrados”.

A veces, esas necesidades se confunden. Terré cuenta que hace poco tiempo recibieron una oferta de una empresa que podía ofrecer 700 laptops para entregarle a las comunidades. “¿Quién les dijo que en esas aldeas en las que trabajamos necesitan computadores? Si no tienen conexión ni electricidad para cargarlos. Antes de eso, necesitan agua potable para poder saciar necesidades básicas de consumo, higiene y saneamiento. Y de manera urgente”.

Porque el agua salubre es clave, como se plantea en el Atlas del Agua, para la inclusión social y económica, para la salud, la educación, la productividad y para un bienestar integral. Todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible, de hecho, dependen de que haya un acceso democrático al agua potable.

Después del aire, como dice Terré, viene el agua.

¿Somos conscientes de eso?

En esta parte del mundo, en la que existe en su mayoría acceso al agua, no somos para nada conscientes y la usamos como si fuera ilimitada. El agua es un recurso que muchos vemos como inacabable, pero bien sabemos que no lo es. De hecho, si le preguntamos a alguien en Chile cuántos litros de agua consume al día, es muy probable que no sepa la respuesta. En cambio, cuando fuimos a los campamentos en Valparaíso, pudimos ver que reciclan y vuelven a usar el agua que se les entrega a diario. Están muy conscientes de cuánto tienen que usar porque saben que no les sobra; si la ocupan para lavar la loza, después la usan para regar las plantas o limpiar el piso. Ahí se ve una valoración del recurso como no muchas veces se ve.

En Chile, para responder a esa pregunta, usamos aproximadamente 170 litros de agua por persona al día. En Estados Unidos, donde la situación es aun más crítica e impactante, las personas ocupan alrededor de 500 litros al día. Y para dimensionar, la Organización Mundial de la Salud establece que una persona necesita no más de 50 litros de agua a diario para poder cumplir con las necesidades básicas de consumo personal, higiene y saneamiento.

Pero este nivel de inconsciencia se ve en todas las dimensiones; por un lado en los abusos por parte de ciertos sectores privados, y por otro lado en los hábitos y comportamientos de todos. No existe mucho interés por cambiarlos, así como aquellos que tienen recursos no quieren financiar proyectos para que el agua potable sea de acceso democrático. Hay actitudes, comportamientos y normas que todos llevamos muy arraigados. A nivel más micro lo veo incluso cuando estoy en Chile y mis amigos se piden agua embotellada en los restoranes. ¿Por qué?, me pregunto, si el agua de la llave en Chile es potable. O ¿por qué ducharse durante más de uno o dos minutos en zonas en las que hay escasez?

¿Pero crees que existe una tendencia a individualizar la responsabilidad y a hacernos pensar, a través de campañas que postulan que acortemos las duchas, por ejemplo, que depende únicamente de nosotros revertir esta situación? ¿Qué pasa con las grandes industrias?

Por un lado, nuestros actos sí tienen una gran incidencia. Finalmente es el consumidor el que determina cuál es la oferta de las grandes empresas, sobre todo las de agua. Existen embotelladoras de agua porque existe una cantidad enorme de consumidores que compran agua embotellada en plástico para tomarla una vez y luego tirarla. En ese sentido, podemos cambiar nuestra demanda frente al producto que se ofrece.

Pero por otro lado, los agrícolas y mineras cumplen un rol enorme y determinante a la hora de usar el agua para su propio beneficio, quitándoselo o disminuyendo el acceso a las comunidades que están ahí alrededor. Para eso hay leyes y esas son las que muchas veces no se cumplen por falta de fiscalización y recursos. Gran parte de mi trabajo está en ir a esas empresas y decirles que ellos usufructúan lo que es un bien y un recurso que necesitamos todos y que debería ser accesible para todos de igual forma. Es importante preguntarles y a su vez exigirles que hagan algo para ‘equiparar’ ese daño. ¿Con qué se ponen de vuelta?

¿Cómo articulamos sociedades resilientes frente a las múltiples crisis medioambientales? Las acciones que generan en Water is Life apelan a eso.

Nosotros desarrollamos proyectos que a través de sistemas de filtración transforman el agua contaminada en agua potable. Son actos de adaptación y soluciones urgentes o de corto y mediano plazo.

En África me ha tocado caminar con niños por kilómetros para llegar a un río, donde cada uno mete su contenedor o su balde de aceite de auto y trata de llenarlo. De ahí volvemos al colegio y la guardan en contenedores más grandes, en la mitad del patio, y la van consumiendo de a poco. La primera vez que vi eso me pregunté cómo podían tomar agua de ese color café, pero ahora pienso que si me dejaran ahí y no me dieran otra alternativa, a los dos días también la estaría tomando.

Lo primero que hacemos es identificar cuáles son las fuentes de agua más cercanas, luego la analizamos, vemos qué contaminantes tiene y finalmente decidimos cuál es el mejor sistema de filtración que se adapta a esa necesidad. Tenemos una ‘pajita mágica’, como le decimos a los niños, que es una bombilla de plástico con tres micro filtros; una mezcla patentada de metales y carbón activado. Se mete a la fuente de agua contaminada, se cuenta hasta 10 para que se active lo de adentro, y después se toma sin problema. Esta tiene una duración de hasta mil litros de agua dependiendo de la cantidad de contaminantes presentes y se termina de usar porque se bloque sola.

Esa bombilla es de uso personal y la entregamos en los colegios y orfanatos en África y en el Salvador. Es un sistema de filtración que constituye una solución inmediata.

Otro sistema, por ejemplo, es el ‘bucket filter’; un balde de plástico que entregamos en Valparaíso, que tiene una capacidad de 15 a 20 litros y que al fondo tiene un orificio por el que se conecta una manguera que pasa a través de un filtro y así el agua que sale hacia el otro lado es potable. Hay un video en el que salimos con las mujeres de una aldea y el agua que sale de ahí es totalmente transparente, es impresionante.

Es una relación directa e histórica la de las mujeres y el agua.

Son ellas, en la mayoría de estos lugares, las encargadas de gestionar y racionalizar el consumo de agua de la familia entera. Son ellas también quienes cuidan las fuentes de agua.

A ellas, por ende, esta problemática les afecta directamente, porque siempre son, por los roles de género, las que se encargan de abastecer y conseguir el agua que necesitan para las labores domésticas y de cuidado. Además, el abordaje tiene que ser exhaustivo, entonces esta es una problemática, dentro de muchas otras, a considerar. El 80% de las camas en los hospitales de África están ocupadas por personas que tienen enfermedades relacionadas al agua contaminada. A eso se le suma que el 90% de los niños que adquieren enfermedades relacionadas al agua contaminada, al no poder ser rehidratados, se mueren. Son realidades que por estos lados ni nos imaginamos, pero que involucran muchos factores y que tienen que ser afrontadas de manera sistémica e integral.

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