Encierro, teletrabajo, bienestar, fake news: cómo el 2020 cambio nuestra forma de vivir y preocupaciones

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Si la década quería que el primer año fuera inolvidable, lo logró. El 2020 a nadie dejó indiferente. Para frenar la pandemia llegaron nuevos comportamientos, como lavado de manos, distancia social, uso de mascarillas. También cambió la rutina en la rutina y prioridades. Un año desafiante para la sociedad, dicen expertos, sobre cómo convivir con realidades diferentes.


Si la década quería que el primer año fuera inolvidable, lo logró. El 2020 a nadie dejó indiferente. Y eso fue en gran medida por la pandemia de Covid-19.

El cambio no sólo fue parte de estos meses, fue una necesidad. Nuestra forma de vivir y preocupaciones se modificaron. Para frenar la pandemia hubo que incorporar nuevos comportamientos. Lavado de manos, distancia social, uso de mascarillas, desinfección y alcohol gel, son algunos ejemplos de las intervenciones no farmacéuticas que con insistencia se repitieron.

Si la década quería que el primer año fuera inolvidable, lo logró. El 2020 a nadie dejó indiferente. Y eso fue en gran medida por la pandemia por Covid-19.

Somos seres sociales. Lo sabemos. Pero este año eso fue mucho más evidente. La súbita interrupción de las rutinas, entre muchas razones, provocó ansiedad, alteración del sueño, irritabilidad, desánimo, añade Arturo Roizblatt, psiquiatra del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Chile.

El aislamiento produjo un terremoto en el desarrollo de las rutinas que desafió la capacidad de aceptar que algunas no se pueden continuar realizando, dice Roizblatt, como ir al lugar habitual de trabajo y compartir socialmente, asistir a gimnasios, participar de ritos religiosos o mantener relaciones sociales.

Tristeza y enojo

Rodolfo Bächler, psicólogo y académico de la Universidad Mayor coincide en que el 2020, evidentemente cambió la forma de vivir. Ya sea encerrados, obligados a seguir trabajando fuera de casa o estudiando en modalidad on line, “las rutinas cambiaron por completo”.

En una evaluación realizada a una muestra a 2.600 personas en agosto sobre las emociones que suscitaron el cambio de rutinas diarias, Bächler indica que detectaron que las más intensas (en una escala de uno a cinco, donde uno es “no sentirla” y cinco es “sentirla muy intensamente”), fue en primer lugar tristeza y luego enojo. “Cambios en la rutina como tener que teletrabajar, usar mascarillas en la calle, lavarse las manos frecuentemente, provocaron tristeza y en segundo lugar enojo”, señala.

Las causa de eso, explica el psicólogo, no tiene que ver tanto con la pérdida de libertad al estar confinados, sino más bien la incertidumbre ante cierta estructura que se ha visto modificada. Porque mantener rutinas es lo que genera la sensación de seguridad que se vive a diario.

Más o menos sabemos cómo van a ocurrir las cosas. Que cada día es levantarse, tomar desayuno, ir a trabajar, etc. “Y que todas esas cosas de repente cambien produce eso, porque esas rutinas habituales son las que proporcionan tener un lugar en el mundo”, dice Bächler. Entonces al perder eso, hay una sensación de inseguridad asociada a la cotidianidad de habitar el mundo. El mundo es menos predecible y eso puede generar angustia.

Desde el punto de vista de nuestro cerebro este año nos enseñó y recordó que nuestro cerebro sigue siendo plástico y que somos capaces de adaptarnos, subraya Patricio Orio, investigador del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de la Universidad de Valparaíso CINV. “La pandemia puso en evidencia que somos diferentes, y que podemos funcionar en un entorno distinto”.

Si este año causó un tsunami emocional, en la medida que las condiciones se repiten, dice Bächler, pasa a ser parte de una nueva certidumbre. Si esto volviera a ocurrir, van a aparecer otro tipo de emociones. La primera vez rompe con la ilusión de realidad predecible y comprueba, añade, “que nunca sabemos lo que va a ocurrir al otro día, pero a través de rituales pensamos que sí”.

Cuarentenas y vida on line

Este año trabajar desde la oficina se convirtió en algo del pasado. Ahora las casas son nuestras oficinas. Con ello gran parte, si no todas, las interacciones laborales se trasladaron a internet. Y a pesar de los beneficios, hacerlo cuando los colegios y jardines están cerrados ha llevado a muchas personas a hacer malabarismos, con modificaciónes obligadas al modo de vivir.

Las personas, parejas y familias que han sido flexibles y han logrado hacer modificaciones a las reglas, normas, roles e incluso jerarquías con las que vivían con sus familias y con la sociedad entera, dice el psiquiatra de la U. de Chile, han podido funcionar mejor. “Quien trabajaba fuera del hogar, eventualmente ahora está cesante y quien trabajaba en el hogar ahora, a lo mejor, trabaja remuneradamente. Quien no hacía tareas con sus hijos, ahora, a lo mejor se encarga de ellos y todos esos cambios han requerido esfuerzo que deben ser gratificantes para quienes los han realizado y ojalá reconocidos por quienes han participado de esos beneficios”.

El estudio de la U. Mayor señala en ese sentido que en cuanto a la cuarentena las emociones más fuertes, están la tristeza, pero se suma el temor, ambas en el mismo grado de intensidad. “El temor se podría sospechar que tiene que ver con que no sabíamos sí las cuarentenas iban a dar resultado en términos de disminuir las posibilidades de contagio”, dice el psicólogo.

Con el encierro las dudas fueron muchas. Al estar confinado, ejemplifica Bächler, un estudiante no se sabía si podría alcanzar los aprendizajes. Lo mismo ocurrió para alumnas y alumnos en la universidad. “Pero ahora se sabe que sí se puede aprender bajo modalidad on line”, indica.

El costo emocional de la cuarentena no fue menor. La sensación de desamparo, el no saber la duración de los efectos de la pandemia, entre otros aspectos, ha ido generando angustia por la incertidumbre propia y de los familiares o amistades por temor a contraer la enfermedad o saber de la muerte de seres queridos, dice Roizblatt.

Además, se experimentó angustia por el aislamiento social y en la mayoría de las personas mucha preocupación por la grave situación económica, propia o de los seres queridos. Roizblatt indica que “ha sido un dolor por lo mucho que se ha perdido en muy diferentes áreas de la vida”.

Conciencia sobre fake news

En el 2020 la difusión de información errónea, o “fake news”, pareció estar en su punto más alto. La facilidad con la que se pueden compartir contenido sin verificar, dicen especialistas ayudó en eso.

Covid-19 ocupó gran parte de la información sobre la cual las personas buscaban saber. Oportunidad que fue aprovechada por quienes difunden noticias falsas. Se difunderon cosas falsas como que el dióxido de cloro es una ‘cura’ contra Covid-19 o que el 5G o la banda de 60 GHz causan colapsos respiratorios.

Pero este año se aprendió a considerar la precisión del contenido antes de compartir cualquier información.

“No estoy seguro de que haya mayor cantidad de noticias falsas, pero cuando hay incertidumbre es caldo de cultivo para noticias falsas”, dice Bächler. En ese sentido, lo más relevante fue la conciencia de revisar las fuentes y revisar la falsedad de una noticia antes de compartirla.

Además, en pandemia la ciencia como herramienta cobró mucha más relevancia. Siempre es el eje rector del desarrollo, pero no somos tan conscientes de ello. Ahora tomó una importancia radical, indica Bächler: “Estamos todos preocupados si sale la vacuna, los protocolos, los efectos secundarios. La ciencia cobra un lugar de más importancia porque es urgente, lo que hace que sea relevante la veracidad de la información. En un mundo con tanta información la capacidad de discernir entre lo falso y lo verdadero se vuelve muy importante”.

Relevancia del bienestar

La pandemia no solo renovó las conversaciones sobre justicia social, sino que también puso al bienestar como un tema relevante. “La pandemia es una tragedia por donde se la mire, hay muerte, daño económico y sufrimiento, pero también nos está dejando varias enseñanzas”, destaca el académico de la U. Mayor.

La crisis sanitaria nos permitió hacer un enfoque mucho más claro sobre problemas presentes que ahora se ven de manera más exacta. Por ejemplo, en educación, dice Bächler, se valoró el rol de la familia y las emociones en los procesos educacionales. O en términos económicos, la falta de robustez en termino económico, y “la precariedad laboral de miles de personas que no tienen sustento y mantenerse sin salir a la calle, fue evidente”.

En términos personales, dice el psicólogo de la U. Mayor, se valoró la importancia de mantener una convivencia armónica y empática al interior de la familia y pareja: “Tener que convivir todo el día obliga a enfocarse en la importancia de las relaciones humanas”.

Todo lo que contribuye al bienestar ahora se ha realzado. Antes era importante, pero la pandemia nos ha obligado a prestar atención a cosas esenciales. “Da un poco pudor decirlo, porque hay mucho dolor, pero también la pandemia fue una oportunidad en muchos sentidos”, indica Bächler.

Ha sido un desafío para la sociedad el centrarse en la generosidad, la empatía, la misericordia, subraya Roizblatt. Y en lo aprendido este año, agrega “centrémonos más en qué podemos hacer mejor, en el dar, en agradecer, apoyar a quienes están en problemas aprender de las lecciones aprendidas para mejorar y enfrentarlo de la mejor forma posible, aún considerando las visicitudes”.

Tiempos en que el respeto a la diversidad es clave, dice Orio. Hay personas que funcionaron mejor en la nueva realidad y otros que no. “Hay quienes quieren volver a la oficina y otros que son felices trabajando en casa. El reto que tenemos que aprender en sociedad es cómo convivir con realidades diferentes, no quedarnos en generalidades ni en soluciones únicas ni etiquetas. Hay que volver a analizar todo”.

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