Sebastián Flores: "Traslado el desamor en mi furgoneta"

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(Crédito: Hernán Contreras).

"El grupo que más me ha tocado llevar y el que más me duele ver es el de las parejas que terminan. Una vez un compañero que terminó con su polola me pidió el servicio. Él y ella se despidieron con un abrazo. Ella salió corriendo. Él se quedó pensando un rato y luego se puso a llorar".


Creo que los cambios de casa son un punto de inflexión y le dan un giro a las vidas de todos los que son parte de él. Yo me he cambiado de casa y lo he vivido, pero prefiero acompañar a la gente y ser parte de ese proceso haciendo fletes. Cuando ayudo a alguien a cambiarse de casa, veo claro que lo que viven es como cuando alguien decide raparse porque quiere tener un renacer. Es una renovación, una nueva oportunidad.

Partí haciendo esto cuando estudiaba Periodismo en la Universidad de Chile. Allí colaboré en la radio Juan Gómez Milla, donde se hacían tocatas y festivales de bandas independientes. A mí siempre me ha gustado la música y me he visto involucrado en asuntos relacionados a ella. Junto a eso partieron también los fletes. Fue el 2010. Mi polola de ese entonces era productora de las actividades y estaba en un aprieto: como no había mucha plata para cubrir todos los gastos que implican hacer un festival y traer bandas buenas, estaban buscando los fletes más baratos para transportar los instrumentos. En eso, ella me preguntó si es que podía usar la furgoneta de mis papás para hacerlo como favor.

Al principio me negué porque era mucho tiempo y trabajo invertido. Me daba lata. Cuando lo reconsideré, la radio me ofreció pagarme 15 mil pesos y entonces acepté. Ese día estuve siete horas llevando y trayendo gente. Lo hice bien. O por lo menos creo que fui gentil, que para estos efectos es muy importante. Mis compañeros no se demoraron nada en echar a correr la voz con la noticia de que yo tenía una furgoneta y podía llevarlos a sus casas, ayudarlos con cosas domésticas que implicaba el uso de la camioneta o llevar cosas pesadas de un lado a otro. Se pasaban mi número y me llamaban para pedirme favores.

Yo accedí a todo hasta que una conocida me pidió que la ayudara a cambiarse de departamento. No era algo menor, porque implicaba acarrear cajas, una cama, ropa y llevar todas sus cosas a otro lugar. Era algo importante y yo podía seguir haciéndolo como favor, pero pensé que podía hacerse costumbre. Con mucha vergüenza le dije que le iba a cobrar. Ella me dijo que no había problemas. Desde esa vez, hace ocho años, me fui por un tubo y empecé a hacer de esto un negocio, aunque también es un hobby. Para mí no es trivial ayudar a alguien a cambiarse de casa.

He descubierto cosas. Por ejemplo, que hay perfiles sicológicos similares y los tengo absolutamente identificados y agrupados. El primero son los millennials que se van de la casa de los papás para irse con amigos. Ellos van contentos, entusiasmados y básicamente lo que hago es llevarles la habitación de un lado a otro. El segundo grupo son los que se van a vivir completamente solos. Es gente más grande que tiene un proyecto de vida mayor por delante. Y el último grupo son los que más me ha tocado llevar y lo que más me duele ver: las parejas que se separan.

Sí, con el paso del tiempo, lo que más hago es hacer fletes a parejas que terminan su relación. Aunque puede ser lo más rentable en mi negocio, siempre es algo lamentable, muy triste.

Hacer fletes me lo tomo en serio no porque tenga que ver con algo sólo monetario, sino porque me involucro involuntariamente en la vida de la gente. La vez que más le he tomado el peso a eso fue cuando ayudé a un compañero de universidad que me pidió el servicio porque había terminado con su polola. De eso me enteré allá. Emocionalmente él no estaba bien y la ex decidió darse una vuelta hasta que pudiéramos llevarnos todo. Ella llegó cuando todavía quedaban unas pocas cajas.

Noté nerviosa a la niña, y cuando sacó la voz la tenía temblorosa. El ambiente se cortaba con tijeras. Ella nos ofreció ayuda y pese a que le dijimos que no, tomó la última caja para subirla a la furgoneta. Cuando le tocó despedirse de él, yo me alejé. Se dieron un abrazo fuerte, ella se dio vuelta rápido y salió corriendo hasta la entrada de su edificio. Dio un grito tan fuerte y tan desgarrador, tan entre la rabia y el dolor, que no lo olvidaré nunca. Yo me quedé mirando al que entonces era mi cliente. Se quedó pensando un rato y luego se puso a llorar. Para mí la escena fue terrible. Esa vez terminamos comiendo juntos y tomando piscola.

Yo nunca he convivido en pareja, pero creo que el momento de la separación es lo peor que uno puede pasar y presenciar. Desde lo que yo hago, que es llevar una porción de todo lo que era de dos personas, me fijo en la angustia y la tensión que viven. Además tengo que estar atento y pendiente de que esté todo arriba, que no se quede nada porque eso significa que vuelven a retomar el contacto. Digamos, que yo transporto el desamor en mi furgoneta.

Haciendo fletes termino haciendo un trabajo de sicólogo con todos. Debe tener que ver también con que soy periodista y pregunto harto, pero por sobre todo que trato de escucharlos y ayudarlos. Generalmente se sienten acogidos conmigo y se largan a hablar.

Debo confesar que también han pasado cosas más entretenidas. Entre quiebres y cambios, me han salido romances a mí. Son cosas que no han prosperado, pero he terminado en asuntos que al final termino recordando con mucho agrado.

He hecho servicios para el sello discográfico Quemasucabeza y también tuve que llevar en una oportunidad a la banda chilena Ases Falsos. Esa vez fue una experiencia importante para mí, porque cuando yo era más chico sabía que Cristóbal Briceño, el vocalista del grupo, tenía una van en donde hacía el mismo trabajo que yo, y cuando empecé a hacerlo siempre recuerdo que miraba con admiración el oficio.

Me da orgullo lo que hago, aunque no puede ser a tiempo completo. Hace poco se me ocurrió contar en Twitter que hago fletes y me empezaron a llamar mucho. Desde entonces empecé a filtrar: sólo gente que era amiga y sólo cambios pequeños. Sigo usando la furgoneta de mis papás.

Este trabajo me ha salvado también en momentos de cesantía. Hoy tengo la tranquilidad de que si se acaban todos los diarios o me echan del lugar en el que trabajo hoy ejerciendo mi profesión, puedo dedicarme a tiempo completo al íntimo mundo de los fletes.

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