La izquierda estrecha




EN LAS elecciones del domingo pasado, el Frente Amplio obtuvo poco más de 325 mil votos. Aunque muchos de sus dirigentes han dedicado la semana a elaborar sofisticadas teorías para explicarnos que triunfaron, es difícil negar que los números están muy por debajo de sus propias expectativas. Después de todo, el Frente Amplio busca encarnar una voluntad popular que habría estado -según ellos- secuestrada por el duopolio, el neoliberalismo y la alienación capitalista. Además, la derecha sí logró convocar; y, para peor, la omisión oficialista los había dejado sin competencia en la izquierda. En suma, ni la franja, ni la alta exposición de sus líderes, ni el nivel de conocimiento de su principal candidata pudieron generar un movimiento electoral demasiado temible.

La conclusión más obvia es que el Frente Amplio tiene enormes dificultades a la hora de hablarle a las masas y, en definitiva, al pueblo. Dicho de otro modo, más allá del folclore y del discurso grandilocuente, no hay nada popular en el FA. De hecho, su supuesto radicalismo es perfectamente funcional al sistema (por eso la Presidenta se dio el lujo de hablar de los "hijos de"). Su rebeldía tiene algo de impostada porque detrás del lirismo se esconde un conformismo intelectual bastante ramplón. Digamos que el Frente Amplio reemplazó las categorías marxistas clásicas por un lenguaje que invoca todas y cada una de las vanguardias culturales de las élites ilustradas. La franja de Beatriz Sánchez fue el festival de los buenos sentimientos y lo políticamente correcto: ellos son feministas, animalistas, ambientalistas, universalistas y defensores de las minorías y la diversidad. La pregunta que aún no recibe respuesta es cómo diablos podría producirse algo así como un proceso efectivo de transformación desde un collage heterogéneo. No estaría mal que alguien le dijera a los muchachos que, por este camino, la izquierda ha ido de tumbo en tumbo. Basta leer, por mencionar solo dos ejemplos, los libros de Walter Benn Michaels (La diversidad contra la igualdad) o de Thomas Frankl (Por qué los pobres votan a la derecha) para comprender la distancia de las masas con buena parte de la izquierda. La nueva moral que ésta defiende supone un profundo desprecio por la cultura y el arraigo populares, a los que miran desde la condescendencia (el caso de la inmigración es el más patente, aunque no el único). La izquierda ha dejado de ocuparse de las masas desfavorecidas, prefiriendo dirigirse a nichos muy acotados. Gana así espacio mediático (porque tiene la benevolencia de los nuevos predicadores: no es casual que su candidata venga del periodismo), pero pierden consistencia política y electoral (así está muriendo, por ejemplo, nada más ni nada menos que el socialismo francés).

El Frente Amplio padece aquello que Marx llamaba cosmopolitismo burgués y, por lo mismo, no logra conectar con una realidad ajena a sus categorías intelectuales. En ese contexto, no resulta extraño que Manuel José Ossandón -el candidato conservador y patriarcal- les haya sacado más de 45 mil votos. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

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