La nueva "Nueva Mayoría"




Otro de los inconvenientes de los balotajes, como medios para resolver empates, es que terminan por forzar mayorías a lo sumo circunstanciales, flor de un día. Se vio el año 70 bajo el antiguo esquema de radicar el asunto en el Congreso. Recordemos como la entonces poderosa DC acepta apoyar al candidato popular para muy luego enfrentarse con la UP y sumarse a quienes querían derrocar el gobierno. Pasa de nuevo con Bachelet y su máquina. Inflados y empoderados con el 62% de los votos el 2013, creen que pueden hacer lo que se les venga la gana. ¿Pese al 58% de abstención original y al decreciente apoyo posterior avalándoles aún menos? Nada que los detenga; a números tan vagos se les puede manipular demagógicamente. De ahí que, en la noche del 19 de noviembre, se adjudicaran un presunto 55%, supuestamente a favor de sus estupendas reformas.

Sabemos lo que es la demagogia: un intento burdo de mantenerse en el poder (en este caso, el de un progresismo reformista que presume tener la llave maestra que va a corregir la historia) halagando sentimientos muy primarios de una ciudadanía nunca del todo clara si quiere o no que se la pastoree. Hoy sí, mañana no tanto, o bien, siempre sí aunque no por las mismas fuerzas, nunca pudiéndose saber a ciencia cierta.

Da lo mismo. Lo que de veras incidiría -se cree- es que la soberanía otorga bendiciones y soplos divinos. Cuestión que afirman en el siglo XVII teóricos del absolutismo, y en su segunda formulación, a fines del XVIII, revolucionarios tras la guillotina francesa. Ambos, sin embargo, planteando nada muy distinto, como ha sostenido Bertrand de Jouvenel (De la souveraineté, 1955). Cualquiera sea el referente legitimador invocado, la atribución de una soberanía ilimitada y arbitraria no altera lo medular. El rey rara vez es el poseedor efectivo del poder despótico conferido, y el pueblo nunca lo puede ser. Lo que no obsta que se funcione como si, de hecho, lo sean. En el segundo caso amparándose en "sufragios debidamente emitidos" y en que la mayoría más uno se lleva todo, ficciones legales tan groseras y mañosas como que la ley se presume conocida.

El drama de esta elección no es quién gana o pierde la presidencial (cualquiera que "triunfe" la tendrá difícil, ¡qué cuento lo de las mayorías!), sino quién va a hacerse cargo del enredo mayor: gobernar una vez elegidos. Y ahí, si nos atenemos al espectáculo que se viene dando, las perspectivas no se ven auspiciosas. Los ya elegidos al Congreso están empeñados en lo de siempre, en puramente empoderarse y seguir en lo único que saben hacer: las interminables vueltas electorales y empates, obstruyendo a quien sea, amigos o enemigos, mientras tanto. En primerísimo lugar, los del Frente Amplio, en especial sus genios tácticos, con una estrechez de mente que los retrata.

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