El diálogo de las figuras chilenas del trap

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Culto reunió a tres de sus representantes, quienes explican cómo el género hoy domina los gustos locales. "Representamos a una generación que al fin tiene libertad de expresión" o "venimos a cambiar las cosas" son sus máximas.


Para todo aquel que se mueva con etiquetas y clasificaciones absolutas, el trap puede ser un fenómeno desconcertante: ni sus propios exponentes logran -ni pretenden- definir los contornos de una música en constante expansión y de naturaleza mestiza, en la que cabe literalmente cualquier género musical. Lo que hasta hace no mucho se podía definir como una cruza entre hip hop y reggaetón, como la vertiente más oscura y explícita de la música urbana, hoy más parece un territorio común sin límites establecidos, el lenguaje de la generación Spotify.

"Le estamos diciendo al público que tiene que evolucionar, sacarse los prejuicios, porque en un momento se nos va a ocurrir hacer una 'cueca-metal' y lo vamos a hacer", dice con una sonrisa desafiante Drefquila, uno de los más populares representantes del trap chileno y en plena salsoteca Papagayos de Santiago, para graficar el carácter inabarcable de un género de ambiciones desmedidas, que en un pestañeo pasó de las plataformas digitales a la conquista de las radios, los festivales masivos y las grandes compañías discográficas con una naturalidad sorprendente, como si hubiera sido siempre ese su destino.

"Encontramos la forma de entregar un mensaje a mucha más gente, mucho más masivo, con un ritmo que vino para quedarse. En el trap hay una amplia gama de temas que no puedes tratar en el rock, en el rap o en la salsa, porque el trap no tiene parámetros", reflexiona Drefquila, el nombre artístico de Claudio Montaño, cantante nacido en el Valle de Elqui que sintetiza como pocos el vertiginoso despegue del género. A sus 20 años, y gracias a un material autogestionado que alcanza 30 millones de reproducciones en Youtube, se convirtió en el último fichaje local de Warner Music, que editará el próximo álbum que grabará en Nueva York, Aqua.

Un impulso que se traduce a los escenarios y que lo tendrá el próximo año como protagonista de dos de los mayores festivales chilenos: La Cumbre, en enero, y Lollapalooza dos meses después. El fin de semana pasado, en tanto, tuvo uno de los shows más convocantes de la Feria Pulsar en la Estación Mapocho, al igual que su colega Gianluca, otro chileno confirmado para Lollapalooza.

"Por el ritmo y los tipos de sonidos que tiene, el trap es versátil. A veces escuchas bandas de rock y todos los discos suenan iguales, porque temen traicionar su verdad. Para mí la música tiene mucho que ver con el cambio, con estar constantemente haciendo propuestas distintas", dice Gianluca, cultor de una vertiente más "emo" del trap -según explica- y ejemplo de la amplitud estilística de la que hoy goza un género que hasta hace no mucho se reducía al uso de autotune en las voces y letras sobre lujos y pistolas.

"El rap me gustaba mucho en la básica pero en un momento me pareció muy cerrado. Si escuchabas rap no podías escuchar reggaetón, por ejemplo. En cambio, ahora uno puede hacer cualquier cosa en el trap, pasó a ser el pop. Aquí hace poco esto impactó pero los temas de Katy Perry y Lady Gaga están hace rato influenciados por el trap", asegura el autor de Siempre triste, que en el último año suma colaboraciones junto a Gepe y Rubio, el nuevo proyecto de la exvocalista de Miss Garrison, Francisca Straube.

"Ahora en Chile hay una puerta abierta para expresarse, para decir lo que se quiere decir. Somos la viva representación de una generación que al fin tiene libertad de expresión: todos están haciendo lo que quieren", asegura Lizz (26), alias de Elisa Espinoza, una de las primeras chilenas que comenzó a explorar en el estilo.

Tras un viaje por estudios a Inglaterra, descubrió que en los clubes no había restricciones a la hora de combinar rap con dub, dancehall, reggaetón y electrónica. "Me di cuenta que estaba naciendo el hip hop contemporáneo, que toda la música se iba a mezclar y que iba a formar un nuevo género", cuenta la cantante nacida en Hualpén.

Lizz, como sus compañeros, desliza la idea del trap como un territorio desprejuiciado y de integración, donde no hay reglas establecidas y tanto las mujeres como las diferencias son bienvenidas. "Somos un país sin identidad, un 'multi-crisol' cultural, y creo que por ahí va lo nuestro: si internet es copiar y pegar para crear algo nuevo, nosotros hacemos eso, juntamos varias cosas para crear una identidad llena de diferentes inspiraciones", comenta.

Ante su acelerado avance en la industria y frente a su falta de límites establecidos, ¿cuál es el futuro del trap hecho en Chile? ¿Hay un techo para este género?

Los tres coinciden en que esto es solo el comienzo: si la generación musical que les antecedió convivió con las dudas existenciales y la apatía, los traperos están decididos a aprovechar el boom latino y salir al mundo. "Más que una tendencia, esto marca a toda una nueva generación. Hoy vas a Nueva York y ves a un gringo cantando en español. Yo con eso me doy por pagada", dice Lizz.

"Podríamos haber hecho el camino fácil, cantar de putas y pistolas, pero no vivimos eso y no queremos hacerla fácil, queremos trascender. Uno tiene que ser un Bob Marley, un Kurt Cobain, un Michael Jackson", complementa Drefquila, con una seguridad que fluye natural. "Somos parte de la generación que viene a cambiar las cosas", agrega, a modo de resumen.

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