Tributo a los pioneros

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De eso es lo que habla el libro El asedio de las imágenes recientemente publicado por editorial Bastante. El autor del ensayo, el cineasta experimental estadounidense Stan Brakhage, rescata el perfil biográfico de cuatro cineastas fundacionales y de un personaje del cine alemán de la época muda, el Dr. Caligari.


Se necesita en verdad estirar bastante la imaginación para unir la realidad del cine actual con el trabajo que desarrollaron a comienzos del siglo pasado los padres fundadores del séptimo arte.

Donde hoy se reconoce una industria y un fenómeno cultural hecho y derecho, con todas sus grandezas y miserias, antes hubo en el mejor de los casos un abismo. Un abismo al cual los cineastas pioneros saltaron con el arrojo y la valentía de los grandes héroes de la antigüedad clásica. De eso es lo que habla el libro El asedio de las imágenes recientemente publicado por editorial Bastante.

Buen aporte y preciosa la edición a cargo de Vicente Braithwaite. El autor del ensayo, el cineasta experimental estadounidense Stan Brakhage, rescata el perfil biográfico de cuatro cineastas fundacionales y de un personaje del cine alemán de la época muda, el Dr. Caligari. No se trata en absoluto de un trabajo arqueológico. Lo que Brakhage consigue en este librito apasionante es dar cuenta de la Edad Heroica de esta actividad al mismo tiempo noble, impía, entrañable y prostituta que es el cine.

El cine le dio mucho a sus pioneros: unas veces dinero y fama, otras veces plenitudes e ilusiones quiméricas. Pero para ninguno de los cuatro casos aquí convocados hubo gratitud. George Méliès, el verdadero padre del cine de ficción, después de haber formateado el medio, era un viejito que vendía dulces en la tienda de su esposa cuando los franceses lo redescubrieron para concederle la Legión de Honor; hacía muchos años que había dejado de hacer películas y de ellas eran pocos los que se todavía se acordaban. Jean Vigo la pasó incluso peor. Era hijo de un anarquista español que al parecer se suicidó en la cárcel y no es mucho lo que alcanzó a filmar antes que a los 29 años la tuberculosis lo sacara de este mundo. Pero lo que filmó fue notable: entre otras cosas, el mediometraje Zero en conducta, una apología de la sublevación juvenil en un internado, y L'Atalante, una historia de amor total que se estrenó, mutilada, como corresponde a la fatalidad, el mismo día en que su cadáver estaba bajando a la tumba.

Después el libro se centra en la figura gigantesca de Sergei M. Eisenstein, el autor de El acorazado de Potenkim e Iván, el terrible. El cineasta fue parte de la gloria y parte también de la maldición de la Revolución Soviética. Tampoco él pudo cosechar los retornos de su genio. Era inevitable que una inventiva como la suya terminara chocando contra el estalinismo. Abandonado por Occidente, donde quiso instalarse, y chantajeado por los censores soviéticos que lo amenazaron con delatar su sexualidad, los últimos años de Eisenstein, sin trabajo y vetado por el régimen, fueron entre patéticos y fantasmales. Menos trágico fue el destino de Fritz Lang, el autor de Metropolis, judío austriaco, otro de los grandes convocados por el libro, que se exilió a último minuto del Tercer Reich, solo horas después de su entrevista con Goebbels, dejando atrás ancestros, hogar, un matrimonio destruido y varias películas fundamentales, pero que sin embargo pudo proseguir más tarde su carrera en Hollywood, aunque igual acumuló en vida cualquier cantidad de frustraciones. No nos hagamos ilusiones: el cine nunca ha sido especialmente generoso con sus maestros.

El libro de Brakhage tiene un tono épico que no es fortuito porque remite a una época donde todo estaba en construcción. Fue un período en que el cine le hizo una promesa formidable al siglo XX y que, visto en retrospectiva, desde luego cumplió. Si hoy por hoy las películas no están a esa misma altura, y con frecuencia dan vergüenza ajena, cuesta creer que éste sea el desenlace. Si fuéramos optimistas, deberíamos pensar que se trata solo de un mal momento. Y que el genio debería volver a irrigar pronto la pantalla mundial.

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