Las escenas reveladoras abundan en la trilogía que cubre tres décadas en la vida de Kanye West. Acá un par. Kanye es un tween en medio de una reunión familiar de mayo de 1990, hasta que capta la atención de la cámara lanzando rimas que vaticinan su futuro esplendor, como un pequeño Muhammad Ali convencido de grandeza con inusitada seguridad. En un chico cualquiera, la monserga no pasaría de enternecedora -”estoy en la cima, no voy a bajar”, rapea-, pero ya sabemos que Ye, como se hace llamar en la actualidad, cumplió los augurios.

La segunda muestra un diálogo con el rapero Rhymefest, coautor del single Jesus Walks, “quizá la canción espiritual de hip-hop más significativa y popular de todos los tiempos”, según The New York Times. Kanye se queja con el colega por no considerarlo un genio, una idea central suscrita por este documental desde el título: Jeen-yuhs se lee “genius”.

“La genialidad se da con la experiencia, la dificultad”, argumenta Rhymefest. “Creí que eras un genio hasta que vi a Jay-Z rapear”.

Kanye insiste en su categoría pero Rhymefest interpela enérgico. “Otros tienen que mirarte y decir: ‘Es un genio’. No es una falta de respeto si alguien piensa distinto. Debes controlarte, viejo”.

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Clarence “Coodie” Simmons practica stand up y conduce Channel Zero, una estación de Chicago de su propiedad. Corre 1998 y en medio de una nota con varios raperos entrevista a Kanye West, un nombre que se repite entre los artistas de la escena hip hop de Chi -la denominación coloquial de la ciudad-, como un productor fundamental virtuoso de los beats. Con 21 años, Kanye viste un elegante traje y lleva lentes de sol en medio de la noche. “Coddie” tiene una epifanía. Debe seguir a este tipo cámara en mano. Todo indica que será un grande y él debe testimoniar ese ascenso.

Kanye West

Simmons suma al proyecto en calidad de codirector a su socio Chike Ozah y  comienza a registrar el día a día de Kanye, como esos realitys paradigmáticos de los primeros 2000 para sorpresa de distintos entornos, desconcertados ante las cámaras que revolotean sobre el joven productor. Es un capo indiscutido, pero los productores son figuras sin rostro para el público masivo. Pocos saben que Kanye rapea y aspira a ser una estrella por derecho propio.

El primer capítulo bautizado “Visión” y parte del segundo, “Determinación” -los más consistentes-, registran sus esfuerzos por ser reconocido como MC y dejar atrás la producción para otros. La cámara capta secuencias desconcertantes y notables como testimonio de tesón y fe inquebrantable en el éxito. Kanye deambula con un demo por Roc-A-Fella Records -el sello que publicaba a Jay-Z-, para que las promesas de contrato se materialicen. Se mete en las oficinas, interrumpe el trabajo, pone su canción en el reproductor de cedés a todo volumen, baila y rapea encima. Nadie pone atención hasta que se resigna y se marcha.

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Kanye habla con su padre por teléfono después de llorar y lucir inconexo en el lanzamiento de su candidatura presidencial, en la última campaña de Estados Unidos. Lacónico y preocupado, el viejo le aconseja escribir los discursos.

Si Donda, la madre fallecida en 2007, hubiera estado, probablemente habría juzgado distinto la llamativa performance en busca de la Casa Blanca. La progenitora era la fan número uno, y a la vez un coach en constante alabanza del talento de su retoño, un ambiente acompañado de muchas risas y demostraciones de afecto. Su hijo era lo mejor de lo mejor, sin mayor análisis a la convicción mesiánica sobre él.

Los documentalistas tampoco hacen preguntas al respecto. Desechan ahondar qué significa la genialidad de Kanye West. Las reflexiones en off de “Coodie” se concentran en testimoniar y ensalzar el empeño en alcanzar sus sueños, remitidos a la fama superlativa -un asunto central de esta era-, y ser considerado unánimemente genial y cool. De música, no se habla mucho en Jeen-yuhs.

Kanye tampoco da pistas respecto de la consistencia y valor de la supuesta genialidad. En el discurso dogmático que asume no hay más personaje e intereses que él.

Kanye West.

Por lo mismo, el lenguaje y las señales religiosas envuelven progresivamente Jeen-yuhs, en una escalada visual que recurre a formas noventeras del videoclip, con un collage de imágenes de noticiarios, entrevistas y rápidas secuencias en vivo, a la manera de un zapping.

Ocurre también porque “Coodie” sufre unos cuantos destierros por largos años del entorno íntimo de Kanye. Apenas se asentó el éxito a mediados de la primera década de este siglo, West recurrió a otros directores, prescindiendo de los servicios de “Coodie” y Chike, responsables de sus primeros videos. Tampoco los llevaron a la primera gira a gran escala.

“Coodie” no lo explicita, pero la cobertura diaria de Kanye West llega hasta el lanzamiento de The College Dropout (2004). Luego coge retazos, la información disponible en los medios, y agrega agua con innecesarios guiños a su propia biografía, con filmaciones caseras de su intimidad que no vienen al caso.

El matrimonio y quiebre con Kim Kardashian queda excluido, lo mismo el famoso incidente con Taylor Swift en los Grammy de 2009, más allá de repetir la secuencia insistentemente. “Coodie” no estaba allí. Su “hermano” nuevamente lo dejó fuera.

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Pero las cámaras sí lograron el registro de algunas situaciones excepcionales recientes, como una perorata a unos boomers inversionistas inmobiliarios, entre los escasos blancos que aparecen en Jeen-yuhs. Kanye les pregunta si han sido esposados e internados, luego habla de la medicación que toma debido a su salud mental afectada por la bipolaridad. Asegura que fue ejecutado públicamente durante siete años tras el episodio con Swift, haciendo paralelos con un desmembramiento. Los interlocutores no atinan a reaccionar ante un relato errático, y lo resuelven a medias con risas. “Coodie” se siente abrumado y apaga la cámara.

Después de varios años sin contacto con el hombre al que siguió como un discípulo absolutamente convencido de un evangelio centrado en la fama, descubre que el genio está atrapado entre su personaje y unos delirios que requieren tratamiento.