Su voz suave se escucha particularmente frágil al otro lado del teléfono. Hace un par de días que Cecilia Vicuña (74), poeta, artista y activista chilena, batalla con un resfrío estacional que casi que le quita por completo el habla. Sin embargo, su tono no deja de cobijar el semblante dulce y sereno que la caracteriza.

Por estas semanas, la artista tiene varios compromisos en marcha, entre los que figuran tres exposiciones en Nueva York (una individual en el Guggenheim Museum y dos colectivas -pero con una presencia bastante fuerte- en las dos sedes del Museo de Arte Moderno) y una muestra en la galería Tate, en Londres, que abrirá en un par de meses más. Esto, sin contar un nuevo proyecto en nuestro país que pronto tendrá luz verde: una fundación que trabajará y resguardará su obra, con el fin de que ésta se alce como un servicio para la ciudadanía, especialmente, para la juventud.

Cecilia Vicuña recibiendo el León de Oro de la Bienal de Venecia. Foto: Andrea Avezzù, La Biennale di Venezia.

Hace mucho tiempo que su cotidiano mantiene un alto ritmo laborioso y de creación. Su primera exposición en Chile fue en el año 1971, en el Museo Nacional de Bellas Artes. Se llamaba Otoño y consistió en llenar uno de los salones del recinto con hojas secas que recogió del Parque Forestal junto a los jardineros. Fue el punto de partida de una carrera llena de grandes momentos.

A finales de abril, se configuró un nuevo hito para su vida artística: la Bienal de Venecia, una de las instancias más relevantes del mundo artístico, premió a la chilena con el León de Oro a la trayectoria, transformándose en la primera mujer latinoamericana en ganar dicha condecoración. Un camino que Vicuña viene cimentando desde su niñez en cerca de cincuenta años de un trabajo profundamente arraigado en la sabiduría ancestral de los pueblos originarios, la ecología y el feminismo.

Y aunque hace varias décadas que su nombre se configura como uno de los imprescindibles de las artes visuales contemporáneas de Chile y el mundo, confiesa que no esperaba un reconocimiento tan transversal a su obra: “Indudablemente no lo esperaba, porque es la tradición de cerca de 2 mil años de historia patriarcal que a las mujeres nadie las escucha. Es como que ser mujer y tener voz es un contrasentido, porque las mujeres en general no son oídas. A menos que digan el discurso del poder, como muchas mujeres en Chile que son especialistas en eso”.

“Yo trabajé siempre en silencio, intensamente, creyendo que el trabajo existía para una dimensión potencial que, si yo la sentía, tenía que existir. Pero no me preocupaba de si acaso era oída o no, porque esa posibilidad de ser oída en realidad no existía”, explica Vicuña.

Una de las afirmaciones que más eco hizo en la prensa internacional, señala que este sería el momento cumbre de su carrera, pero Cecilia no lo ve así: “No creo que haya ningún artista que sienta eso, porque es una perspectiva que viene desde afuera. A lo mejor uno va caminando por una vereda y de pronto sientes algo, y sabes que es un momento cumbre de iluminación, de percepción, de claridad, de sentimiento. Momentos cumbre, sí. Pero cumbre de una carrera...”, reflexiona la artista.

“¿Eso quién lo sabe de antemano? Nadie. Y si uno se imagina que es una cumbre, va perdido. Lo que sí siento es que en estos últimos años hay una sed de oír ciertas cosas que la mayoría de la gente no habla. Yo pienso que es por ahí que puede venir el interés de escuchar a alguien como yo, que habla de cosas que nunca fueron valoradas”, concluye respecto al reconocimiento que su trabajo adquirió durante las últimas décadas.

Cecilia Vicuña. Foto: William Jess Laird.

Señaló que este premio, el León de Oro, es algo que la acompañará por el resto de su vida, pero también en su muerte. Mirándolo con un par de meses de distancia, ¿Cómo evalúa el impacto de esta distinción?

Bueno, desde el punto de vista de cómo afecta mi muerte, eso en realidad es una perspectiva muy maravillosa. Porque creo que cuando tú tienes una edad como la que tengo yo, en que estás mucho más cerca de irte que de llegar, se abre una perspectiva extraordinariamente luminosa de cómo es la vida que queda en lo que uno ha echado al mundo, y que está más allá de uno. La vida más allá de la muerte de una obra es mucho más importante que la obra misma. Ese es un don que me ha dado el León de Oro.

Usted es la primera mujer latinoamericana en recibir esta distinción. ¿Cómo repercute este logro en Latinoamérica, especialmente para las mujeres?

A mí me lo han dicho innumerables artistas latinoamericanas que me ven por ahí, que me abrazan y me dicen ‘tú abriste el camino’. Ese es un sentimiento muy generoso y muy hermoso, de las mujeres sobretodo. Creo que esa solidaridad femenina, ese sentir que estamos unidas en algo mucho más profundo que lo físico, es una de las cosas más importantes para transformar la sociedad humana.

Su obra también ha repercutido fuertemente en la juventud, que se muestra mucho más preocupados por las temáticas que inspiran su obra. ¿Siente que su trabajo está conectando de una forma especial con las nuevas generaciones de público y artistas?

Creo que sí, porque imagínate... Ahora se ha estado leyendo mucho mi obra de los años sesenta, con la edad que tiene esa obra. Yo la escribí entre el año 66′ y 71′. De hecho, se está planeando, acá en Chile, hacer una selección de esa escritura. Y tú lees esas cosas y en realidad resuenan con la sensibilidad que hay ahora. Porque en esa época era como algo absurdo, extraño y, de hecho, por eso esa obra no se ha publicado nunca en su totalidad. Se han publicado pequeños fragmentos, como quien dijera gotas de un océano. Tiene sentido que medio siglo después esas sean las cosas que están en la vida, ahora, que están sucediendo. Ya no están en el poema de una poeta secreta. Están en la calle. Eso es increíblemente hermoso.

En cuanto a las inspiraciones femeninas, Violeta Parra, por ejemplo, ha sido una figura que ha marcado bastante su obra. ¿Qué otras mujeres fueron una referencia para usted?

Creo que el período en el que uno más recibe influencias prodigiosas es cuando uno es ultra joven y no sabe nada de nada. Entonces, tú no te guías por lo que dicen los demás, sino por la impresión que algo te provoca. Cuando era muy joven, de hecho, una tía tenía unos libros maravillosos. Se llamaba Rosa Vicuña, una gran escultora... Y fue en su casa que yo descubrí una antología de poesía surrealista hecha en Buenos Aires en los años sesenta.

Cecilia Vicuña toma un respiro y sigue: “Ahí yo leí a dos mujeres: una griega que escribía en francés, Gisèle Prassinos, y una egipcia que escribía en inglés, Joyce Mansour. Ese es un libro donde había, ponte tú, ochenta poetas, y probablemente sólo dos mujeres. Pero a mí lo que me iluminó fue ver a esas mujeres, porque hablaban de su cuerpo desde una perspectiva completamente inédita, como si su cuerpo fuera parte no separada del resto del universo sensible. Y eso a mí me abrió un universo. Y segundo, leí, más o menos al mismo tiempo, poesía indígena oral de América, especialmente poesía guaraní, que era la que yo había encontrado en traducción al español. Encontré que había una relación casi matemática entre esa poesía indígena y esa poesía surrealista de estas mujeres escribiendo en rebelión. Con esas dos dimensiones yo creo que se formó una niña que escribía sin tapujos, que era la Cecilia adolescente”.

La “misión” del presidente Boric

Su logro histórico en la Bienal de Venecia tuvo una presencia bastante transversal en la prensa internacional. En nuestro país, las felicitaciones se extendieron hasta La Moneda, con saludos de la ministra de las Culturas, Julieta Brodsky, e incluso de la máxima autoridad de gobierno.

Pero la relación entre Vicuña y el Presidente Gabriel Boric se remonta a varios años atrás, específicamente en la literatura. Así se lo confesó el mandatario a la arista el pasado martes 12 de julio, en el marco de una audiencia que, en palabras de la ministra Brodsky, fue “un agradecimiento que parte de la necesidad de visibilizar la presencia de mujeres artistas que han estado invisibilizadas en la historia de nuestro país, y que merecen estar presentes en la construcción de la historia del arte nacional”.

“Creo que esta invitación viene de algo que me contó el presidente Boric. Cuando él era joven, leyó un poema mío que se llama Misión -escrito en abril de 1971-, que está en mi libro El zen surado. Me dijo que había leído eso y que le causó una impresión muy profunda, y que en ese momento pensó: ‘eso es lo que hay que hacer’. Y que él todavía piensa eso”, cuenta la artista.

La artista Cecilia Vicuña junto a la ministra de Culturas, Julieta Brodsky, y el Presidente Gabriel Boric. Gentileza del Ministerio de Culturas.

Su valoración respecto al gobernante va más allá de lo político. “Le dije que, a mí, lo que me causaba una emoción muy grande en él desde que lo había empezado a escuchar cuando él era un estudiante, era su lenguaje. Que él no apela exactamente a las ideologías, como la gente cuadrada, sino que apela al corazón de las personas que quieren el bien, el bien común, que quieren justicia para todos. Eso para mí indica un tipo de líder que no solamente Latinoamérica y Chile, sino que el mundo entero necesita. Alguien que esté dispuesto a conversar con el contrario, con el que piensa distinto. No cancelarlo, ni atacarlo, ni violentarlo”, expresa. Su sensación es que la reunión fue “de una calidad humana extraordinaria”.

“Yo pensaba: qué increíble Chile dejar solo a un ser como él, que cualquier otro país del mundo lo desearía como un líder de otro orden, de otra especie humana, que es lo que los seres humanos debemos ser. Buscando alianzas, buscando una forma de crear otra realidad que deje de ser violenta y abusiva”, reflexiona la artista.

Me dolió mucho sentir que los chilenos no están valorando eso, no están valorando el logro increíble que significa la existencia de este nuevo gobierno y la existencia de una Convención Constitucional. Cómo es posible violentar ese proceso cuando está recién empezando... Es como matar un botón antes de que florezca”, concluye.

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En otras oportunidades, Cecilia ya se había mostrado esperanzada con las posibilidades que traía consigo la escritura de una nueva carta magna, un proyecto que surgió desde las manifestaciones que comenzaron en octubre del 2019 con el estallido social.

Últimamente, varios sectores se han desmarcado de la opción de aprobar la propuesta en el próximo plebiscito. Para la artista, no tiene mucho sentido que un proyecto tan importante como la Convención Constitucional pueda llegar a ser abandonado por la ciudadanía.

(La Convención) Tiene, más que nada, origen en un espíritu profundamente humano que busca la liberación del ser. Porque todavía estamos por descubrir qué es lo que realmente ser humano es. Todo el mundo vive bajo una explotación inhumana. Yo creo que la rebelión ahora, y eso fue el estallido para mí, es una rebelión contra una manera de ser. Es mucho más profunda que una rebelión política, digamos, con una lista de pedidos. Esto es otra cosa. Es un deseo de existir de otra forma. Entonces, ¿Por qué eso puede ser abandonado en menos de un año? Es como ridículo. Es absurdo. Y es pura manipulación y puro dominio de la mentira”, expresa.

Cecilia Vicuña. Foto: Daniela Aravena.

En términos generales, y ahora que la Convención terminó su trabajo, ¿Se siente optimista con lo que viene para nuestro país?

Sí, yo soy por naturaleza optimista frente a la posibilidad de encontrar un camino distinto al que hemos ya visto, que no sirve. Porque si no hay agua, si se están acabando todas las fuentes de vida... Por ejemplo, el suelo está destruido por una agricultura tóxica, el mar se está muriendo por la sobreexplotación. Es decir, no hay ninguna esfera ecológica ni de vida social que esté sana en este momento. No hay equilibrio, es como que no hay futuro. Entonces, soy optimista en cuanto que (triunfe), eventualmente, el deseo humano del buen vivir, como dicen las comunidades indígenas del planeta... Porque no es solamente acá en Chile. Hay que tomar en cuenta que esta rebelión está pasando en toda la Tierra.

Y a renglón seguido, Vicuña agrega: “Chile no es una isla y nunca lo ha sido, aunque muchos quisieran que lo fuera, no existen islas en ese sentido. La humanidad está siempre conectada. Siempre estuvo conectada. En este momento hay una cerrazón, una violencia lingüística aquí en Chile. Por ejemplo, cuando uno llega acá y oye la radio, oye los comentarios... Se ha caído en un nivel de falsía tan aberrante que está como todo el mundo hipnotizado por eso. Tiene que haber un nuevo despertar, tiene que haber un despertar de que ese lenguaje ya no sirve. Y que hay que ver que, por ejemplo, en este caso, la Convención es un comienzo. Rechazar eso a mí me parece inconcebible”.