Aquella muy citada frase con la que alguna vez el fallecido Florian Schneider definió la voluntaria entrega creativa de su grupo a las máquinas (“estamos más allá del sentimiento individual. Somos como vehículos; hombres-máquina: a veces tocamos la música y a veces la música nos toca a nosotros”) tenía hace cuatro décadas un carácter provocador, pero a estas alturas del siglo XXI más bien califica de descripción práctica.

Los cuatro músicos que anoche ocuparon un escenario en el Movistar Arena en Santiago eran y no eran Kraftwkerk —de la formación clásica de la banda queda sólo Ralf Hütter, un hombre de 76 años de edad; y además no hay nuevo material que promocionar desde 2003—, pero eso es lo de menos: bajo sus manos, las máquinas no eran y también eran la banda que habíamos venido a escuchar. Estaban y no estaban sus pulsos, sus frecuencias, sus voces… en vivo y a la vez en preprogramación. El más rígido de los despliegues escénicos conseguía ser, también, un espectáculo hipnótico. Era la electrónica —de sonidos y de imágenes— la que parecía hacer todo el trabajo, aunque bajo el orden, y el humor, del ingenio humano.

Por tanto tiempo se les aplicó a los de Düsseldorf calificaciones asociadas a la modernidad y el futuro, que se hace necesario recordar que hoy las giras del grupo por el mundo son más bien un ejercicio de preservación de un legado, pues su alguna vez pionera propuesta de música electrónica es ya innegable patrimonio de referencia.

25 DE MAYO. 2023 KRAFTWERK EN Movistar Arena FOTO PEDRO RODRIGUEZ

En su cuarta parada histórica en Santiago de Chile, como parte de una gira latinoamericana con otras cinco citas, Kraftwerk cuidó que la presentación de ese tan influyente acervo llegara a nuestros ojos y oídos en las mejores condiciones. Eso incluye darles a piezas selectas de su más notoria discografía (la que va de 1974 a 1981, aunque también hay citas a los posteriores The Mix y Tour de France) un montaje visual particular: desde Numbers (Nummern) (1981) en adelante cambiarán los colores de los halos de luz sobre la ropa de los cuatro músicos de pie frente a sus computadores, mientras que una gran pantalla posterior y dos laterales desplegarán el espectáculo en sí mismo de un diseño visual de gráfica ingeniosa, geometría en neón, cita retro e incluso un inesperado chispazo de humor, cuando la nave espacial que viaja durante Spacelab (1978) termina por aterrizar en el exterior del mismísimo Movistar Arena de Santiago.

Kraftwerk en Chile

El micrófono sobre la cabeza de Ralf Hütter confirma que su voz va en vivo (aunque intervenida, por supuesto). Esos cuatro robots que apenas se mueven, pudiendo hacer mímica, eligen someterse a las muy humanas convenciones de los conciertos de rock.

Autobahn (1974) motiva gritos de entusiasmo (viaja por la carretera un modesto y querible Volkswagen), a The man machine (1978) se le aplaude, y la siempre deliciosa The model hasta motiva el baile. Son composiciones de cuando la fusión hombre-máquina y la mediación de las pantallas en nuestras relaciones humanas se instalaban como temas acaso temibles, pero que hoy escuchamos para luego consultar con naturalidad Tinder y ChatGPT desde nuestros teléfonos.

25 DE MAYO. 2023 KRAFTWERK EN Movistar Arena FOTO: PEDRO RODRIGUEZ

Kraftwerk tendría todo el derecho a revisitar su antigua discografía como un despliegue de profecías cumplidas, pero el cuidado estético en su espectáculo sugiere algo más interesante: la recreación de una hermosa idea de futuro que fue capaz de darle imágenes y timbres musicales a todo aquello con lo que comenzábamos a convivir. Es música vigente no por la precisión fría de su apuesta de mañana sino, precisamente, por cómo humaniza nuestro presente.

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