Apenas conteniendo los nervios, el joven Vicente Ruiz caminó por la calle San Antonio, hasta ubicar la entrada de la Taberna Capri. En el Santiago de la primera mitad de los ochentas, aquella legendaria boite que antaño era un imperdible de la bohemia capitalina, estaba venida a menos. Golpeada tras los años de toque de queda, era apenas un remedo de las noches animadas por la Orquesta Huambaly. Acaso como un cruel paralelo, a Ruiz le habían dicho que allí podría ubicar a Cecilia Pantoja, la incomparable. La leyenda de la Nueva Ola, de la que poco se sabía desde sus años de gloria.

“Era como una escena muy linda, porque estaba este lugar como un cabaret, pero vacío. Entré, y había una sola mesa donde estaba ella con una amiga tomando agua, porque ella no bebía alcohol pero sí fumaba bastante”, recuerda Ruiz. Por entonces era un novel realizador de 20 años que preparaba su primera performance, inspirada en el mito griego de Hipólito. Y para musicalizarla, quería usar la música de Cecilia, otro mito.

Cecilia

“Hipólito es un personaje que tiene mucho éxito entre los hombres y no quiere tener contacto con las mujeres -apunta Ruiz-. Su madrastra, Fedra, se enamora de él, pero la rechaza. Ella se suicida, deja una carta en venganza y su padre lo exilia. Entonces había muchas cosas que estaban relacionadas quizás con algunos intereses personales identitarios”.

De hecho, en la performance, el papel de Hipólito lo interpretó Jacqueline Fresard, mientras que Consuelo Castillo encarnó a Fedra. “Al momento de ir haciendo la performance, fue apareciendo Cecilia por todo el tema secreto que había sobre su sexualidad, el encanto que producía en las mujeres, todo estaba muy relacionado con el personaje de Hipólito”, apunta el realizador.

Para Ruiz, la imagen de La incomparable era de otro tiempo. “Mi mamá me habló de Cecilia, pero más bien del mito. Como alguien que se había dejado de escuchar y que en su juventud era una estrella que había llenado el Caupolicán tres veces en un solo día. Entonces le hecho de desapareciera de la cultura, fue la primera cosa que me motivó a buscarla . Cómo le puede pasar eso a alguien tan trascendente. Luego, en esos años había un cierto revival porque era muy común escuchar Adamo, cosas así. Pero en realidad, lo que más me atraía era su personalidad”.

Mientras preparaba el montaje de Hipólito el espacio de El Trolley, a Ruiz le preocupó el siempre peliagudo asunto de los derechos de autor. Como además deseaba conocer a Cecilia, decidió buscarla. No fue fácil. Desde la década de los setentas y en especial tras el golpe militar de 1973, la presencia de La incomparable en los medios comenzó a menguar y se mantuvo al margen de los circuitos oficiales. Así, sobrevivía cantando en las pocas boites y clubes nocturnos marginales que lograron funcionar en la deprimida bohemia capitalina.

Vicente Ruiz

Fue entonces que le comentaron que la cantante solía presentarse en un recinto del Parque O’Higgins. Allí la fue a ver. “En ese momento había toque de queda y todos salían corriendo, pero había gente que se quedaba. Había todo un mundo que continuaba en la noche, entonces ella hacía un show muy tarde y era su show clásico de siempre. Así se me hizo más atractiva y la empecé a buscar definitivamente”.

Tras preguntar logró obtener el dato de la Taberna Capri, donde ocurrió el primer encuentro. Pese a sus nervios y la diferencia generacional, Ruiz recuerda con cariño ese momento. “Yo era un joven distinto al mundo de ella, pero me recibió muy amorosa. Yo creo que le transmití la admiración. También la invité a venir a que viera lo que íbamos a hacer con su música, pero no fue”.

En el montaje de la obra, que se anunció a página completa en El Mercurio, una banda en vivo se ocupaba de interpretar la música. Ahí estaba una adolescente Javiera Parra, además su hermano Ángel, Rodrigo Alvarado, Silvio Paredes y Sebastián Levine. La presentación incluía temas como Buen día tristeza, Vete ya, Baño de mar a medianoche, entre otras. “En algunas canciones usábamos la grabación de Cecilia, otras las cantaba la Javiera”, apunta Ruiz. Para la nieta de Violeta, esa experiencia fue clave para grabar su exitosa versión de Compromiso, una oscura canción del catálogo de Cecilia, en su álbum debut Corte en trámite (1995).

Montaje de la performance Hipólito. Foto: Jorge Aceituno. Archivo Vicente Ruiz.

Desde ese momento, Ruiz y Cecilia quedaron vinculados. El artista organizó algunos conciertos de la cantante en lugares como La Batuta. En los shows, la cantante no solo hacía su repertorio habitual sino que hasta incluía poemas escritos por el mismo Ruiz. “Trabajé con ella y la dirigí, eso para mí fue una cumbre. Era muy obediente y flexible, algo que tienen los grandes intérpretes. Después ella se iba a trabajar con un pequeño grupo que tenía, eran músicos de la noche, lo que era my interesante porque trabajaban con partitura”.

El artista recuerda esos shows, entre la bohemia de jóvenes alternativos. “Ella se hacía esperar, hasta que cuando entraba la gente estaba desesperada por recibirla. Su performance era perfecta por su voz, la capacidad de reactualizar sus canciones, bailaba, hacía tiempo, hacía cantar a la gente, hacía bailar a la gente, lo que no muchos logran. Manejaba la energía del público y la necesidad por el arte, eso la hace rock. Para mí, Cecilia era rock”.

Afiche de uno de los shows de Cecilia a cargo de Vicente Ruiz. Archivo de Vicente Ruiz.

Ya con el regreso a la democracia, Vicente Ruiz continuó trabajando en la producción de algunos shows con Cecilia, por ejemplo, en la ex Oz y en la Sala Shakespeare. Ya hacia los 2000, cada uno siguió su camino y no supo mucho más de ella. “Las vidas se alejan, ella también se reinsertó y ya tuvo más reconocimiento, ya había vuelto. Trabajaba mucho, era una persona que estaba vigente hasta hace poco”.

En los años siguientes la figura de Cecilia era vinculada al concepto de las fiestas Kitsch, como una suerte de ícono pop del recuerdo. Una idea que a Ruiz le provoca una distancia. “Yo creo que esto del kitsch es un asunto clasista. Cuando ella murió, me dio pena la gente que no la conocía o no la vio en vivo, pudiera pensar que pertenecía a otro mundo. Y verla en vivo ya era bastante, porque se mantuvo tal cual durante años. Cuando alguien dice que algo es kitsch, me parece que es una manera de estigmatizar, no solo al artista sino que a todo el arte y la cultura. Y eso me parece más kitsch”.

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