Todos los deportistas de alto rendimiento soportan en el ocaso de sus carreras profesionales más de una enfermedad ya sean físicas o mentales. Una de ellas es la soledad en una actividad donde saboreaban el aplauso, la fama y el dinero.

Lo más doloroso es dejar la profesión y pasar a ser un ciudadano común y corriente para transitar en el silencio del desconocido. Las portadas desaparecen. Sufren el burnout, cuyos síntomas son agotamiento físico y mental, desmotivación, ansiedad, depresión y elementos internos piscosociales.

A estas personas nadie las prepara. Como dice Nietzsche, en el ocaso de los ídolos nadie les ayuda en la búsqueda de encontrarle el sentido al resto de sus vidas.

Vidangossy declara sufrir una depresión, es un caso excepcional, pero no menos grave. ¿De quién es responsabilidad detectar estos trastornos? No es de los entrenadores, como muchos pregonan. Ni fue de Sulantay, Córdova ni Guede en su momento. Esta enfermedad es facultad de profesionales de la psiquiatría. Los DT deben saber de técnicas, tácticas, acondicionamiento físico, algo de psicología. Nuevas tecnologías, planificaciones, metodologías, dirección de equipo y todas las estructuras y aspectos de un sistema integrado de entrenamiento.

La responsabilidad es de los dirigentes, que deben apoyar las ciencias sociales como la psicología en forma profunda con los deportistas. E incluso la labor de un coach ontológico organizacional para ayudar a detectar estas dolencias y quiebres. Es una falacia que a estos talentos en la etapa de desarrollo y crecimiento se les hace seguimientos médicos. Sin duda que hay excepciones.

Se les debe diseñar un propósito y una vida con significado para superar estas desgracias. Se les debe mostrar un camino para esta nueva existencia pletórica aún de juventud.

Hay mucha sabiduría en Nietzsche cuando dice: "Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo". Y aquí está el cómo; dejar de ser un ídolo y transformarse. Es decir, educarse desde su ser interior.