Carol Aird, elegante rubia que supera los 40 años, mira fijamente a la chica del mostrador, quien no debe pasar de los 20 y lleva un curioso gorro de Navidad, como si fuera una hija pálida y tímida de Santa Claus. Corre 1943 y Carol cree que Therese Belivet, cuyo nombre aún no sabe, esconde un tesoro de emociones bajo aquella cara lavada y discreta. Piensa que en el país de Eisenhower ella tiene una oportunidad de amar a una mujer. Una decena de siglos antes, bajo la dinastía Tang, Nie Yinniang regresa a casa tras años de exilio y queda al alero de una mujer mayor, la "monja-princesa" Jiaxin. Nie Yinniang deberá probar ser una recta representante de la orden de los asesinos, entidad dedicada a eliminar a los tiranos. A las órdenes de su tutora, debe iquidar a su primo y ex novio, un déspota que quiere rebelarse contra el imperio.
Estas mujeres son seres atrapados entre sus sentimientos y el honor público, entre sus propias aspiraciones y el látigo de lo que se espera de ellas. En la primera trama, que corresponde a Carol, la mujer mayor es quien lidera la rebelión. En la segunda, tomada de The assassin, la muchacha es la asesina del título. Alguien que romperá los códigos.
Las dos películas, procedentes de universos disímiles, son probablemente las mejores de este año en la competencia principal del Festival de Cannes. Sus directores, el estadounidense Todd Haynes y el taiwanés Hou Hsiao-Hsien, respectivamente, manejan como pocos el lenguaje cinematográfico y en ambos casos es mucho más lo que se cuenta con imágenes que con las palabras. Ambas películas corroboran, a su vez, ese lugar común de Cannes 2015 que se impuso como profecía autocumplida: es el año de las mujeres. Se trata de una especie de imposición de los medios, refrendada por las declaraciones del delegado general, Thierry Frémaux, y también por filmes como Umimachi Diary, de Hirokazu Kore-eda, y Mia madre, de Nanni Moretti.
Aunque en esta edición faltó una película deslumbrante como en el 2013 fue La vida de Adèle, hubo una media general de gran nivel. Más que en años recientes, en 2015 las secciones paralelas llevaron le mejor agua a sus molinos. Ahí destacaron As mil e uma noites, de Miguel Gomes; Trois souvenirs de ma jeunesse, de Arnaud Desplechin, y Cemetery of Splendour, de Apichatpong Weerasethakul .
Latinoamérica destacó por la ya habitual presencia de México, aunque ninguna de sus cintas era sobresaliente, y por la fuerte irrupción del cine colombiano, que tenía tres largometrajes en secciones diferentes. De ellas, El abrazo de la serpiente y La tierra y la sombra (coproducida por Chile) fueron premiadas. Hay que reconocer que mientras Chile ha optado últimamente por el Festival de Berlín, el país caribeño está tejiendo fuertes lazos con Cannes: una jugada estratégica
Cannes 2015 puede ser la oportunidad para que un cineasta como Hou Hsiao-Hsien, un viejo preferido de la crítica más exigente y cinéfila, ingrese por la puerta grande al resto del mundo y una eventual Palma de Oro lo lleve a espectadores que jamás supieron de este autor moroso y contemplativo. También puede ser el momento de Todd Haynes, un meticuloso y sensible retratista de las relaciones afectivas prohibidas. O quizás el de Son of Saul, asfixiante paseo por el infierno de las cámaras de gases de Auschwitz, del húngaro Laszlo Nemes, también ubicado muy arriba en las preferencias.
Hacia el término de la maratónica semana y media de Cannes, queda claro que buena parte del mejor cine del mundo nace siempre aquí. Otra evidencia es que, cuando un elefante como Cannes tropieza, lo hace con estruendo. Fue el caso de The sea of trees, el peor filme jamás filmado por Gus Van Sant (Milk), y por la presencia de algo como Valley of love, cinta del francés Guillaume Nicloux, heredera del peor M. Night Shyamalan (El sexto sentido) y cuya única justificación es probablemente mediática: la protagonizaban Gérard Depardieu e Isabelle Huppert.