"¿Qué será de mi torturador?", se preguntaba Mauricio Redolés en Triste funcionario policial. Cuando el poeta rockero escribió esta canción, había vuelto hace poco de su exilio en Londres. Allá aterrizó tras ser liberado de su prisión en la Academia de Guerra Naval. En la misma canción, Redolés lanza posibles respuestas a esa pregunta: ¿Se habrá ido del país?, ¿se le habrá caído el pelo?, ¿me habrá visto en la micro?, ¿soñará con muertos como yo?
Este tipo de preguntas son las que Ariel Dorfman recogió para escribir La muerte y la doncella en 1990. El autor chileno planteó qué pasaría si una víctima se encuentra con su victimario en el living de su propia casa años después de cometidos los abusos. Su respuesta es un encuentro sicótico y atrapante sostenido por una única certeza: que la verdad es vidriosa cuando la justicia no se ha hecho a tiempo.
Una noche cualquiera, Gerardo, abogado, miembro de una comisión creada para sancionar las violaciones a los derechos humanos, es asistido por un desconocido cuando su auto queda en pana. En agradecimiento, Gerardo invita al desconocido a su casa. Paulina Salas, su mujer, reconoce la voz y la risa: ese hombre sentado en su sofá es el Doctor Miranda, el que, después de las sesiones de tortura, abusaba de ella mientras estaba atada y con los ojos vendados. En estas sesiones, Miranda escuchaba un casete de La muerte y la doncella, cuarteto de cuerdas compuesto por Franz Schubert.
Los roles se invierten. Paulina lo ata, amenaza e interroga para que confiese. Su marido no está seguro de que sea el torturador de su mujer, pero la ayuda. El público no sabe si ella efectivamente lo ha reconocido por la voz o si todo es producto de una mente herida y delirante.
Cuando la obra se estrenó en Santiago en 1991, bajo la dirección de Anita Reeves (con María Elena Duvauchelle, Hugo Medina y Tito Bustamante), no fue bien acogida. "Cuando las heridas están abiertas, ver algo así es demasiado doloroso, puede provocar rechazo. Creo que con esta obra pasó eso, era demasiado incómoda para el momento", dice Moira Miller, directora de la tercera versión chilena de La muerte y la doncella, que se estrenará el 21 de septiembre en la Sala Antonio Varias.
Los actores Antonia Zegers, Erto Pantoja y César Sepúlveda llevan un mes ensayando en una casa de Avenida Italia. "Es muy fuerte ensayar esto", dice Pantoja, que interpreta a Miranda. "La obra parte con una escena supuestamente normal, y de ahí en adelante es todo sicopatía, todo fuerte y extremo. Es tan duro como el tema merece. Este sacrificio es nada comparado con lo que vivieron quienes fueron las víctimas".
Moira Miller confió el diseño de vestuario a Pablo Núñez, reggiseur de muchas óperas del Municipal, y la escenografía será de Eduardo Jiménez, que trabajó con La Troppa en Gemelos.
Tras su fracasado estreno, la obra fue un éxito internacional. En 1991 debutó en el Royal Court Theatre de Londres y ganó el premio Sir Laurence Olivier a la mejor obra. Luego golpeó en Broadway con un elenco de lujo: Glenn Close, Richard Dreyfuss y Gene Hackman.
No fue raro que Roman Polanski se interesara por el texto y quisiera llevarlo al cine. El director puso a Sigourney Weaver y Ben Kingsley en pantalla, y forzó las cosas para que la historia pudiera suceder en cualquier país lluvioso de Latinoamérica.
El año 2000, la obra tuvo un segundo intento en Chile. El director Abel Carrizo hizo un montaje provocador: otorgó a dos políticos-actores los roles masculinos: Ramón Farías, entonces alcalde de San Joaquín, como el abogado, y el ex diputado Nelson Avila como el Doctor Miranda.
Moira Miller leyó la obra en 2008 y escribió a Dorfman. "Me pegó muy profundo. Aparecieron muchos dolores que no sabía que tenía, y así se lo expresé a Ariel cuando le dije que quería hacer la obra". El plan era estrenar en el Teatro UC, con María Izquierdo, Boris Quercia y Francisco Melo. Sin embargo, el proyecto no se concretó. Ahora, dice la directora, parece un buen momento. "Ya hay una distancia histórica… 20 años después, las heridas siguen ahí, pero ya no gritan", dice.
EN MAS DE 90 PAISES
La obra de Ariel Dorfman es una de las más representadas del teatro chileno. En 1991 tuvo un exitoso paso por Londres y luego Broadway. Y tras la adaptación al cine de Roman Polanski, en 1994, los montajes se multiplicaron en diferentes países. Con la versión actual de Moira Miller, el Teatro Nacional continúa las celebraciones por sus 70 años.