Tristán e Isolda está en la memoria reciente. Sólo han pasado dos años desde su última vez. Y es que vino a reemplazar a Tannhäuser, que a fines de 2008 formaba parte de la programación con que se vendió la presente temporada lírica y para el que inicialmente se había contratado al elenco. Pero este año se percataron de que el presupuesto no lo permitía. Y qué mejor que echar mano a una obra probada y que siempre constituye una experiencia única revivir una de las más conmovedoras y apasionadas interpretaciones del amor físico de toda la música, aunque sea con un plato repetido y pocas pero homogéneas y aceptables novedades musicales.
Lo primero fue desempolvar la propuesta multimedial de Ramón López (escenografía e iluminación), Diego Siliano (proyecciones), Marcelo Lombardero (régie) y Luciana Gutman (vestuario) que ya en el 2007 fue un elemento de realce donde cada uno de los elementos agilizó el estatismo propio de esta obra y fue consecuente con la emoción y la atmósfera. Una esencia que, obviamente, hoy se mantiene, sin variantes, menos impactante, pero intacta.
Ante este escenario, la novedad recayó en la dirección orquestal y el elenco. El joven director Rani Calderón -recientemente nombrado director titular de la Filarmónica-, es un debutante en este título con optimistas proyecciones. Su visión es apasionada, volátil, y desde ese punto de vista mantuvo la progresión que debe haber desde el primer compás del preludio -en el que remarcó los silencios- hasta el acorde final del Liebestod (Muerte de amor) sin desviarse de la tempestuosa historia. La base wagneriana está en la batuta, pero el resultado aún es leve, donde todavía es necesario consistencia y contenido musical y brillantez instrumental.
Con una partitura demandante, aún más en su tercer acto, la resistencia física y vocal del Tristán se pone a prueba. Pero el tenor Jon Fredric West, robusto y vehemente, se mantuvo enérgico, sin mayores problemas de cansancio, y corrió con un timbre dramático sugerente, en momentos muy solemne, y con agudos sibilantes. Kirsi Tiihonen (Isolda) hizo temer su aguante pero fue competente, no forzó las líneas, cantó con sencillez, aunque su instrumento, de cierta dureza, ya sufre desgastes y no fue extremadamente emotiva en su Mild und leise. Una vez más, y tal como se viera hace dos años, la mezzo Petra Lang, el punto más alto de la función, asumió con elocuencia a Brangania, con verdadero espíritu wagneriano, imponente presencia, caudalosa, pareja y brillante voz y emotivos lirismos.
James Johnson es un bajo-barítono oficioso, de fraseos expresivos y musicalidad que dio emotividad y sincera fidelidad a Kurwenal. Melódico, el bajo Kristinn Sigmundsson fue un Rey Marke de imponente presencia y el barítono Patricio Sabaté concibió un Melot vigoroso, de voz recia e intencionada.