Fechas, hitos, números. Los miembros de Guachupé revisan su historia, sitúan a 1999 como el año cero en que forman el conjunto, a 2001 como la temporada en que empiezan a acumular una creciente base de fanáticos y mucho tiempo después, a 2012, como el instante en que se convierten en una expresión única en la escena nacional. La banda de fiesta, discurso y fusión que moviliza multitudes entre buses, banderas, paraguas, lienzos y poleras con toda su iconografía, a imagen y semejanza de una barra de fútbol ante el partido de sus vidas. Hoy pocos nombres exhiben semejante culto en el país.
"Tuvimos pocas pretensiones cuando iniciamos nuestra historia. Hoy podemos decir que armamos una comunidad, que tenemos una mística increíble con el público", dice el baterista Nelson Alveal, quien vuelve a ese 2012 para hablar de la fractura que cambió para siempre el destino de Guachupé, cuando la agrupación perdió en un accidente automovilístico al guitarrista Luis Adriazola. La tragedia luego se plasmaría en las emotivas canciones de El club del amigo (2014), siempre bajo ese rompecabezas de cumbia, rock y ska.
"Ese disco lo hicimos en shock, pero incluimos un contenido y un dolor que nos unió al público, que les dio un metarrelato, que generó esa vibra tan especial que tenemos. Hoy no nos parecemos a nada ", sigue Alveal, a lo que su hermano Rodrigo, bajista de la banda, agrega: "Todo ese proceso fue como zarpar nuevamente, iniciar otro recorrido".
Como parte de ese trayecto, los santiaguinos se alistan para repletar por segunda vez en el Caupolicán, luego de hacer lo mismo hace tres años, aunque han pasado decenas de veces por el recinto entre los encuentros levantados juntos a sus contemporáneos en el nicho tropical. En esta oportunidad será el jueves 21 de diciembre, para precisamente festejar sus 18 años, donde mostrarán una escenografía renovada y parte de su próximo álbum, La vuelta por un día, a estrenarse a principios del próximo mes.
El guitarrista Robinson Acuña sigue: "Hay un Chile comunicacional que vive dentro de una burbuja, que no tiene idea de lo que sucede fuera de su círculo. Cuando estuvimos en el evento Claro Música había gente que se sorprendía con lo que generábamos nosotros, Santaferia o Villa Cariño, mientras a veces se les da tribuna a músicos y solistas que no llenan ni La Batuta. Nosotros ya estamos curados de espanto. Por eso vamos al Caupolicán, pero no es un hito en términos de competencia o de tocar techo, sino que simplemente por el hecho de pasarlo bien".
El próximo título del conjunto es una invitación al desmadre cuando llega la hora de la estabilidad, cuando la adultez, la paternidad o la familia acortan la noche y sitúan a los amigos ante otro tipo de encuentros. "Es un poco eso, es la posibilidad que tendrías de hacer lo que quieras durante un día. Es reencontrarnos con nuestro espíritu más libre, es no quedarse viejo y estancado. Son las ganas de tener 15 años de nuevo y salir a una fiesta y volver a la casa el domingo. Ahora hago eso y me echan de la casa", culmina Acuña.