Tenía 35 años cuando se decidió a investigar su pasado. Sólo algunos meses después de nacer había sido adoptado por una familia británica conservadora, cuyo gusto por el arte había hecho que las ocupaciones de casi todos sus integrantes fluctuaran entre la música clásica y la pintura. Pero él no. El había optado por la política y nada menos que en la fracción más liberal del partido laborista. Claro que ni siquiera esa evidente diferencia de intereses preparó a Matthew Taylor -hoy miembro del parlamento inglés- para un hallazgo que él mismo describió como "impresionante".

Su madre biológica vivía en Nueva Zelanda y había formado otra familia. Y cuando la contactó, logró entender mucho de su propia vida: su bisabuelo -Sir Percy Harris- había sido uno de los pocos parlamentarios del Partido Liberal Demócrata que se mantuvo hasta 1945 y uno de los más férreos defensores del voto femenino igualitario. "En ese momento sentí que todo lo que creía sobre mí se trastrocó totalmente. En la batalla entre la naturaleza y la crianza, la primera resultó vencedora. Heredé características como la voluntad de resistirse al estatus quo. Por lo que sé, ese también era un rasgo de mi bisabuelo biológico", dijo Taylor a The Times.

Hasta pocos años, el relato de este parlamentario británico no pasaría de ser una sorpresiva coincidencia biográfica, porque las investigaciones sobre el origen del pensamiento político se habían centrado en las influencias culturales y del medioambiente. Es decir, en la crianza.

Pero todo cambió en esta década. De la mano del surgimiento de técnicas de resonancia magnética y los estudios sobre el ADN, comenzó a tomar forma una nueva corriente de investigación que terminaría dando un sustento científico a historias como la de Taylor, donde la naturaleza es la que prevalece. Porque lo que la ciencia comienza a demostrar es que ser liberal o conservador no sólo depende del colegio donde estudiamos, de los amigos que tenemos o del medio social en que nos tocó crecer. No. Todo ser humano trae consigo una marca imborrable que lo predispone a una u otra tendencia: sus genes.

"Son visiones tan profundamente arraigadas en nuestros cerebros, que intentar persuadir a una persona para que no sea liberal o conservador es como tratar de convencerla de que sus ojos no son negros", dice John Alford, cientista político de la Universidad de Rice, en Estados Unidos, cuyo estudio se convirtió en uno de los pioneros de un campo emergente llamado "fisiología política", que busca determinar los factores que influyen en las ideologías.

En 2005, Alford y sus colegas publicaron una investigación que reunía 20 años de estudios sobre genética del comportamiento, utilizando una base de datos con opiniones políticas de 30 mil gemelos separados al nacer y criados en ambientes distintos. Así se determinó que los gemelos idénticos (que comparten exactamente la misma composición genética) eran más propensos que los mellizos (cuyo genoma es similar sólo en 50%) a expresar las mismas respuestas sobre temas que hasta hoy dividen a conservadores y liberales, como  el divorcio, el reclutamiento militar o el matrimonio. De hecho, al ser consultados sobre cuestiones como si las viviendas deberían estar sometidas a impuestos, el 80% de los gemelos idénticos dio la misma respuesta, mientras sólo el 66% de los mellizos coincidió.

El estudio también midió hasta qué punto las tendencias se traspasan entre las generaciones: "Las actitudes políticas y sociales son en un 50% hereditarias; por lo que se puede decir que las posiciones liberales y conservadoras tienen un fuerte componente genético", explica Alford. El otro 50% de nuestro pensamiento político surge a partir del ambiente en que nos criamos. Por eso, la mayoría de las personas no son absolutamente liberales ni conservadores. Si una persona nació con una genética liberal, pero se forma en un ambiente profundamente conservador, difícilmente ese liberalismo se expresará en su totalidad.

"El medioambiente influye de forma increíble en la ideología, pero si no consideramos la biología estamos dejando de lado la mitad de la historia", dice James Fowler, investigador de la Universidad de California.

Una vez que el peso genético fue validado, el siguiente paso era identificar los genes asociados a una tendencia política. En 2007, la U. de Illinois en Urbana-Champaign determinó una relación entre algunas variaciones del gen D4DR vinculado al comportamiento conservador. Y, otro estudio realizado por Fowler estableció que una variante de otro gen -llamado DRD4- nos predispone a ser liberales.
Las implicancias de esta identificación de "genes políticos" podrían ser inmensas. Basta imaginar una sociedad donde el mapa del ADN de cada individuo está disponible. Corporaciones y partidos con acceso a la información adecuada podrían rastrear a individuos específicos, sabiendo que están predispuestos genéticamente a cierto tipo de propaganda.

LAS GRANDES DIFERENCIAS
Durante los últimos dos años, otra serie de investigaciones se ha ido adentrando en los mecanismos mentales de liberales y conservadores, demostrando que cada grupo tiene un funcionamiento cerebral diferente.

A través de exámenes de resonancias magnéticas, hoy la ciencia puede asegurar que los liberales son más abiertos al cambio, los conservadores más estructurados en su pensamiento y más persistentes en sus juicios. También, que los primeros tienen mayor capacidad para reconocer los conflictos, aunque los conservadores tienen más habilidad para racionalizar los problemas. Como si fuera poco, las emociones y la frustración están más presentes en los liberales, y los conservadores se muestran temerosos ante lo desconocido.

¿Cómo llegaron los científicos a estas conclusiones? En 2007, un estudio de las universidades de Nueva York y California entregó lo que, probablemente, es el mejor indicio de que liberales y conservadores tienen distintas formas de procesar información clave para la convivencia en una sociedad.

Los investigadores instalaron electrodos en la cabeza de 43 individuos (liberales y conservadores), que debían presionar un botón cuando en una pantalla vieran la letra "M" y no hacer nada cuando apareciera otro símbolo.

La "M" asomaba el 80% del tiempo, por lo que la escasa aparición de una "W" buscaba activar un mecanismo existente en la corteza cingulada anterior, una zona del cerebro que entrega al ser humano la capacidad de detectar los conflictos y elaborar una respuesta. Si bien liberales y conservadores fueron igualmente eficientes en reconocer la "M", los primeros registraron una mayor actividad cerebral y, por ende, fueron más certeros cuando aparecía la "W".

En otras palabras, una mayor actividad en dicha zona cerebral, explica David Amodio -sicólogo de la U. de Nueva York y líder del informe-, revela una mayor habilidad en la persona para detectar que algo no funciona bien en una sociedad y cambiarlo. La escasa actividad de esa zona en los conservadores revela un pensamiento más estructurado y con juicios más persistentes.

El hallazgo de Amodio se vio reforzado por otro de la U. de Nueva York,  que con resonancias magnéticas estableció que los liberales muestran un nivel mayor de frustración y de reacciones emocionales ante los problemas sociales. Los conservadores, en tanto, evidenciaron una mayor capacidad para racionalizar los mismos problemas. "Nuestra investigación sugiere que las inequidades causan una mayor presión sicológica en los liberales que en los conservadores, aparentemente porque los liberales carecen de un nivel de razonamiento que los ayude a ver las inequidades bajo una luz positiva o, al menos, neutral", señalan los autores, Jaime Napier y John Jost.

Suma y sigue: en otro experimento se demostró que la gente que reacciona de forma más intensa a sonidos o imágenes amenazantes -ya sea pestañeando o sudando- es mucho más propensa a apoyar medidas políticas conservadoras. Y también son cuatro veces más proclives a sentir temor a la muerte.

"Una posible explicación es que los conservadores tienen mayor actividad en la zona cerebral de la amígdala -que controla la sensación de miedo-, pero indudablemente debe haber otras áreas involucradas", dice a La Tercera, John Hibbing, de la U. de Nebraska-Lincoln.

No hay uno sin el otro

¿Si la evolución es un proceso lento que necesita de siglos para generar cambios, por qué dotó al ser humano de genes que parecen afectar algo aparentemente efímero en términos evolutivos, como es la elección de un candidato liberal o conservador?

La pregunta la hace James Fowler, investigador de la Universidad de California. Y según explica a La Tercera, los estudios sugieren que durante millones de años, los humanos han desarrollado dos estilos cognitivos: el conservador y el liberal, precisamente para sobrevivir.

Mientras en las primeras sociedades, las posiciones más liberales y abiertas permitieron la cooperación en tareas esenciales como la cacería, con el paso del tiempo las sociedades más desarrolladas aprendieron que, a veces, es necesario no tomar riesgos, lo que permitió el surgimiento de los conservadores.

"Los liberales nos ayudan más cuando necesitamos innovar, pero los conservadores nos son más útiles cuando estamos bajo amenaza. Por eso, esta diversidad tiene sentido y los intentos de hacer que todos piensen de la misma forma están condenados a fallar", dice.

Las emociones se imponen ante la razón

Mientras los expertos en fisiología política centran su atención en las diferencias cerebrales y biológicas entre liberales y conservadores, otros investigadores han puesto su atención en el rol de las emociones. En su libro El cerebro político (2007), el sicólogo Drew Westen, de la U. de Emory, revela que sin importar que una persona sea liberal o conservadora, lo que prima no es el análisis racional, sino la reacción visceral que genera una idea o un candidato.

Mediante tests con resonancia magnética, Westen examinó a 30 militantes demócratas y republicanos de EEUU, mientras escuchaban afirmaciones negativas y positivas de sus candidatos. Las pruebas mostraron que en los partidarios de ambas facciones las áreas cerebrales responsables de razonar no mostraron mayor actividad mientras analizaban lo que oían. Sin embargo, las relacionadas con las emociones sí se encendían.

Más aún, al sacar conclusiones, liberales y conservadores terminaban estableciendo que su candidato estaba en lo correcto, con lo que el circuito de la recompensa elevaba su actividad en el cerebro.

Por esto, dice Westen, cuando la razón y la emoción chocan en la política, es la segunda la que siempre triunfa. Esto hace que sean tres los factores que determinan una elección: los sentimientos que las personas sienten hacia los partidos y sus principios, luego los que generan los candidatos y, si alguien continúa indeciso, los que motivan la posición de un candidato en un tema determinado.

Este habría sido el principal error de Al Gore en 2000, al enfocarse en las estadísticas y no apelar al sentimiento de los electores, algó que sí realizó su rival George W. Bush. "Los partidarios logran retorcer lo que oyen hasta tener las conclusiones que desean y se sienten muy satisfechos por ello, eliminando las sensaciones negativas y activando las positivas", afirma Westen.