Concluida la transformación arquitectónica más importante de su historia, se esperaba que la reapertura del Museo de Arte Precolombino fuese un éxito. Dicho y hecho: según datos del museo, más de 10 mil personas han visitado, desde su apertura el 10 de enero, el edificio de calle Bandera para, sobre todo, conocer la sala subterránea, que alberga más de 300 piezas de arte originario del territorio chileno. La cifra de público es contundente, considerando que el edificio estuvo dos años cerrado y que la entrada general, de $ 3.500, supera el valor habitual de cualquier museo nacional.

"Nunca habíamos tenido una afluencia tan grande de público en tan poco tiempo. Estamos contentos, porque hemos atraído al público chileno y a los turistas, que nunca fallan. Los visitantes extranjeros corresponden a un 30%", cuenta su director, Carlos Aldunate. "Nos encantaría dejar gratuita la entrada, pero necesitamos esos recursos. El valor es alto, pero menor a muchas entradas al cine o al teatro. Además, tenemos valores diferenciales y para colegios municipales es liberada".

Los domingos, la entrada general es gratuita, hasta el 23 de febrero. A partir de esa fecha, sólo será gratis el primer domingo de cada mes.

El museo abrió en 1981, luego de que el coleccionista Sergio Larraín García-Moreno decidiera poner a disposición del público su acervo con obras precolombinas. Hoy, sus herederos administran el patrimonio a través de la Fundación Larraín Echenique y un consejo donde participa la Municipalidad de Santiago, que aporta anualmente $ 400 millones para los gastos básicos. A eso se suman $ 200 millones entregados por el Consejo de la Cultura, a través de Legado Bicentenario. El museo, que también organiza exposiciones temporales, edita publicaciones y ejecuta proyectos educativos, necesita en total cerca de $ 1.000 millones para funcionar. El resto se consigue gracias a la alianza con el sector privado, como Banco Santander, Sudamericana de Vapores y Minera Escondida, la que invirtió US$ 17 millones en la actual remodelación, a través de la Ley de Donaciones Culturales. "Es un modelo público y privado exitoso, que nos permite tener un museo de primer nivel", dice Cecilia Puga, arquitecta y miembro del directorio de la fundación.

Un museo de arte

La sala subterránea no es la única novedad. También se remodeló la galería del segundo piso, donde se exhibe la colección permanente; se abrieron ventanas del cielo al piso para que entrara la luz; se instaló una tienda y pronto se inaugurará una cafetería. La semana pasada, además, debutó la Zona Interactiva de la Fundación Mustakis, dedicada a entregar contenidos educativos vinculados a la colección. Los niños pueden jugar aprendiendo, por ejemplo, cómo eran los bailes precolombinos y los rasgos físicos de cada etnia.

"Este no es un museo arqueológico ni antropológico, es un museo de arte. En ese sentido, buscamos que el público tenga una experiencia estética con las piezas, donde la luz, las vitrinas y la gráfica están orientadas a ese fin. Smiljan Radic (arquitecto a cargo de la remodelación) lo entendió bien y convirtió el espacio subterráneo en un verdadero salón de palacio. Es un lujo", dice Puga.