Se dice que de los grandes directores del cine estadounidense de los años setenta (Spielberg, Lucas, Coppola, Scorsese, De Palma, Lumet, Pollack), William Friedkin es el gran olvidado. Y puede resultar injusto considerando filmes de la talla de Contacto en Francia, El exorcista o Cruising.
Pero a los 73 años, el cineasta tendrá una revancha cuando se le entregue en el Festival de Locarno, un certamen que gusta de las causas marginales, el Leopardo de Honor por su trayectoria.
Friedkin ya no se siente parte del cine comercial de los últimos años, según afirmó en una entrevista con varios medios internacionales en el festival de la cuidad suiza en vísperas de recibir el galardón.
"Es una nueva generación, con nuevos intereses e influencias. La gente que dirigía cuando yo empecé pensaba que lo que nosotros hacíamos era ridículo, demasiado europeo. Y ahora yo pienso que la nueva generación está demasiado influida por los videojuegos", asegura.
El ganador del Oscar por Contacto en Francia no comulga tampoco con los nuevos lenguajes. "Del cine digital opino que, aunque para el director supone que nada es imposible, todavía está, como el 3D de los primeros tiempos, demasiado sometido a la demostración de sus cualidades más que a la integración en la historia", explica.
El, en su día, no dudó en utilizar efectos especiales que conmocionaron al mundo, como la cabeza giratoria de Linda Blair en El exorcista (1973). "Podría volver a estrenarse hoy y volvería a funcionar. Habla sobre las dudas de la fe, es una historia ajena al paso del tiempo porque trata temas que cada día se plantea el ser humano", matiza.
"Hasta el más agnóstico tiene una creencia. A lo mejor considera Star Wars una especie de biblia. Sigue interesando la confrontación entre el bien y el mal", explica.
Ese ha sido, en realidad, el vínculo que hila los títulos más importantes de su carrera, desde Contacto en Francia (1971) a Vivir y Morir en Los Angeles (1985), que mañana se proyectará en la Piazza Grande de Locarno.
"Me interesa la delgada línea entre el policía y el criminal y, en toda mi carrera y a pesar de haber realizado películas premiadas internacionalmente, no he conseguido dar con una respuesta definitiva a ese respecto", reflexiona.
En Contacto en Francia, que fue alzada la mejor película de su año por la Academia de Hollywood, contó con la actuación del actor español Fernando Rey, al que recuerda desde Locarno.
"Buscaba a otro actor pero al final lo elegimos a él por error. En realidad queríamos a Francisco Rabal, pero en esos momentos no estaba disponible y, además, no hablaba inglés. Así que mi director de casting decidió contratar a Fernando Rey, que resultó ser un espléndido actor y un auténtico regalo para la película", relata.
No obstante, al final Friedkin cumpliría su sueno de trabajar con Paco Rabal en Carga maldita, aunque sus calidad y su proyección comercial estuvieron muy por debajo de su clásico retrato del imperio de la droga.
Si bien no le gusta hablar de sus proyectos en cine actuales y tampoco presta mucha atención a su trayectoria televisiva dirigió dos episodios de CSI, sí se explaya con su segunda pasión: la ópera. Antes de Emir Kusturica, Woody Allen, Zhang Yimou o David Cronenberg, Friedkin ya había unido estas dos disciplinas, aunque también por casualidad.
Le ofrecieron hace catorce años dirigir la ópera que quisiera y, por no decir que no, eligió los montajes más complicados que se le ocurrieron pensando que así nunca llegaría hacerlos: a los dos años era responsable en Florencia del montaje de Lulú y de Wozzeck, ambas de Alban Berg.
Desde entonces, "es un reto siempre para mí. Se hace mucho más rápido que una película pero también requiere un estudio más minucioso por mi parte, porque no domino bien los idiomas de los libretos".
Ahora está a punto de estrenar en Los Angeles dos de los tres fragmentos de Il trittico, de Puccini. El tercero en discordia lo dirigirá Woody Allen. Y finalmente se apeó, por diferencias creativas irreconciliables, de la adaptación a la ópera del documental Una verdad inconveniente, de Al Gore, para La Scala de Milán.