Paula 1208. Especial Moda, sábado 10 de septiembre de 2016.

El departamento de Ana López (44) es una mezcla de caos con cálido sentido doméstico. La mesa del comedor, una de las pocas cosas se llevó de la que fue su casa por años, es en realidad un tablero en el que se ven desparramadas muestras de sedas, algodones y encajes, alfileres, una hoja blanca y arrugada con anotaciones, un lápiz sin tapa, una cafetera francesa y unas tacitas de café. A un costado está la cocina abierta en la que cuelgan tres sartenes de cobre, herencia de una amiga que le regaló varias cosas para rearmarse, y un frutero lleno de, al menos, tres tipos de paltas que compró el día anterior a su casero de La Vega. De ahí también se llevó varias especies de tomates. Uno de los pocos rituales que mantiene del tiempo en que vivía en un enorme departamento del Parque Forestal con su entonces marido, abogado y empresario, y sus tres hijos hombres, de 25, 20 y 17 años. Hoy, uno de ellos vive con su polola y los otros dos se quedaron con el padre.

El resto de este sexto piso en Providencia también revela su condición de casa-taller pero, además, que aquí vive una moradora recién llegada. Este ha sido el refugio de la diseñadora Ana López desde que, hace algo más de un año, después de 20 de matrimonio y de estar dedicada casi exclusivamente a su familia, se separó. Aquí pasó su "temporada en el infierno" y miró hacia atrás. No le gustó lo que vio y sintió miedo de no poder salir adelante. Con más de 40 Ana López estaba en cero, "o menos que cero", y por primera vez, después de más de una década diseñando ininterrumpidamente, puso pausa. Recién hace seis meses, y con una relación puertas afuera con una diseñadora gráfica, está pronta a lanzar su nueva etiqueta, No One, inspirada en la niña de Games of Thrones que lo ha perdido todo y no tiene rumbo ni identidad.

La colección será toda en algodón y mantendrá los colores neutros que le han interesado siempre: negro, gris, perla y blanco. Tendrá poleras largas y amplias que podrán usarse en capas y vestidos hasta el suelo, entre otras piezas. Máxima suavidad al tacto y máxima simpleza marcan esta, la primera propuesta unisex de Ana López.

Larga, delgada, de ojos azules, pálida, canosa, Ana López es preciosa. No hace mucho, antes de que regalara prácticamente toda la ropa que había usado durante sus años de casada, se le veía en desfiles e inauguraciones con sus aros de perla, blusa de seda, pollera tubo que de tan severa resultaba sexy, vestido de líneas muy simples, pantalón palazzo. Era, y sigue siendo, la mejor exponente de su marca, como a otra escala lo fuese en su momento Jenna Lyons en J.Crew. Esa elegancia, incluso perturbadora, se mantiene intacta, pero en otra clave, más suelta y a veces cercana a la androginia.

¿Estableces alguna relación entre tu propuesta unisex y la nueva etapa en que te encuentras?

Puede ser. Mi primera intención es desprenderme de la típica silueta femenina. Diseñar ropa que sirva como base para ser quien te parezca ser, alejarme lo más posible de los estereotipos. Estoy haciendo ropa que permita reformular quién quieres ser o qué quieres parecer.

¿Qué te llevó a regalar toda tu ropa?

Cuando me separé, cuando decidí que no quería más la vida que había llevado, toda la ropa que tenía dejó de tener sentido. Así que un día lo regalé casi todo. Blusas, abrigos, vestidos, pantalones, mucha ropa que había usado una vez. Fue como hacer algo para volver a empezar. Fue una manera de decirme a mí misma: "eso que viví ya no va a ser nuevamente". Eso me ayudó a comenzar a perdonar el pasado, mis errores y los de los otros. No podía seguir viviendo con esa rabia, odio y pena que te genera una separación. Cada vez que miraba lo que tenía puesto me acordaba de mil cosas, porque se trataba de ropa hecha por mí que me había acompañado en una etapa que estaba dejando.

¿Te sentiste liberada?

Sí, porque también han cambiado mis intereses respecto de lo que quiero diseñar y lo que quiero vestir. Me he limpiado de lo típicamente femenino y estoy probando con lo masculino. Sí, he recuperado el hábito de vestir principalmente con cosas mías. Durante los momentos más tristes me ponía cualquier cosa, lo que tuviera a mano, y eso también me hacía mal, porque nada me interpreta si ni lo he hecho yo.

En tus tiempos de blusa blanca y pollera camel, parecías la última aristócrata viviente.

¡Era un juego! ¡No tengo nada de aristócrata! Crecí en el campo en Rancagua, viví en San Miguel con mis padres, pero con estos rasgos de colona del sur que tengo, siempre he provocado algo con mi apariencia y no siempre con intención. Cuando joven me vestía con ropa usada que tijereteaba entera, porque nada de lo que había en las tiendas me gustaba y porque sentía que no pertenecía a ninguna parte. Me tapaba de pies a cabeza para que los hombres no se me acercaran como lo hacían. Sólo cuando llegué a estudiar Historia del Arte en la Universidad de Chile me sentí cómoda. Ya casada comprendí otros códigos, como el de las perlas, el de la blusita de seda y comencé a jugar y a manipular con ellos. Ahora me sigo entreteniendo. Me pongo un collar de perlas con unas púas punk y nadie entiende nada.

La diseñadora, que siempre viste algo hecho por ella, con uno de los vestidos de su nueva marca, No One.

En 2003, durante un viaje junto a su entonces marido, Ana López decidió que quería diseñar ropa. Semanas antes, en Santiago, casi por instinto había tomado una máquina de coser olvidada y oxidada con la que se hizo un enorme y largo abrigo de brocato verde con flores en dorado opaco. Arrastrándolo con ese estilo que tiene llegó a una fiesta donde no hubo quién no se lo comentara. "Me sentí tan bien que ese día decidí comenzar a hacerme toda mi ropa. Con las medidas de mi cuerpo saqué moldes, usando la técnica que me había enseñado mi mamá cuando era niña. Lo primero que me hice fue un completo ajuar para viajar a París, donde dejé la cagada. En la calle, hombres y mujeres se daban vuelta a mirarme".

De vuelta tomó cursos de patronaje y se lanzó. Diseñaba para sus cuñadas, para su suegra, para la amiga de la amiga. Una notita en revista Paula con su sobrina Elisa Joannon posando con una de sus piezas sumó clientela: abogadas, gerentes y ejecutivas a las que sigue vistiendo y asesorando. En 2008 sacó su primera colección y comenzó a vender en Hall Central y en Porquetevistes.

En tus diseños no hay mucha pierna que se muestre ni menos el escote revelador. ¿Qué valor le da la gerente a ese lenguaje?

Les permite posicionarse de igual a igual frente a sus interlocutores hombres y no como un objeto sexual. El típico hétero valora un vestido bien hecho y es capaz de decir: "qué lindo tu vestido". Eso es muy parecido a: "qué buena elección hiciste". Con un vestuario adecuado y de buena calidad las toman en cuenta, las invitan a almorzar, las integran y sobresalen, mientras que antes habían sido ignoradas. La ropa es una herramienta que las ayuda en su desarrollo profesional.

¿Qué es para ti el "buen gusto"?

El buen gusto es respeto. Acuérdate de la frase: "me parece de mal gusto lo que estás haciendo". También lo asocio a la ausencia de ruido. No soporto el ruido visual ni auditivo. Cuando escucho a gente que habla súper fuerte, necesito alejarme. Veo falta de certeza en las personas que gritan o intentan imponer sus pensamientos. Lo mismo me pasa con el vestuario.

Uno de tus grandes miedos al separarte fue que tendrías que independizarte económicamente. Sin embargo, en 2015 dejaste de diseñar.

Más que miedo eso me provocó terror. En Chile es casi imposible vivir del diseño de ropa. A comienzos de 2015 hice una minicolección, un desfile y después me fui al hoyo negro. Después de haberme dedicado por años casi por entero a mi familia, mis hijos estaban grandes y yo tenía que trabajar para vivir.

A los 26 años le salió su primera cana y "fui infinitamente feliz. Siempre quise ser vieja".

¿Cuál ha sido tu reflexión, ahora que vives sola?

Es bien heavy, pero yo pensaba que estaba haciendo lo correcto. Era de las madres que se la pasaba arriba del auto yendo a buscar y a dejar niños. Una vez calculé que en un año pasé casi mes y medio arriba del auto. Era muy urgida con la alimentación, yo misma cocinaba, tenía una parrilla pegada a la cocina para que todo fuese sano y los viernes me pasaba como cinco horas en el supermercado haciendo las compras para el fin de semana. Me levantaba y me acostaba en función de mi familia. No tengo claro cuál fue la ganancia, porque tenía expectativas a largo plazo, pensaba que el matrimonio era para toda la vida y eso dejó de ser. Jamás pensé que a los 40 iba a tener que arreglármelas sola. Sabía que tenía la energía, pero no tenía ningún valor social ni económico.

¿Te odiaste?

Mucho.

¿Cómo saliste del hoyo?

No sé. Se sale no más. Aunque sí me hizo muy bien para la autoestima la invitación del Distrito del Lujo de Parque Arauco para participar como modelo en su campaña. Acabo de renovar y eso me da cierta tranquilidad económica. Las canas me ayudaron.

Antes de quedar embarazada de su primer hijo, a los 19 años, que tuvo sola antes de casarse, Ana López trabajó como modelo de alta costura para Luciano Bráncoli, Jaime Troncoso y otros varios de esa generación de diseñadores. Poco saben que también fue modelo del programa Cuánto Vale el Show (CHV), que animaba Leo Caprile. A los 26 le salió su primera cana y, dice, "fui inmensamente feliz. Siempre quise ser vieja, nunca me identifiqué con lo joven. Miraba a la gente mayor y decía 'quiero estar ahí y haber pasado por todos los procesos de la vida'. Después de lo vivido el año pasado, y con el pelo lleno de canas, en este departamento, digo aquí me quedo".