El 26 de septiembre de 1960, John F. Kennedy y Richard Nixon protagonizaron el primer debate televisado de Estados Unidos. Ambos eran candidatos para la presidencia y debían enfrentarse frente a setenta millones de espectadores. Pero no solo sus opiniones estaban siendo analizadas, también su lenguaje corporal, tema al que Nixon no le prestó mayor importancia y, por ello, tuvo que terminar asumiendo las consecuencias.

Y es que Kennedy, pese a tener menos experiencia que su contrincante, preparó hasta el último detalle: la postura de su cuerpo, movimientos, miradas y reacciones. Decisión que según la prensa estadounidense de esa época, lo favoreció enormemente. Durante todo el programa se mostró seguro de sus respuestas, hablaba a la cámara con resolución e interpelaba a la audiencia. Nixon, en cambio, se notaba muy nervioso, su frente transpirada sin parar y su mirada se desviaba.

Una de las cosas que más llamó la atención fue que las encuestas arrojaron que quienes habían escuchado el debate por radio encontraron que Nixon había tenido un mejor desempeño, al contrario de quienes lo vieron por televisión. Para ellos, Kennedy se había mostrado como un político mucho más resuelto que su rival. Este episodio, además de marcar para siempre el cómo serían los debates, dejó en evidencia lo importante que es comunicar a través del cuerpo. Y cómo éste dice mucho de nosotros.

"Hay ciertas señales que entregan información del otro. Se relacionan principalmente con los movimientos de las piernas y la postura. Por ejemplo, si alguien está sentado entre dos personas y su rostro está mirando a una pero su cuerpo a otra, significa que tiene una mayor disposición hacia el lado en el que su cuerpo está apuntando. Las piernas casi siempre indican dónde uno quiere estar", cuenta la directora de comunicaciones de la fundación Liderazgo Chile, Consuelo Quevedo, quien presta asesorías de imagen pública y expresión corporal a empresas.

Y agrega: "Nuestro cerebro no está entrenado para entender qué quieren decir algunos gestos, pero sí capta algunas cosas que le terminan haciendo ruido. Es como cuando conoces a alguien y no sabes por qué hay algo que te da una mala sensación. En esos casos podría tratarse de una incoherencia entre el cuerpo y las palabras. Por eso, el caso de Nixon fue tan emblemático, porque la gente pudo descifrar que su lenguaje verbal era muy distinto al no verbal". No obstante, Consuelo asegura que quienes están capacitados y han estudiado sobre el tema pueden captar ciertos gestos que hablan mucho de la persona.

El psicólogo Paul Ekman fue el pionero en estudiar el lenguaje no verbal y las microexpresiones. Según él, existen una serie de emociones que cuentan con un modo predefinido de expresarlas, las que agrupó en un libro que integra más de 10.000 gestos faciales y que ha servido de guía para detectar cuando alguien está mintiendo. Herramienta aún más poderosa si se toma en cuenta que según estudios realizados por el psicólogo Robert Feldman, las personas en 10 minutos de conversación mentimos en promedio 3 veces.

Al parecer, hacerlo es parte de la naturaleza del ser humano, pero nuestros cuerpos no parecen aceptarlo y nos traicionan cada vez que mentimos. Porque, pese a que se trate de algo que acostumbramos hacer, produce ansiedad y estrés que alteran el funcionamiento normal del organismo.

El 2010, el ex agente de la FBI Mark Bouton reveló las técnicas que usó para descubrir a mentirosos en su libro How to Spot Lies Like the FBI, método que lo llevó a identificar hace 25 años al autor del atentado de Oklahoma, Tomithy McVeigh, que causó 168 muertes. Además, asegura que estos gestos no solo son útiles para investigar casos criminales, sino que el de cualquier persona.

Según el experto, a estas señales hay que estar atento:

Mirar a los lados: la gente suele mirar de un lado a otro en caso de que se sientan incómodos o atrapados ante una pregunta que no quieren responder. Se trata de una reacción normal en los humanos que buscan una vía de escape cuando tienen miedo o se encuentran en una situación peligrosa.

Pestañear rápido: una persona suele pestañear entre cinco y seis veces por minuto (una vez cada 10 o 12 segundos). En cambio, cuando estamos estresados podemos hacerlo cinco o seis veces muy seguidas, de manera inconsciente. Este fenómeno está relacionado, asegura Bouton, con la producción de dopamina en el cuerpo.

Cerrar los ojos más de un segundo: cuando una persona mantiene sus ojos cerrados durante uno o más segundos y lo hace varias veces, puede ser un indicador de que está mintiendo. Por lo general, un pestañeo no suele durar más de 0,4 segundos. Alargar ese intervalo es un mecanismo de defensa.

Prestar atención a la dirección de la mirada: antes de interrogar, Bouton averigua qué hemisferio del cerebro de la persona que tiene enfrente es del dominador. Si es diestro, cuando piensa en algo que ha visto y que está en su memoria, mirará para arriba y a la izquierda. En cambio, si sus ojos van hacia arriba y a la derecha, es un claro indicio de que está accediendo a su imaginación y que probablemente inventará la respuesta. En caso de ser zurdo, la dirección de los ojos es la contraria.

Tocarse demasiado la cara: a veces mentir origina una reacción química que hace que te pique la cara, sobre todo la nariz.

Fruncir los labios: "La boca de una persona normalmente se seca al estar diciendo una mentira", explica Bouton. Puede hacer un movimiento de succión, frunciendo los labios, para tratar de disimularlo. También, cuando sus labios están tan apretados que aparecen contraídos y blancos, puede indicar que mienten.

Sudoración excesiva: habitualmente, las personas que mienten transpiran más de lo normal. Bouton dice que el sudor puede aparecer en la frente, en las mejillas o en la parte posterior del cuello y es probable que la persona interrogada trate de limpiarlo para ocultarlo.

Ver si se sonroja: algunas personas, normalmente mujeres, se sonrojan después de haber mentido. El rubor es un reflejo involuntario causado por el sistema nervioso y es una respuesta a la liberación de adrenalina.