Desde los marcos legales a las políticas públicas, pasando por la publicidad, las ofertas comerciales y los productos de consumo cultural, todo lo que nos rodea pareciera reforzar la idea de que estar en pareja es un ideal que hay que alcanzar. Si no es por validación social, como mínimo pareciera ser lo más conveniente. Y aunque han habido avances en este ámbito, pareciera ser que vivir en pareja sigue siendo la norma. Y decidir estar solas o solos, la excepción.

En su último libro titulado Tenacity of the Couple Norm, la investigadora y decana de la Facultad de Ciencias Sociales de University College London, Sasha Roseneil examinó los marcos legales relacionados a la vida íntima de las personas en cuatro países europeos. Tras un análisis exhaustivo, junto a otras investigadoras, llegaron a la conclusión de que la vida en pareja sigue siendo de suma relevancia. “Estar acoplados sigue siendo la esencia misma de lo ‘normal’ y algo fundamental para la experiencia de reconocimiento social y el sentido de pertenencia. Los gobiernos de todos los matices políticos y las comunidades de todo tipo esperan, promueven e incentivan la vida en pareja”, explicó en una columna de opinión en el medio británico The Guardian.

Y es que, como desarrolla Roseneil, “the couple norm” (la norma que establece que estar emparejados es el fin último de esta vida) se ha demostrado tenaz frente a los cambios sociales, pero existe la necesidad de cuestionarla. Por eso, en su libro recopila testimonios de mujeres de distintos países quienes han decidido salirse de la norma y optado por vivir solas, con amistades o en comunidad, sin necesariamente tener una pareja romántica. Una de ellas, por ejemplo, que con casi 50 años decidió vivir con su mejor amiga. “La norma de pareja exige que la diada íntima sexual sea la unidad básica de la vida social. Opera a través de leyes y políticas que reconocen y privilegian a la pareja en términos de acceso a prestaciones sociales, pensiones, herencias y vivienda”, explica Roseneil. “Y, por otro lado, los que están solos después de una cierta edad han sido objeto de preocupación y lástima por parte de sus amistades que están emparejadas”.

Y es que a los beneficios legales y económicos se suman también distintos factores culturales que van configurando un imaginario social colectivo en el que las parejas tienen más cabida que otras dinámicas relacionales. O al menos, los que están más validados a nivel social. Como explica la psicóloga especialista en temas de género y académica de la Universidad Diego Portales, Guila Sosman, pese a los ya no tan incipientes cambios culturales, estar en pareja sigue estando sobrevalorado. “Estar emparejados, tener hijos y constituir una familia sigue siendo el eje central y organizador de la sociedad. Es, finalmente, un dispositivo de orden que se ha instaurado y que es difícil de rehuir. Una especie de manual que hasta ahora ha servido para decretar cómo debe funcionar la sociedad, y por eso se vuelve muy difícil que alguien decida, por opción, estar sola o solo. A esa persona se la va ver como que ‘falló’, o como que no ‘logró’ estar con alguien”, explica. “Si uno no logra ese objetivo, queda marginalizado”.

Según la especialista, para las mujeres esto tiene que ver en parte con cómo fuimos socializadas bajo el mito de que solas no podíamos y que necesitábamos, a toda costa, a alguien a nuestro lado para sentirnos completas. La antropóloga y académica mexicana, Marcela Lagarde, explica en sus investigaciones que desde muy pequeñas nos han educado en el sentimiento de la orfandad, que nos vuelve, inevitablemente, profundamente dependientes. En ese contexto es que hemos aprendido a asociar la soledad –y el no estar emparejadas– a algo negativo, siendo que en realidad es lo que nos permite generar procesos de individuación que conducen a la autonomía.

Los cambios culturales de este último tiempo son innegables, pero no por nada en The Loneliness Experiment, estudio realizado en el 2018 por el medio británico BBC –para el cual se entrevistaron a más de 55.000 personas de todo el mundo–, se develó que del total de los encuestados que se sentían avergonzados por sentirse solos, la mayoría eran mujeres. Frente a esto, la psicóloga y terapeuta de parejas, Daniela Werner, explica que a nivel social la mujer siempre ha sido y ha estado en función de un otro: es madre, esposa, hija. “En ese sentido, que una mujer esté sola se percibe como señal de que es inestable, complicada o que algo falla. No se piensa que quizás está sola porque quiere estarlo, porque tiene el derecho a elegir o porque no ha encontrado alguien que sea de su agrado y no quiere estar con cualquier persona solo por estar emparejada”, explica. “Hay muchísimas mujeres que se están permitiendo elegir; se casan tardíamente, no se casan, tienen hijos sin pareja o eligen no tenerlos. Se están abriendo a otras posibilidades de vinculación, pero siguen existiendo muchos factores de esta ‘tiranía’ o ‘dictadura’ del emparejamiento y permanecen por querer mantener el status quo, por la resistencia que genera un posible cambio y por no saber cuál va ser el rol de la mujer si es que se sale de ese espacio. Pero se está entendiendo que la soltería no tiene porqué ser vivida como un castigo. También es una elección”.

Como explica Sosman, los avances en materia de derechos sexuales y reproductivos han sido notorios, así como también en materia de género e identidad sexual. Pero aun así la idealización de la pareja sigue siendo un sentimiento muy arraigado. Es cosa de ver que en ciertos procesos legales, como el de la adopción, existe una orden de prelación que sigue priorizando a los matrimonios. En este caso en particular, las mujeres solteras son las últimas que pueden postular, así como muchas otras leyes en las que se ve reflejada la primacía de la familia.

“Si uno decide estar sola o solo, básicamente le falta la otra mitad. El ser humano esencialmente nace para estar en pareja, porque así nos han educado. Para recuperar la posibilidad de estar en soledad y que no sea algo negativo, tendríamos que pasar por varios duelos: primero, entender que no existe el amor romántico como única opción. Después, que cada uno puede decidir de qué manera llevar su vida y, finalmente, que no hay un ideal al que hay que llegar. Todas estas cosas nos darían más libertad, pero a su vez implicarían mayor confusión y angustia, porque hasta ahora hemos tenido la vida trazada. Dejar de lado esas premisas es no tener un manual”, termina Sosman.